El amor que rompió el alabastro – Pastor David Jang


1. Reflexión sobre la casa de Simón el leproso en Betania y la mujer que rompió el alabastro

El suceso ocurrido en la casa de Simón el leproso en Betania aparece registrado de distintas formas en los cuatro Evangelios (Mt 26:6-13; Mc 14:3-9; Lc 7:36-50; Jn 12:1-8). De manera particular, se narra como acontecimiento de la última semana del ministerio público de Jesús, adquiriendo gran importancia para los escritores de los Evangelios. A través de la meditación de este pasaje, el pastor David Jang enfatiza que nos ayuda, por un lado, a entender quién es Jesús y, por otro, a reflexionar profundamente sobre el tipo de amor con el que debemos acercarnos a Él.

En primer lugar, según Mc 14:3, Jesús estaba comiendo en la casa de Simón el leproso en Betania. En el texto griego, la palabra que se traduce como “leproso” coincide con la usada en el Antiguo Testamento para referirse a la lepra (leprosy), si bien no siempre se identifica de forma exacta con la lepra clínica (enfermedad de Hansen) que conocemos hoy. Aun así, tradicionalmente se consideraba la lepra como un símbolo de “impureza” o la razón para un “aislamiento” de parte de Dios. El pastor David Jang señala dos aspectos principales que conviene destacar:

Primero, Jesús está compartiendo la mesa con alguien que era considerado “impuro” en aquel entonces. En la sociedad judía de la época, el leproso debía aislarse de la comunidad y no podía asistir al Templo ni relacionarse normalmente con las personas. Con todo, Jesús participa en la mesa de Simón el leproso en Betania, demostrando que Él rompía las barreras legales y religiosas para ver a las personas con una mirada de “amor”. El pastor David Jang interpreta que “al entrar en la casa de Simón el leproso y sanarlo, Jesús da una clara demostración de lo que es el Evangelio”. El Evangelio es la buena noticia del Reino de Dios, y está abierta a pecadores, enfermos y débiles. El hecho de que alguien que, desde el punto de vista del mundo, debiera ser aislado, se siente a la mesa con Jesús, ya es la materialización del Evangelio.

Segundo, la implicación simbólica del nombre “Simón”. Aun cuando el nombre Simón era bastante común (de hecho, el nombre original de Pedro era Simón), que Marcos especifique “Simón el leproso” es significativo. El pastor David Jang recuerda a los lectores de los Evangelios que Simón es un nombre conocido y lo conecta con el Simón que fue llamado como Pedro. El hecho de que Simón Pedro fuera escogido como principal discípulo de Jesús simboliza la “igualdad de la gracia” del Evangelio hacia pecadores y enfermos. En ese entonces se consideraba la lepra como posible “castigo de Dios” o “impureza espiritual”, pero que Jesús coma con Simón implica proclamar su aceptación completa. El pastor David Jang subraya: “Debemos reconocer que todos fuimos leprosos espirituales”. También nosotros estábamos muertos en pecados y éramos impuros ante la santidad de Dios; sin embargo, por el amor de Jesucristo, hemos sido invitados a Su mesa y ahora compartimos comunión con Él.

Justo en ese lugar tan concreto y simbólico, la “casa de Simón el leproso” en Betania, llega una mujer con un costoso perfume, un alabastro de nardo puro, lo quiebra y lo vierte sobre la cabeza de Jesús (Mc 14:3). En cuanto a esta mujer, Mt la describe simplemente como “una mujer”; Mc también habla de “una mujer”; Lc menciona a “una mujer pecadora” que se acerca llorando al lugar donde Jesús comía en casa de un fariseo llamado Simón (posiblemente otro Simón); y Jn la identifica como “María”. A pesar de estas diferencias en los detalles, el núcleo es que se narra el hecho de “derramar un perfume muy costoso ante Jesús” y se resalta la profundidad del amor y la entrega de esta mujer.

El pastor David Jang se detiene en el significado del “nardo”. El nardo es un perfume selecto que se extrae de la raíz de una planta que crece en regiones montañosas del Himalaya; en aquel tiempo de Palestina era extremadamente caro y valioso. Un alabastro de este perfume podía costar unos trescientos denarios, equivalente a casi un año de sueldo de un trabajador promedio. Por tanto, romperlo por completo y verterlo sobre Jesús simboliza que la mujer dio “todo lo que tenía”. El pastor David Jang explica: “Delante del Señor, ella ofreció lo más valioso. Quizá presentía la muerte y resurrección de Jesús, y reconocía Su verdadera realeza”. El amor no exige recompensas ni se basa en cálculos; se expresa justamente en “dar sin reservas”, y este suceso lo atestigua.

En el acto de esta mujer de romper el alabastro y verter el perfume, contemplamos un amor incondicional, una entrega “sin condiciones”. El pastor David Jang añade: “El verdadero discipulado siempre florece donde hay un amor que, en apariencia, se ve como un derroche”. A simple vista, la acción de la mujer resultaba poco razonable o incluso despilfarradora, pero, en la perspectiva general del Evangelio, se ve que fue un acto profético y simbólico, que anunciaba la muerte y resurrección de Jesús. En la cultura del antiguo Cercano Oriente, “ungir con aceite” era parte de un rito excepcional para quien iba a ocupar un lugar de rey o sacerdote, o una función muy relevante. Mediante su gran amor, ella proclamó que Jesús era verdaderamente “el Ungido”, el Mesías.

Además, en Lc 7:38, la mujer llora, besa los pies de Jesús, los moja con sus lágrimas y los seca con sus cabellos, mostrando su propia humillación y a la vez confianza en la compasión sagrada de Jesús. El pastor David Jang destaca que, en las lágrimas de esta mujer, se mezclan la gratitud por ser acogida a pesar de su pecado y su debilidad, y la congoja de intuir la muerte de Aquel a quien tanto ama y reverencia.

Así, el episodio del alabastro quebrado en la casa de Simón el leproso en Betania, combinado con la carga simbólica de aquel lugar (alguien impuro, ahora sanado, que comparte la mesa de Jesús) y la devoción absoluta de la mujer (romper el perfume más preciado), revela la identidad mesiánica de Jesús y la plenitud del Evangelio. El pastor David Jang subraya que este suceso, esta historia de amor, muestra la cualidad más importante del Evangelio: el amor sin condiciones. Si en nuestro interior aún existe una mirada calculadora o un espíritu contable, podríamos ver, erróneamente, la acción de esta mujer como un “despilfarro”. Pero el Evangelio declara que “lo necio de Dios es más sabio que la sabiduría humana” (1 Co 1:25), y que el amor que a ojos del mundo luce como un gasto innecesario es, en realidad, la sabiduría de Dios y la potencia de la salvación.

En conclusión, el pastor David Jang define lo ocurrido en Betania como “la esencia misma del Evangelio: el amor más sublime en la casa de quien estaba en lo más bajo y abandonado”. Simón, antes aislado a causa de la lepra, es restaurado y come con Jesús, mientras una mujer considerada pecadora rompe el frasco de su perfume más costoso para ungirlo. Esto es el Evangelio hecho realidad, y es el tipo de amor que el Señor sigue buscando en la actualidad. Ese amor no se guía por un interés previo ni por un cálculo racional, sino que brota como si fuera un derroche: un amor incondicional, sin buscar recompensa.


2. La perspectiva de los discípulos y de Judas Iscariote

En los Evangelios, se registra también la reacción de los discípulos y la traición de Judas Iscariote, enlazándolos con el suceso del alabastro (Mt 26:8-16; Mc 14:4-11; Lc 22:3-6; Jn 12:4-6). Especialmente en Mc 14:4-5, tras el acto de quebrar el alabastro, “algunos” se indignaron y dijeron: “¿Por qué se ha hecho este desperdicio de perfume?” (v. 4). Mt 26:8 aclara que esos “algunos” eran los discípulos; Jn 12:4-5 focaliza en Judas Iscariote; y Lc 7 recoge el pensamiento del fariseo Simón, que cuestionaba la autenticidad profética de Jesús por permitirle a esa mujer “pecadora” acercarse a Él. Así, en varios Evangelios se ve una mirada que juzga el amor de la mujer como “derroche” o “exceso inútil”, incapaz de reconocerlo como “amor genuino”.

El pastor David Jang comenta: “Quien no ha experimentado de veras el amor puede ver los actos de amor sincero como un ‘desperdicio’”. Aunque los discípulos y Judas habían estado con Jesús a diario y contemplado Sus enseñanzas y milagros, no captaron por completo la esencia de Su amor. Además, Jn 12:4-6 revela que Judas consideraba un desperdicio el perfume, alegando que podría haberse vendido para ayudar a los pobres, pero en realidad lo que buscaba era obtener beneficio personal, pues él manejaba la bolsa y robaba de ella. Según el pastor David Jang, esta escena evidencia que “quien no se adentra en la dimensión del amor termina por demostrar su objetivo egoísta y calculador”.

Ante las protestas de los discípulos, Jesús responde: “Dejadla, ¿por qué la molestáis?” (Mc 14:6). Es una confirmación de que el Señor aprueba la acción de la mujer y, a su vez, reprende la actitud de los discípulos. Incluso afirma que este acto prepara Su propia sepultura y será recordado allí donde se predique el Evangelio (Mc 14:8-9). El pastor David Jang formula una pregunta esencial: “¿Por qué, si todos ven la misma escena, unos perciben un misterio celestial y otros lo tachan de derroche?” El motivo se halla en lo que mora en el corazón. Quien vive lleno de amor no duda en romper su frasco de alabastro, aun si parece costoso. Pero a quien le falta amor y se vuelve calculador, toda entrega le parece un desperdicio, y se centra en sus propios intereses.

Desde entonces, Judas Iscariote toma un giro drástico. Como relatan los Evangelios, él concierta con los sumos sacerdotes la entrega de Jesús por treinta monedas de plata (Mt 26:14-16; Mc 14:10-11; Lc 22:3-6). En Jn 13:2 se lee que “el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote… que lo entregara”. El pastor David Jang explica que, si examinamos por qué Judas decidió traicionar a Jesús, el “episodio del alabastro” parece ser el impulso definitivo. Judas pudo concluir, al ver a su Maestro aceptar semejante “despilfarro”, que ya no se ajustaba a la idea de “Mesías” que él esperaba. Posiblemente pensó: “Si fuera un auténtico líder, no habría consentido que se malgastara tanto dinero. Y si se tratara del reino de Dios, lo habríamos usado para ayudar a los pobres, ¿no?” Pero en el fondo, lo dominaba la codicia; desde una mentalidad racional y calculadora, no supo ni quiso entender el propósito y el amor de Jesús, optando por la traición.

Entre los discípulos, Judas llegó al extremo de vender a Jesús, pero los demás también vieron el acto de la mujer como un derroche (Mt 26:8). El pastor David Jang recalca que esto es una gran advertencia para nosotros. Aunque caminemos con Jesús, seguimos siendo propensos a calcular y buscar nuestro propio beneficio. De hecho, antes de la cruz, los discípulos discutían sobre quién sería el mayor (Lc 22:24), luego huyeron al ser arrestado el Señor (Mc 14:50), y Pedro negó a Jesús tres veces (Mc 14:66-72). Como subraya el pastor David Jang, la actitud de aquellos discípulos refleja “un espejo de nuestra realidad”: aun estando frente al Señor del amor, no soltamos nuestros criterios de ganancia.

Sin embargo, el Señor no los rechazó. Después de la Cena de Pascua, les lavó los pies y dijo que “los amó hasta el fin” (Jn 13:1). Paradójicamente, los discípulos no habían expresado de forma tan directa su amor al Señor, mientras que esta “mujer pecadora” derramó sobre Él el perfume más valioso, anticipando Su muerte y entierro. El pastor David Jang enseña que “amar es dar sin escatimar, y aunque pueda verse como derroche, en realidad es el camino para que resplandezca la verdadera gloria”. Mientras los discípulos se aferraban a la lógica del mundo y Judas se rendía ante la codicia, el Evangelio proclama un amor incondicional hacia unos seres tan débiles y con tantas faltas.

Por ello, el pastor David Jang nos invita a observar la reacción de los discípulos y de Judas y preguntarnos: “¿No es ésa también mi actitud?” Incluso si llevamos mucho tiempo en la iglesia y escuchamos la Palabra con frecuencia, si en el fondo de nuestro corazón permanece la tendencia a buscar lo propio y a calcularlo todo, corremos el peligro de tachar de “despilfarro” el auténtico amor y la entrega, apelando a lo “correcto” o “incorrecto”. Y en el peor de los casos, terminamos traicionando al Señor al estilo de Judas. El pastor David Jang advierte que “traicionar a Jesús no significa únicamente venderlo de manera evidente. En la vida eclesial o en nuestro andar de fe, cuando rechazamos la entrega de amor que aparentemente se desperdicia y solo aplicamos reglas de coste-beneficio, ya está brotando la semilla de la traición en nuestro interior”.


3. El amor como “derroche” y su lugar central en el Evangelio

Por último, conviene fijarse en la declaración de Jesús sobre la mujer que rompió el alabastro: “De cierto os digo que dondequiera que se predique este Evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ella hizo, para memoria de ella” (Mc 14:9). Esto indica que su acción está intrínsecamente unida al mensaje del Evangelio. Puede parecer un gasto excesivo a la mirada humana, pero para el Evangelio es la “meta última” a la que aspira. El pastor David Jang expone: “El Evangelio, en el fondo, es el santo derroche de Dios, la entrega de Su Hijo unigénito por amor”. El Padre Dios entregó a Su Hijo por los pecadores, y Jesús se derramó como ofrenda en la cruz, dando Su vida por el perdón de nuestros pecados y regalándonos la salvación.

Este concepto de “derroche” se vincula a lo que se lee en 1 Co 1:18 y siguientes: “La palabra de la cruz es locura para los que se pierden, pero para nosotros los salvos es poder de Dios”. Desde la visión humana, la cruz parece ilógica e incomprensible. ¿Por qué Dios omnipotente tuvo que encarnarse y morir por los pecadores? Según el pastor David Jang, la “sabiduría del amor de Dios” encerrada en la cruz está fuera del alcance de la sabiduría humana. La acción de la mujer al derramar todo el perfume expresa que “solo quien está dispuesto a derrochar sin miedo ante el Señor puede experimentar la profundidad del Evangelio”. Ese evento nos comunica simbólicamente esta verdad.

Por ello, esta historia no se queda en un testimonio bello del pasado, sino que hoy nos cuestiona acerca de nuestra propia fe y de cuán “totalmente” amamos a Dios, si es que nuestro amor alcanza ese punto en que casi parece “despilfarro”. El pastor David Jang menciona ejemplos concretos de nuestro tiempo, nuestras finanzas, nuestros talentos y nuestra dedicación. A lo mejor, alguien a nuestro alrededor exclama: “¿Por qué tanto afán? ¿No es demasiado?” cuando invertimos tiempo en el culto y en la oración, o dinero en la expansión del Reino de Dios. Pero el amor genuino no ve eso como un gasto inútil, sino como gozo de ofrecer al Señor.

El pastor David Jang subraya que, para que nuestra adoración no se reduzca a una formalidad o rutina, lo primero es “romper el alabastro” y entregar todo nuestro ser al Señor. Tal vez a algunos les parezca un “exceso de fervor” la manera en que cantamos o oramos, pero si es una expresión de amor a Dios, jamás será un desperdicio. Lo mismo sucede con la obra misionera y de ayuda social. Puede que alguien critique: “¿Por qué emplear tanto esfuerzo y recursos en las misiones extranjeras cuando aún hay muchos necesitados aquí?” Pero el núcleo del Evangelio es el amor de Dios para todo el mundo, sin limitaciones geográficas ni condiciones. Se requiere, por tanto, un “derroche” que no se recluya en una sola área.

Asimismo, el pastor David Jang aclara que quebrar el alabastro anticipa la sepultura de Jesús (Mc 14:8). Muy pronto, Jesús iría a la cruz como ofrenda de expiación y resucitaría para traer vida eterna. Y esta mujer, desde su amor, al parecer pudo “vislumbrar” ese futuro y el “destino” de Jesús. Se dice que “quien ama, percibe el futuro”; ella, con su amor, captó e intuyó la muerte y la resurrección de Jesús. Mientras los discípulos se negaban a aceptar la cruz (“Señor, eso nunca te sucederá”, Mt 16:22) o simplemente no comprendían ese camino (Mc 10:35-45), esta mujer se presentó en el banquete, rompió el alabastro y, de manera audaz, se unió al verdadero camino del Señor. El pastor David Jang indica que “el amor es la llave de la comprensión espiritual”: sin un amor sincero, ni el estudio teológico más profundo alcanza para captar verdaderamente el camino de Jesús; se requiere amar para percibirlo y unirse a Él.

Hoy, del mismo modo, si dentro de la comunidad cristiana perdemos de vista que la esencia del Evangelio es “un amor que se entrega sin medida”, fácilmente, como los discípulos o Judas, caeremos en ópticas calculadoras y en conflictos y divisiones. Podemos llegar a criticar o comparar cuánto sirve cada uno, cuánto ofrenda, cuánta dedicación o fervor demuestra. Pero si de veras se predica el Evangelio, tal como Jesús mandó que recordáramos a la mujer que quebró el alabastro, nuestra reacción debería ser compartir la alegría ante la entrega y el amor de los hermanos, dando juntos la gloria al Señor.

El pastor David Jang enfatiza que “el propósito de anunciar el Evangelio no se limita a aumentar la congregación o a perseguir el éxito personal, sino que consiste en encarnar este ‘amor que se da sin reservas’ en la vida”. Y eso es lo que glorifica a Dios y da testimonio de forma viva al mundo. Tal como Jesús fue el grano de trigo que cayó a tierra y murió para dar mucho fruto (Jn 12:24), cuando nosotros también, a Su imagen, decidimos aceptar ‘desperdiciarnos’ por amor, el mundo percibe la fragancia de Cristo y se manifiesta la realidad del Reino de Dios.

En definitiva, la historia de la mujer que quiebra el alabastro puede variar en los detalles de cada Evangelio, pero su mensaje esencial es el mismo: “El amor ofrecido a Dios jamás es un derroche”. Para quienes han perdido ese amor, sí luce como despilfarro; pero desde el prisma del Evangelio, ese aparente gasto innecesario es la fuente de vida y de salvación. El pastor David Jang lo subraya: “La cruz del Señor es la máxima expresión de un Dios omnipotente que eligió un camino que parece absurdo, y quien acoge ese amor se convierte en alguien que, sin reservas, rompe su propio alabastro ante el Señor. Aunque el mundo lo juzgue un despilfarro, en ese acto se encierra el poder del Evangelio”.

La gran pregunta que se nos plantea es: “¿Seremos capaces de romper nuestro alabastro en la vida diaria?” Por más tiempo que llevemos en la fe, no resulta fácil liberarnos por completo de la lógica del cálculo y la utilidad. Pero si hemos experimentado el amor de la cruz y, como explica el pastor David Jang, comprendido que “éramos leprosos espirituales y el Señor nos sanó”, entonces descubriremos que ofrecerle al Señor lo más preciado no nos resulta una pérdida. Nuestro alabastro puede ser nuestro dinero, nuestro tiempo, nuestro talento o nuestro proyecto de vida. Para algunos, su posición o prestigio en la sociedad. Sea lo que fuere, si lo valoramos más que al Señor, hemos de “romperlo” y rendírselo a Él; de esta forma, esa entrega se convierte en una adoración de suave fragancia ante Dios.

En este tercer punto, el pastor David Jang sintetiza: El Evangelio es el plan de salvación de Dios que se realizó mediante un “amor que se derrocha”. Y el camino para participar en esa salvación también se abre por nuestra entrega decidida a “derrochar” nuestro amor. Y todo comienza entendiendo que “El Señor ya se derrochó primero por nosotros”. La cruz de Jesús fue la mayor rotura de alabastro, en la que Él lo entregó todo. Gracias a que Él dio Su vida, ahora conocemos el amor y podemos amar a Dios y a los demás, derramando también nosotros el perfume ante el necesitado, el enfermo o incluso las personas con quienes no coincidimos en la comunidad de fe. Y ese amor, en ningún caso, será estéril. Jesús prometió que en cada lugar donde se predique el Evangelio se recordaría esa entrega de amor.

A lo largo de las tres partes — (1) la reflexión del pastor David Jang sobre la casa de Simón el leproso en Betania y la mujer que rompió el alabastro, (2) la advertencia que representa la reacción de los discípulos y de Judas, y (3) la enseñanza de que la esencia del Evangelio radica en ese “amor que parece derroche” y su aplicación actual —, vemos que no se trata de una simple historia conmovedora, sino de una proclamación que contiene la quintaesencia del Evangelio. En el episodio del alabastro encontramos el amor incondicional de Dios por nosotros y se nos revela la entrega que debemos ofrecer ante Él. El pastor David Jang concluye planteando la pregunta que Dios dirige a cada uno: “¿Estás dispuesto a romper tu alabastro?” Y destaca que, al responder, es como penetramos en la hondura del Evangelio. Pero esa respuesta, en el fondo, ya está dada, pues Jesús rompió primero Su alabastro por nosotros y nos derramó Su amor infinito, capacitándonos así para romper el nuestro.

A fin de cuentas, el inmenso amor de Dios suele manifestarse en algo que parece un “despilfarro”. Pero es precisamente en ese “derroche” donde se halla el camino de vida para este mundo. No olvidemos que, como Simón el leproso, hemos sido sanados y aceptados a la mesa del Señor; cuidémonos de reproducir la actitud calculadora de los discípulos o de Judas, y como la mujer que rompió el frasco, ofrezcamos en gratitud y amor lo más valioso que tenemos en adoración a Dios. Esta es la verdad fundamental del Evangelio que el pastor David Jang recalca, y la senda del discipulado que debemos recorrer. Aunque el mundo lo vea como “algo insensato”, el Señor jamás desecha ese amor y promete: “Dondequiera que se predique este Evangelio, se contará también lo que ella hizo, para memoria de ella”. Aferrémonos a esa promesa y vivamos resueltamente, rompiendo nuestro alabastro ante Él.

www.davidjang.org

The Love That Broke the Alabaster Jar – Pastor David Jang


1. A Meditation on the House of Simon the Leper in Bethany and the Woman Who Broke the Alabaster Jar

The event that took place in the house of Simon the leper in Bethany is recorded in various forms in all four Gospels (Matt 26:6–13; Mark 14:3–9; Luke 7:36–50; John 12:1–8). Because it happened during the final week of Jesus’s public ministry, it held significant meaning for the Gospel writers. Through reflecting on this passage, Pastor David Jang emphasizes that on one hand, we must deeply ponder who Jesus is, and on the other hand, we must consider with what kind of love we ought to approach Him.

First, according to Mark 14:3, Jesus was having a meal in the house of Simon the leper in Bethany. The Greek word translated as “leper” here is the same term commonly used in the Old Testament for leprosy, yet it might have differed to some degree from modern-day Hansen’s disease in clinical terms. Nevertheless, traditionally, leprosy symbolized “uncleanness” or the need for separation from God. Pastor David Jang points out two key things here.

First, Jesus is willingly sharing a meal with someone deemed “unclean.” In the Jewish society of that time, a leper was segregated from the community and was unable to enter the Temple or normally interact with the general populace. Despite that, Jesus was eating in the house of Simon the leper in Bethany. This reveals that Jesus transcended legalistic and religious barriers and viewed people wholly through the lens of “love.” Pastor David Jang interprets Jesus entering and healing in the home of Simon the leper as a clear sign of what the gospel truly is. The gospel is the good news of the kingdom of God, extended toward sinners, the sick, and the weak. From a worldly perspective, it would seem fitting to keep someone like Simon in isolation, but the fact that he partook at Jesus’s table is the tangible embodiment of the gospel.

Second, there is the implicit significance of the name Simon. While Simon was a very common name in the Gospels (indeed Simon was the original name of Peter), Mark’s Gospel specifically distinguishes this person as “Simon the leper.” Pastor David Jang reminds us how familiar the name Simon would have been to the readers of the Gospels and connects it with the fact that Simon Peter was called as the chief disciple of Jesus. This indicates that the same grace which was extended to Peter applies equally to sinners and the sick. In those days, leprosy was often seen as “God’s judgment” or “spiritual impurity,” but by Jesus sharing a meal with such a man, He was in effect declaring His complete acceptance of him. Pastor David Jang says, “We must realize that we, too, were all spiritual lepers.” We also were dead in our sins and transgressions, unclean before the holiness of God; yet because of the love of Jesus Christ, we have been invited to fellowship at His table.

It is in this concrete and symbolic place—“the house of Simon the leper in Bethany”—that a woman approaches Jesus and breaks an alabaster jar of costly perfume, pure nard, over His head (Mark 14:3). Regarding this woman, Matthew’s Gospel describes her simply as “a woman,” Mark’s Gospel likewise calls her “a woman,” Luke’s Gospel recounts “a woman who had lived a sinful life” coming to Jesus in the house of Simon the Pharisee (possibly a different Simon) and pouring perfume while weeping, and John’s Gospel identifies her as Mary. There are differences in the details recorded by the authors, but all highlight the same or a similar event—namely, that this woman poured out very expensive perfume on Jesus, and they underscore the profound meaning of her loving and dedicated act.

Pastor David Jang focuses on the significance of the “nard” perfume. Nard was a high-grade fragrance extracted from the root of a plant gathered in the high mountain regions of the Himalayas, making it extremely rare and costly in the Palestinian area of that time. Purchasing one alabaster jar of this perfume would require about three hundred denarii—essentially a year’s wages for a common laborer. Hence, the woman’s complete outpouring of the jar over Jesus represents a symbolic act of giving “everything” she had. Pastor David Jang explains, “Before the Lord, this woman offered her most precious possession. She may have intuitively recognized the imminence of His death and resurrection, and that He was the true King.” Love does not calculate cost or return; the act of “giving without reserve” itself testifies to the essence of love.

From the woman’s action of breaking the alabaster jar and pouring out the perfume, we witness an unconditional love, or a “devotion without terms.” Pastor David Jang calls this “true discipleship, which always blooms from a love that appears wasteful.” Outwardly, her action may look irrational and wasteful, yet in the broader context of the Gospels, we see that her love was a prophetic and symbolic act foreshadowing Jesus’s death and resurrection. In the ancient Near East, anointing with oil was a ceremony that took place for very special offices, such as a king or priest. Through her immense love, she was proclaiming that Jesus was truly the Anointed One, the Messiah.

Moreover, in Luke 7:38, the woman is described weeping, kissing the feet of Jesus, soaking them with her tears, and wiping them with her hair. This highlights the humility of a sinner who barely dares stand before Jesus, yet with faith that trusts His holy love, she bows down and dedicates herself fully. Pastor David Jang especially focuses on her tears. These tears may have mixed emotions of gratitude for Jesus’s compassion, who accepts her despite her sinfulness and weakness, and the sorrow of foreseeing the death of the One she so deeply loves and reveres.

Thus, the story of the alabaster jar being broken in the house of Simon the leper in Bethany intertwines the significance of the setting (the unclean being healed and sharing a meal with Jesus) with the woman’s demonstration of absolute, unconditional love (breaking the most precious perfume and pouring it out). Together, these elements richly reveal Jesus’s true Messianic identity and the message of the gospel. Pastor David Jang emphasizes that this act of love discloses the foremost characteristic of the gospel—love given without conditions. If any part of us still measures, calculates, or compares, we risk deeming the woman’s love a “waste” or “squandering.” Yet the gospel declares, “the foolishness of God is wiser than men” (1 Cor 1:25), showing us that, by the world’s standards, love may appear wasteful—but it is actually God’s wisdom and the power of salvation.

In conclusion, Pastor David Jang describes this episode in Bethany as “the very heart of the gospel displayed in the lowest place, in the house of one cast out by society, where the most precious love unfolds.” Simon, who had been isolated by leprosy, was restored and dined with the Lord, and a woman thought to be a sinner broke her most valuable jar of perfume to serve Jesus in that same house. This is the tangible gospel, and the Lord still seeks this kind of love today—one that is never calculating, that may appear wasteful, and that is unconditional and offered without thought of return.


2. The Perspective of the Disciples and Judas Iscariot

In the Gospels, right after or in the midst of the alabaster jar breaking incident, the disciples’ reactions and the betrayal by Judas Iscariot are mentioned (Matt 26:8–16; Mark 14:4–11; Luke 22:3–6; John 12:4–6). Notably, Mark 14:4–5 shows that some spectators were indignant with the woman, saying to each other, “Why this waste of perfume?” Matthew 26:8 identifies these “some people” specifically as the disciples, while John 12:4–5 narrows it down to Judas Iscariot. Luke’s Gospel narrates how Simon the Pharisee (possibly another Simon) witnessed this act and questioned, “If this man were a prophet, He would know what kind of sinful woman is touching Him,” thus showing another angle of how people saw the woman’s anointing as not true love but wasteful or empty fervor.

Pastor David Jang observes, “To those who have never truly experienced love, a genuine act of love can sometimes appear to be ‘wasteful.’” Though the disciples and Judas heard Jesus’s words daily and witnessed many miracles, they did not fully grasp the essence of His love. John 12:4–6 indicates that while Judas condemned the perfume pouring as wasteful, claiming they could have sold it and given the money to the poor, he was in fact embezzling from the money bag. Pastor David Jang remarks that this shows “someone who remains outside the realm of love inevitably reveals a calculating and self-centered motive.”

Jesus rebukes the disciples’ objections by saying, “Leave her alone. Why do you trouble her?” (Mark 14:6). This shows that the Lord greatly appreciated her act, while simultaneously reproving the disciples’ attitude. Furthermore, Jesus declares that her deed was in preparation for His death and that it would be remembered wherever the gospel is preached (Mark 14:8–9). Pastor David Jang poses a crucial question: “Why is it that, witnessing the exact same event, some discern the secret of heaven while others see only waste?” The reason lies in “what fills their hearts.” Those with hearts filled with love do not regret breaking the alabaster jar. But those whose hearts have grown cold and whose gaze upon the Lord has become calculative see everything as wasteful and scheme only for their own gain.

Following this event, Judas Iscariot reaches a “decisive” turning point. According to the Gospels, he goes to the chief priests to betray Jesus for thirty silver coins (Matt 26:14–16; Mark 14:10–11; Luke 22:3–6). John 13:2 says, “the devil had already prompted Judas, son of Simon Iscariot, to betray Jesus.” Pastor David Jang reflects that the “alabaster jar incident” solidified Judas’s resolve to betray. Seeing his Teacher condone such a monumental extravagance, Judas likely ceased believing that Jesus was walking the path of the “Messianic kingdom” he had envisioned. In other words, Judas’s logic might have been, “If He were the true leader, He wouldn’t allow such a financial waste. Why let this chance to help the poor slip away?” Underneath, however, greed had already taken root; he was judging Christ’s ministry from a purely pragmatic standpoint, utterly failing to grasp the Lord’s heart and the nature of His love.

Among the disciples, Judas took the most extreme route of betrayal. Yet even the other disciples rebuked the woman’s action as wasteful (Matt 26:8). Pastor David Jang notes that we must treat this as a serious warning example. Even those who know and follow Jesus can still put profit or calculations ahead of love. Ultimately, on the eve of Jesus’s crucifixion, the disciples argued among themselves about who was the greatest (Luke 22:24), they scattered when He was arrested (Mark 14:50), and Peter was driven to deny the Lord three times (Mark 14:66–72). As Pastor David Jang repeatedly emphasizes, the disciples’ failure to relinquish their own standards and gain—even when standing before the Lord of love—mirrors “all of us.”

And yet, the Lord did not abandon them. After the Passover meal, He washed their feet, showing, “He loved them to the end” (see John 13:1). Ironically, the woman, widely regarded as a sinner, was the one who poured out a year’s worth of wages in perfume to anoint and prepare the Lord’s body for burial, while the disciples themselves were hesitant to express their own love and devotion. Pastor David Jang reiterates that “love is giving without reserve, and though it may look like waste, it is through such giving that true glory is revealed.” While the disciples’ perspective remained constrained by worldly logic, and Judas let greed pull him toward betrayal, the gospel proclaims “unconditional love” toward even such flawed, weak human beings.

Pastor David Jang urges us to reflect deeply on the disciples’ and Judas’s reactions, asking, “Might I have this tendency within myself?” Even if we have long attended church, drawn near to worship, and heard God’s Word, if our deepest heart remains calculative and self-centered, we risk labeling genuine love and devotion as “waste,” under the pretext of “right and wrong.” And in the worst case, we could end up, like Judas, betraying the Lord. Pastor David Jang warns, “Betraying the Lord isn’t limited to overtly ‘selling Jesus out.’ When we refuse the heart of sacrificial love within the church or in our faith life, and cling only to profit and calculation, then the seed of betraying the Lord of love has already taken root in our hearts.”


3. The Core of the Gospel: The Love That Appears Wasteful

Finally, we must focus on Jesus’s statement regarding the woman’s deed: “Truly I tell you, wherever the gospel is preached throughout the world, what she has done will also be told, in memory of her” (Mark 14:9). This signifies that her act is inextricably linked to the gospel message. By human logic, it is wasteful and extravagant; yet precisely such “waste” defines the ultimate shape that the gospel aims for. Pastor David Jang states, “The gospel is, in essence, God’s holy lavishness toward us—His willingness to give up His only begotten Son.” God the Father gave His only Son for sinners, and Jesus poured Himself out on the cross as a sacrificial offering without sparing Himself, thereby atoning for our sins and granting us salvation.

From the perspective of “waste,” this idea parallels Paul’s proclamation in 1 Corinthians 1:18 and onward: “For the message of the cross is foolishness to those who are perishing, but to us who are being saved it is the power of God.” In the eyes of this world, the cross is incomprehensible and entirely irrational—indeed, a “waste.” Why would an omnipotent God need to take on human form and die for sinners? Worldly wisdom can never grasp the “wisdom of God’s love” hidden there, which Pastor David Jang asserts is the crux of the gospel. The story of the woman breaking her alabaster jar and pouring out its contents likewise carries “the symbolic message that only those unafraid to appear wasteful before the Lord can genuinely experience the depths of the gospel.”

Hence, this account does not merely depict a touching scene from a distant town in bygone days. It compels us, here and now, to examine the extent to which our faith and life embody “total devotion,” a love that seems “wasteful.” Pastor David Jang enumerates practical examples regarding our time, finances, talents, and even the posture of our dedication. When you allocate your time for worship and prayer, give generously for the purposes of God’s kingdom, or devote your talents entirely for God’s glory, people around you may protest, “Why do you go to such extremes? Why not keep things moderate?” However, true love continues to give to the Lord no matter the opinions of bystanders.

Pastor David Jang also cautions that the alabaster jar event had a particular relevance to the “anointing of Jesus for His burial” (Mark 14:8). Jesus would soon die on the cross as the atoning sacrifice and would rise again to bring everlasting life. This woman, perhaps more than anyone else, perceived in love the impending fate of Jesus—His “future”—and responded. “When one truly loves, one catches a glimpse of the future.” By loving Jesus wholeheartedly, she may have intuited His approaching death and resurrection. Even while the disciples were denying the possibility—“This shall never happen to you, Lord” (Matt 16:22)—and fighting among themselves without understanding the path of the cross (Mark 10:35–45), she boldly showed her devotion at the banquet, breaking her alabaster jar and, in her own way, grasping “the real path” of Jesus. In this sense, Pastor David Jang advocates that “love is the key to spiritual insight.” There are aspects of Jesus’s way we cannot know by mere head knowledge or theology but can sense and join through love.

Furthermore, Pastor David Jang asserts that if we lose sight of “wasteful love” as the core of the gospel, our churches today can easily mirror the disciples or Judas—becoming mired in self-centered perspectives, criticism, and strife. People may compare who serves more or who gives more offerings, or they may feel uneasy about someone’s devotion, asking, “Why such excess?” But in a true gospel-centered community, where the gospel is proclaimed in its fullness, we do what Jesus commanded: remember and celebrate the woman who broke the alabaster jar for Him, and together, with one accord, glorify the Lord for such love.

According to Pastor David Jang, “The purpose of spreading the gospel is not merely expanding church membership or attaining individual success, but rather embodying ‘selfless giving love’ in our daily lives.” This is what ultimately glorifies God and bears living witness to the gospel for our neighbors. Just as Jesus, the grain of wheat, fell into the ground and died to bear much fruit (John 12:24), we too, when we imitate the Lord and choose to be “spent” for others, spread Christ’s fragrance to the world and reveal the reality of God’s kingdom.

In conclusion, the story of the woman who broke the alabaster jar is recorded differently by each Gospel writer, yet they convey the same message: “No act of love given to God is ever wasted.” To those who have lost love, it may look like mere waste. But from the gospel’s vantage, the love that seems squandered is in fact the wellspring of life and salvation. Pastor David Jang repeatedly insists, “The cross of our Lord is the supreme manifestation of an omnipotent God choosing a method that appears foolish and wasteful—yet this is the pinnacle of love. Those who accept that love become those willing to break the alabaster jar for the Lord, even if it appears extravagant in the world’s eyes. The power of the gospel resides in that seeming waste.”

Each of us must decide whether we have the courage to “break the alabaster jar” in concrete moments of life. Even seasoned believers may be bound by pragmatic, calculated thinking, not entirely free from concerns about benefit or gain. But if we have truly experienced the love of the cross, and, as Pastor David Jang reminds us, “recognized that we were once all spiritual lepers whom the Lord has healed,” then we will understand that devoting our all to the Lord is never too costly. That alabaster jar might be our finances, our time, our talents, or our future plans. For some, it could be a matter of pride or worldly position. Whatever it is we treasure more than the Lord, in “breaking” it and surrendering it to Him, we offer a most fragrant act of worship.

Pastor David Jang concludes this third section by summarizing, “The gospel is God’s saving plan completed by a ‘wasteful act of love,’ and our participation in that salvation likewise begins with a decision to pour out ourselves in love.” The starting point is realizing that “the Lord has already been wasted for my sake.” The cross of Jesus was the greatest example of an alabaster jar broken. Because He gave us everything He had, we can know that love and in turn offer it back to Him and to others. Whether to the poor, the sick, or someone in our church community with whom we struggle, we can still break the jar and pour out the perfume of the Lord. Such sacrificial love will never be in vain; the Lord Himself promised that wherever the gospel is proclaimed, it would be remembered and honored.

Having examined these three subtopics—(1) Pastor David Jang’s meditation on the house of Simon the leper and the woman who broke the alabaster jar, (2) the warning from the disciples’ and Judas’s perspective, and (3) the relevance of wasteful love as the core of the gospel—we see that this story is not merely a “moving tale,” but a profound proclamation of the heart of the gospel. The alabaster jar event embodies God’s unconditional love for us and shows the kind of devotion we should offer in response. Pastor David Jang asks, “God is asking us: ‘Are you ready to break your alabaster jar?’” and stresses that our answer to this question determines how profoundly we experience the gospel. And the answer has already been given: because Jesus first broke His jar for us and poured out infinite love, we too have the power to break ours.

Ultimately, God’s great love always appears “wasteful.” Yet it is precisely that seeming wastefulness which brings life to the world. We must remember the disciples’ and Judas’s failings, while also recalling that we, like Simon the leper in Bethany, have received healing and acceptance from the Lord. Then, in thankfulness and love, we should come before Him like the woman who broke the alabaster jar, offering the most precious aspects of our lives in a worshipful commitment. This is the essence of the gospel that Pastor David Jang persistently underscores, and it is the path of discipleship we must walk. Even if voices deride it as “foolish waste,” the Lord will never overlook such love but has promised, “Wherever the gospel is preached throughout the world, what she has done will also be told.” May we each resolve to live a life of breaking the alabaster jar.

www.davidjang.org

La Prière du Notre Père et le pardon – Pasteur David Jang


1. Le sujet et l’ordre de la prière

Le pasteur David Jang explique de manière concrète pourquoi nous devons prier et comment nous devons prier, en repassant point par point sur le sens contenu dans la prière du Notre Père. Il souligne d’abord que « notre prière a un but précis et un ordre établi » et met l’accent sur le fait que, dans la première partie du Notre Père, deux requêtes sont mentionnées en premier : que le nom de Dieu soit sanctifié et que le règne de Dieu vienne. Selon lui, ces deux requêtes correspondent à la « raison même de l’existence de l’homme » et à « notre objectif en tant qu’êtres vivants ». Autrement dit, notre vie doit rendre gloire à Dieu et contribuer à l’avancement de son règne sur terre. Toutefois, puisque nous sommes limités et ignorants, il nous arrive de ne pas savoir quoi demander dans la prière. Dans ce contexte, le Notre Père devient le modèle et le cadre de prière que Jésus lui-même nous a enseigné.

Le pasteur David Jang affirme que le Notre Père n’est pas simplement une « prière récitée par cœur », mais une prière très importante qui nous amène à intérioriser la manière même de prier. Beaucoup ne savent pas vraiment ce qu’est la prière ou comment formuler leurs requêtes devant Dieu ; ils finissent souvent par tourner en rond, ou ne prient que pour des besoins quotidiens et triviaux. Mais en comprenant correctement le Notre Père et en le méditant, on saisit clairement la structure fondamentale : « d’abord rechercher la gloire de Dieu et son règne », puis demander d’une manière équilibrée notre pain quotidien et ce dont nous avons réellement besoin.

En citant Romains 8 (« Nous ne savons pas ce qu’il convient de demander dans nos prières, mais l’Esprit intercède pour nous par des soupirs inexprimables »), il souligne à quel point l’être humain est faible et combien il dépend de l’assistance du Saint-Esprit pour prier. Le don des langues ou leur interprétation en est un aspect : cela facilite la communication avec Dieu. Toutefois, il insiste aussi sur l’importance de la prière intelligible : « Si le parler en langues est un don merveilleux qui nous permet de prier Dieu dans un langage que nous ne comprenons pas, la prière avec notre intelligence, nos émotions et notre volonté, afin de la formuler clairement devant Dieu, est tout aussi précieuse ». Citant 1 Corinthiens 14 :19 (« Dans l’Église, je préfère dire cinq paroles avec mon intelligence plutôt que dix mille paroles en langue »), il enseigne qu’il peut être bien plus bénéfique de prier en étant conscient de ce que l’on demande et de son sens.

Ainsi, en étudiant la structure et la signification profondes du Notre Père, le pasteur David Jang rappelle avoir déjà abordé les première et deuxième requêtes, « que ton nom soit sanctifié » et « que ton règne vienne », ainsi que la requête « donne-nous aujourd’hui notre pain quotidien ». Il met en avant que c’est Dieu qui pourvoit à tous nos besoins, et qu’il est le « bon Dieu qui récompense ceux qui le cherchent et répond à ceux qui le prient ». Comme le dit Jésus dans Matthieu 7 :9-10 (« Lequel d’entre vous donnera une pierre à son fils, s’il lui demande du pain ? Ou bien, s’il demande un poisson, lui donnera-t-il un serpent ?»), nous avons raison de faire confiance en Dieu, car il nous donne ce qu’il y a de meilleur.

Mais la prière n’est pas une simple énumération de vœux ; il faut d’abord savoir « qui est Dieu ». Le pasteur David Jang souligne que « la plus grande raison pour laquelle les gens ne croient pas en Dieu, c’est qu’ils ne savent pas qu’il est véritablement bon ». L’être humain se sent en confiance envers quelqu’un lorsqu’il fait l’expérience de la bienveillance répétée de cette personne ; ainsi, pour un enfant, la « bonne personne » qu’il identifie d’abord est souvent sa mère. De même, beaucoup ne croient pas en Dieu parce qu’ils ne le connaissent pas bien. Il insiste donc sur l’importance de montrer, dans l’Église comme à la maison, que « Dieu est réellement bon ». Comme on le chante parfois dans le cantique « Dieu est bon », il s’agit d’intégrer l’idée que Dieu nous nourrit, nous habille et nous lave, de manière à ce que cette image devienne familière.

Le pasteur David Jang porte ensuite son attention sur la scène où les disciples demandent à Jésus : « Seigneur, apprends-nous à prier ». Les disciples de Jean-Baptiste, comme toutes les écoles religieuses juives, avaient leur style de prière ; ainsi, les disciples de Jésus avaient besoin d’apprendre à prier selon leur Maître. Le Notre Père est précisément ce résumé le plus complet de la prière, ce condensé de toutes les dimensions de la prière que Jésus nous a enseigné. Il englobe la glorification de Dieu, la demande de pain quotidien pour nos besoins, et le pardon de nos péchés ainsi que celui envers autrui. Et c’est sur cette notion de « demander et offrir le pardon » que porte le cœur du message à ce stade du discours.

Le pasteur David Jang insiste sur l’importance du fait que, dans le Notre Père, la requête du pardon arrive juste après la demande du « pain quotidien ». En somme, l’être humain qui reçoit de quoi subsister et s’épanouir de la part de Dieu est ensuite appelé à pardonner et à recevoir le pardon à son tour. Cet enchaînement suggère qu’une fois qu’une personne, symbolisant le croyant, a reçu abondamment la provision divine, elle doit passer à l’étape suivante : « pardonner aux autres et être pardonnée ». Étant donné la structure progressive du Notre Père, il encourage à ne pas se contenter de le réciter mécaniquement, mais à en saisir la profondeur et à la mettre en pratique.

Pour illustrer l’importance du pardon, il évoque l’histoire de la femme surprise en adultère (Jean 8). Les religieux de l’époque soumettaient Jésus à un piège, demandant : « Faut-il lapider cette femme selon la Loi, ou non ? » Pendant ce temps, Jésus écrit quelque chose sur le sol. Le pasteur David Jang suppose que Jésus y a peut-être tracé la « nouvelle justice » et la « nouvelle Loi ». Jésus ne méprise pas la Loi ; au contraire, il l’accomplit et l’élève à un niveau supérieur. Sans abroger la condamnation que la Loi prononce contre les pécheurs, il déclare : « Que celui qui n’a jamais péché jette la première pierre », amenant chacun à examiner son propre péché. Résultat : tous lâchent leurs pierres et s’en vont. Seul Jésus reste avec la femme, et il lui dit : « Moi non plus, je ne te condamne pas ; va, et ne pèche plus ». Ce geste de Jésus consiste en un « pardon qui libère » – rappelons que dans le texte original grec, « pardonner » signifie « laisser partir, relâcher ». Jésus, dépassant la sanction exigée par la Loi, proclame une justice d’un ordre nouveau.

C’est là le cœur du pardon que l’on trouve dans le Notre Père, et qui rejoint l’enseignement de Jésus : « Pardonne jusqu’à soixante-dix fois sept fois ». Avant de condamner et de s’emporter contre quelqu’un, il faut reconnaître qu’on est soi-même pécheur : « Comment pourrais-je condamner autrui, moi qui ai déjà été pardonné de tant de fautes devant Dieu ? » Puis, pour mettre en pratique cette « nouvelle justice et cette nouvelle Loi » qu’a apportées Jésus, il faut pardonner. Le pasteur David Jang rappelle que Jésus a aimé les personnes adultères, les meurtriers, les voleurs, les cupides ; en le voyant agir, on découvre le « cœur du Père », fait de compassion. Et cela se reflète naturellement dans l’ordre du Notre Père.

Il ajoute que « condamner un pécheur peut sembler relever de la justice », mais « la “nouvelle justice” que Jésus enseigne se situe à un niveau supérieur, celui de l’amour et du pardon ». Il ne s’agit pas de « fermer les yeux sur le mal », mais de s’élever au-delà de la Loi, jusqu’à son but ultime : l’amour et la miséricorde. Ainsi, en Jésus, on voit l’accomplissement de la volonté de Dieu. Il ne s’agit pas d’abolir la Loi, mais d’atteindre « le cœur de Dieu » qui en est la source. De plus, ce pardon ne s’arrête pas à un acte isolé ; il ouvre la voie à une vie renouvelée où l’on ne pèche plus, et où la grâce reçue se transmet aux autres. C’est le message que le pasteur David Jang tire de ce passage.


2. Au-delà de la Loi, la grâce

Le pasteur David Jang souligne ensuite que l’humanité, ayant d’abord vécu à l’époque « sans Loi », est ensuite passée sous la Loi, pour finalement entrer à présent dans l’ère de la grâce grâce à Jésus. Le but de la Loi est d’amener l’homme à reconnaître son péché et à maintenir l’équilibre (l’égalité) et l’ordre au sein de la société. Par exemple, dans Exode 21, Lévitique 24 et Deutéronome 19, on trouve la loi du talion : « œil pour œil, dent pour dent », qui cherchait à rendre équitable la punition d’un péché. « La Loi vise la justice et l’égalité, et ainsi procure la paix sociale. »

Cependant, Jésus proclame une réalité qui dépasse cette Loi. Il enseigne : « Ne résistez pas au méchant ; si quelqu’un te frappe sur la joue droite, présente-lui aussi l’autre ; et si quelqu’un veut te forcer à faire un kilomètre, fais-en deux avec lui. » C’est un niveau bien plus élevé que celui du « œil pour œil ». Jésus révèle : « Vous ne pourrez pas entrer dans le Royaume de Dieu avec votre propre justice, mais le monde nouveau que j’apporte, où règnent l’amour, la miséricorde et la bienveillance, dépasse la Loi et en est l’ultime finalité. » Le pasteur David Jang qualifie cela d’« ère de la grâce » ou de « nouveaux cieux et d’une nouvelle terre ». Ceux qui y entrent ne suivent plus la logique de la vengeance, mais celle de la vie totalement renouvelée.

À ce point, il évoque l’histoire de Caïn et Abel dans l’Ancien Testament. Quand Caïn s’irrita à propos de l’offrande, Dieu lui dit : « Pourquoi es-tu irrité ? Le péché est tapi à ta porte ; mais toi, domine-le ! » Or Caïn ne surmonta pas sa colère et assassina Abel. C’est l’exemple même de la « période sans Loi » qui a produit le pire résultat de violence, manifestant la profondeur du péché humain. Malgré cela, Dieu vint trouver Caïn, comme il avait cherché Adam et Ève après leur faute : « Où es-tu ? » Alors que l’homme pécheur et coupable se cache et rejette la faute sur autrui, Dieu, lui, tend toujours la main.

À la question : « Pourquoi Dieu laisse-t-il le péché et Satan exister ? », le pasteur David Jang répond : « Satan, aussi puissant soit-il, ne peut rien face à l’autorité absolue de Jésus, qui lui ordonne de sortir ou d’entrer à sa guise. Tant que nous demeurons en Christ et vivons selon sa Parole, Satan ne peut nous faire de mal. » Le vrai problème, c’est que l’homme ne se défait pas de sa nature pécheresse : orgueil, jalousie, irresponsabilité. Cette nature nous retient dans la « violence ou la Loi », alors que Jésus nous appelle à avancer d’un cran, en pardonnant, en libérant, et en choisissant même de supporter le tort subi pour sauver l’autre. C’est « la nouvelle Loi » qu’il nous a enseignée.

Le pardon, précise-t-il, ce n’est pas « considérer qu’un mal est bon », mais c’est « refuser de se venger, même si on a subi un préjudice, et laisser partir l’offenseur ». Jésus nous exhorte « à pardonner jusqu’à soixante-dix fois sept fois », citant la parabole de Matthieu 18 où un serviteur endetté de dix mille talents est gracié par son maître, mais refuse à son tour de faire grâce à un homme qui ne lui doit que cent deniers. Le maître s’indigne : « Ne devais-tu pas, toi aussi, avoir pitié de ton compagnon, comme j’ai eu pitié de toi ? » Le pasteur David Jang souligne que voilà l’essentiel du pardon : nous sommes tous, devant Dieu, redevables d’une dette impossible à rembourser, et pourtant nous avons été graciés. Il est donc naturel, en retour, de montrer la même compassion envers ceux qui nous doivent peu.

Il enchaîne alors avec la parabole des ouvriers de la vigne dans Matthieu 20 : « Si tu as travaillé toute la journée pour un denier, et qu’un autre, arrivé à la onzième heure, touche le même salaire, comment réagirais-tu ? » Lorsque celui qui a travaillé depuis le matin s’en plaint, le maître répond : « N’ai-je pas convenu avec toi d’un denier ? Pourquoi regardes-tu d’un œil mauvais ma bonté ? » C’est une dénonciation de l’envie et de la jalousie « à la manière de Caïn ». Le pasteur David Jang insiste sur le fait que la grâce de Dieu dépasse toute logique humaine. Nous avons déjà reçu « une grâce immense » et n’avons pas à la « mesurer » ni à la « comparer » par rapport aux autres. Pardonner, c’est ainsi accepter de « libérer » celui qui nous a offensés ou qui nous est redevable. C’est, selon lui, le « cœur du Père » révélé par Jésus.

Dans la perspective de l’Ancien Testament où la justice consiste à punir le coupable et à dédommager la victime, cela peut paraître injuste. Cependant, Jésus nous dit : « Nous sommes tous redevables de dix mille talents. Dieu nous a pardonnés sans condition, alors faites de même pour autrui. » Il ne s’agit pas d’un simple acte de bonté ponctuel, mais d’un changement radical de racine et d’attitude, nourri quotidiennement par la récitation et la méditation du Notre Père. Nous qui étions portés à haïr et à nous venger, nous sommes désormais appelés à cheminer vers « l’amour des ennemis ». Et cela se manifeste clairement dans la partie « Pardonne-nous nos offenses, comme nous pardonnons aussi à ceux qui nous ont offensés » de la prière du Notre Père.

En conclusion de cette partie, le pasteur David Jang explique que ce n’est pas un hasard si, après la demande du pain quotidien, nous avons la requête : « Pardonne-nous nos offenses, comme nous pardonnons aussi à ceux qui nous ont offensés ». Celui qui reçoit du pain pour vivre doit naturellement manifester la miséricorde et le pardon. Il souligne également que Jésus a accompli la Loi en inaugurant une réalité plus vaste et plus profonde : « Vivez désormais dans cet univers riche de grâce ». Cela renvoie à la dynamique du Notre Père, qui va du don de Dieu envers nous à l’amour et au pardon à offrir autour de nous.


3. L’absolu de Dieu et son amour

Enfin, le pasteur David Jang élargit le propos, expliquant les implications spirituelles et théologiques de cette « nouvelle Loi » et de cette « nouvelle ère ». Il fait remarquer que, même aujourd’hui, la technologie et le monde changent de manière spectaculaire, mais que la transformation véritable part du cœur et des valeurs de l’être humain. On peut envoyer des hommes sur Mars, installer des satellites de communication, mais aucune technologie ne peut éliminer le péché dans le cœur de l’homme. Bien qu’on souhaite que l’Évangile soit annoncé partout, même si on le fait, « si l’on n’accueille pas le monde du pardon et de la bienveillance, les conflits, la jalousie, la violence et la persécution persisteront ». Mais Dieu veut que l’Évangile soit proclamé « jusqu’à la fin du monde », et le cœur de cet Évangile, c’est le pardon et la réconciliation.

À la remarque d’un enfant : « Pourquoi ne pouvons-nous pas voir Dieu ? », le pasteur David Jang répond en abordant l’absolu divin. Dieu est l’Être absolu qui voit en même temps le haut, le bas, la gauche, la droite, l’avant et l’arrière. En tant qu’êtres situés, nous ne pouvons pas le voir sous cet angle absolu. Cela indique que Dieu n’est pas de la même nature que nous, et que, peu importe la direction dans laquelle nous allons, nous restons devant l’Absolu immuable. Dans une époque marquée par le postmodernisme et le pluralisme religieux qui proclamait « l’inexistence de toute valeur absolue », il souligne néanmoins que sans absolu, l’homme est vite perdu et privé de sens. Pour les croyants, cet absolu, c’est Dieu, et la Parole de Dieu, laquelle soutient chacun de nous.

Partant de là, il conclut : « Si nous comprenons vraiment ce Dieu absolu, qui est amour, comment pourrions-nous ne pas pardonner aux autres ? » C’est précisément la raison pour laquelle le Notre Père nous demande à la fois de demander et de donner le pardon. Si nous avons déjà reçu et revêtu l’amour et la grâce de notre Père céleste, nous devons, à notre tour, aimer et pardonner. L’attitude d’Adam qui accuse Ève, ou celle d’Ève qui accuse le serpent, ou encore celle de Caïn envers Abel, subsistent en nous sous la forme du péché. Pourtant, Jésus est venu pour restaurer les pécheurs ; il est « l’Agneau de Dieu qui ôte le péché du monde » (Jean 1 :29) et a pris le chemin de la Croix.

Le pasteur David Jang fait aussi allusion aux débats théologiques, comme entre calvinisme et arminianisme, qui surgissent parfois dans l’Église, rappelant le chapitre 14 de l’Épître aux Romains : « que le fort ne méprise pas le faible, et que le faible ne juge pas le fort ». En effet, nous sommes tous choisis par la grâce souveraine de Dieu, et en même temps responsables de répondre par la foi. Derrière ces controverses doctrinales, le fait essentiel demeure : « Dieu nous a aimés inconditionnellement et a effacé notre immense dette, nous devons donc, nous aussi, pardonner aux autres ». Les paraboles des ouvriers de la vigne en Matthieu 20 ou du fils prodigue en Luc 15 illustrent la bonté divine, qui dépasse de loin notre compréhension. Après avoir reçu cette grâce, il est tentant de nous plaindre : « Pourquoi être aussi généreux avec les autres ? », mais c’est une posture semblable à celle de Caïn, un refus du « monde nouveau » dont Jésus parle.

Au final, le pardon que Jésus nous enseigne dans le Notre Père n’est pas facultatif pour le croyant : c’est un engagement pratique et incontournable. « De même que Dieu a effacé nos dettes, nous devons effacer celles de nos frères. » Loin de la logique légale qui voudrait qu’on jette en prison le débiteur afin de rétablir l’équilibre, nous nous souvenons humblement que nous-mêmes avions une dette immense totalement annulée par Dieu. C’est là tout le sens du pardon. Le pasteur David Jang le définit comme « le cœur de Dieu ». La Loi d’autrefois disait : « œil pour œil, dent pour dent », mais Jésus dit : « Aimez même vos ennemis ». Voilà l’invitation du Seigneur : entrer chaque jour dans la prière en considérant le pardon comme un sujet majeur, et renoncer à nos rancunes ou colères pour suivre l’exemple de son amour sacrificiel.

Lorsque nous disons que, par la foi, nous sommes entrés dans « l’ère nouvelle, l’ère de la grâce », cela signifie vivre sous le signe du pardon, de la réconciliation et de l’amour. Ce n’est plus se satisfaire de la réparation légitime du dommage subi ; c’est imiter Jésus, qui a tout donné pour sauver même ceux qui l’avaient offensé. Il n’a pas condamné la femme adultère, mais lui a simplement demandé de ne plus pécher. Il a tendu la main à tous les pécheurs pour leur offrir la repentance et la restauration. Dans notre vie quotidienne, nous sommes appelés à nous souvenir en permanence de ce message et à mettre en pratique la parole : « Si quelqu’un te frappe sur la joue droite, présente-lui aussi l’autre ».

Tout au long de sa prédication, le pasteur David Jang souligne que, malgré la présence persistante de la lâcheté et de la violence (les traits d’Adam et de Caïn) en l’homme, nous sommes devenus de nouvelles créatures par le sang et la grâce de Jésus. Il faut donc renouveler radicalement nos pensées et nos attitudes. Par ailleurs, même si la technologie avance à grande vitesse et que le monde paraît se transformer, si notre cœur reste emprisonné dans l’« orgueil, l’envie, la colère et la haine », il ne peut y avoir de paix véritable. Seul Dieu peut établir les « nouveaux cieux et la nouvelle terre ». Et cette réalité est dominée par la loi de l’amour et du pardon. C’est en effet la valeur la plus décisive pour ce nouveau monde promis par Dieu.

La Loi que Jésus nous a enseignée sur cette terre, c’est : « Aimez-vous les uns les autres, comme je vous ai aimés ; de même que vous avez reçu mon pardon, pardonnez aussi. » Notre propre force ne suffit pas, mais le Saint-Esprit nous aidera à y parvenir. Romains 8, où il est écrit que « l’Esprit intercède pour nous par des soupirs inexprimables », atteste que Dieu nous soutient dans notre faiblesse. Le Notre Père, de même, nous ouvre un chemin pour rendre notre vie de prière toujours plus riche dans l’Esprit. De même que nous demandons chaque jour à Dieu notre subsistance, nous devons compter sur la même force divine pour pardonner. Alors notre prière deviendra féconde : « Que ton nom soit sanctifié, que ton règne vienne, donne-nous notre pain quotidien, et pardonne-nous nos offenses comme nous pardonnons aussi à ceux qui nous ont offensés », afin que nous entrions dans une communion plus intime avec Dieu.

En conclusion, le pasteur David Jang encourage l’assemblée à réciter le Notre Père en méditant chaque fois sur la « gloire et le règne de Dieu », puis sur « notre subsistance », et enfin sur « le pardon mutuel ». C’est ainsi que nous établissons notre identité et notre objectif de chrétiens. Et c’est aussi de cette manière que, dans la vie concrète, nous pouvons exercer l’amour envers nos ennemis et la bienveillance, qui sont les signes d’une foi mature. En récitant chaque jour cette prière, nous disons : « Seigneur, merci pour le pain dont tu me nourris aujourd’hui. Aide-moi à transmettre à autrui l’amour et le pardon que j’ai moi-même reçus ». C’est ainsi que, peu à peu, nous devenons les serviteurs de cette nouvelle ère, celle de la grâce, de l’amour et du pardon. Le cœur du christianisme n’est pas un ensemble de devoirs religieux, mais un appel à embrasser le regard et les sentiments de Dieu sur le monde, et à les mettre en pratique.

En définitive, dans le Notre Père, le pardon est l’un des aspects fondamentaux de la vie spirituelle. Plutôt que de « rendre coup pour coup » selon l’ancienne justice, Jésus nous invite à la justice plus élevée : « puisque Dieu t’a pardonné, fais de même pour les autres ». Cette attitude reflète la nature même de Dieu, et constitue la clé pour mener à bien la vie que propose le Notre Père : honorer le nom de Dieu, rechercher son règne, demander le pain de chaque jour et instaurer des relations réconciliées dans la communauté. Selon le pasteur David Jang, il ne s’agit pas seulement de réciter inlassablement le Notre Père, mais de ne jamais oublier sa signification profonde et de la pratiquer au quotidien.

The Lord’s Prayer and Forgiveness – Pastor David Jang


1. The Purpose and Order of Prayer

Pastor David Jang offers a detailed explanation of why and how we should pray by reflecting on the meaning of each part of the Lord’s Prayer. He first underscores that “there is a clear purpose and sequence in our prayers” and highlights that, at the very beginning of the Lord’s Prayer, two prayer topics are mentioned. The first is that God’s name would be hallowed, and the second is that His kingdom would come. He stresses that these two points are “the purpose for which human beings exist” and “the reason we live”: our lives should glorify God and expand His kingdom on earth.

Yet we are finite and ignorant, sometimes not even knowing what to ask for. At this point, the Lord’s Prayer serves as a model and framework for prayer, personally taught to us by Jesus.

Pastor David Jang points out that the Lord’s Prayer is not just a “memorized prayer,” but rather an extremely important prayer that helps us internalize how to pray. Many people do not really know what prayer is or how to petition before God, so they end up repeating themselves vaguely or merely listing everyday needs, then stop. However, if one understands the Lord’s Prayer properly and continually meditates on it, one clearly gains the broad framework of “first seeking God’s glory and His kingdom,” after which one can also ask for the daily bread and other necessities of life in a balanced way.

He cites Romans 8—“We do not know what we ought to pray for, but the Spirit Himself intercedes for us through wordless groans”—to emphasize that because humans are weak, even our praying requires the Spirit’s help. Speaking in tongues or the gift of interpreting tongues is one form of that help, aiding communication between us and God. At the same time, praying in a language we can understand is also important. He suggests that we view the matter like this: “If speaking in tongues is an amazing gift that allows me to pray to God beyond my own understanding, then being able to pray precisely with my own intellect, emotions, and will is also a great blessing.” Citing 1 Corinthians 14:19—“I would rather speak five intelligible words to instruct others than ten thousand words in a tongue”—he teaches that conscious prayer, in which we recognize what we are asking for and what it means, can be even more beneficial.

In this way, Pastor David Jang examines the profound structure and meaning of the Lord’s Prayer. He explains that he has already looked at the first and second prayer topics—“May God’s name be hallowed, may God’s kingdom come”—and then moved on to the section about asking for “daily bread.” He notes that it is God who meets all our needs and that we should pray in faith to “the good God who rewards those who seek Him and provides for those who ask.” Referring to Matthew 7:9–10, where Jesus says, “Which of you, if your son asks for bread, will give him a stone? Or if he asks for a fish, will give him a snake?”, he argues that because God is the One who gives us the best things, it is right to trust Him in prayer.

But here, prayer is not simply a series of wishes. Pastor David Jang stresses that we must first know “who God is.” “The biggest reason people do not believe in God,” he observes, “is that they do not realize how good He truly is.” When humans sense goodwill from someone, it is usually because they have repeatedly experienced that person doing good to them. In the same way that children recognize their mother as the first “good person” in their lives, people often fail to believe in God simply because they do not really know Him. Hence, it is crucial—whether in church or at home—to teach from the very beginning that “God truly is good.” Like the lyrics of “God Is So Good,” we need to familiarize ourselves with the image of God as the One who feeds us, clothes us, and cleanses us.

Pastor David Jang then focuses on the scene where Jesus’ disciples ask Him, “Teach us how to pray,” referencing the fact that every branch of Judaism or other religious groups had their own traditions and styles of prayer—like John the Baptist’s disciples. Jesus’ disciples, likewise, needed to learn how to pray. He emphasizes that the Lord’s Prayer, personally taught by Jesus, is indeed the most complete summary of our prayers, containing the essence of all that prayer should be. The Lord’s Prayer includes glorifying God, asking for our daily bread to sustain our lives, and seeking forgiveness both for ourselves and for others. And this very theme of “asking for and extending forgiveness” is what he identifies as the central topic of the day.

Pastor David Jang finds critical significance in the fact that “forgiveness” appears in the Lord’s Prayer right after “asking for daily bread.” The ultimate purpose of human survival and being provided for is to practice forgiveness and love. Once believers, symbolized by those who receive God’s abundant provision, are filled with that daily bread, the next necessary step is “forgiving others and being forgiven themselves.” Because the Lord’s Prayer follows a structured progression, it is not something we merely memorize; rather, he repeatedly urges that we ponder its content and meaning and apply them.

In his sermon, he connects directly to the story of the woman caught in adultery (John 8) to illustrate the importance of forgiveness. When the teachers of the Law tested Jesus by asking, “Should we stone this woman or not?” He quietly wrote something on the ground. Pastor David Jang interprets that what Jesus wrote was “a new righteousness and a new law.” Jesus does not ignore the Law at all; in fact, He fulfills it and elevates it to a higher dimension. Rather than indefinitely postponing or nullifying the Law’s requirement to condemn sin, He makes people confront their own sin by saying, “Let any one of you who is without sin be the first to throw a stone,” and eventually they all drop their stones and leave. Left alone with the woman, Jesus says, “Neither do I condemn you. Go now and leave your life of sin,” showing a “forgiveness that releases her (lets her go).” In Greek, the word for “forgive” has the meaning of “to let go” or “to set free,” and thus Jesus here declares a righteousness of a new dimension beyond the Law’s demand for punishment.

He explains that this is precisely the core of the forgiveness taught in the Lord’s Prayer and is consistent with Jesus’ teaching to “forgive seventy-seven times.” Before we judge one another and grow angry, picking up stones, we must first examine our own sin and ask, “How can I condemn someone else when I have already had so much of my own sin forgiven by God?” Then, in order to practice the “new righteousness and new law” fulfilled by Jesus, we must extend forgiveness. Pastor David Jang stresses that “God loved even the woman caught in adultery, murderers, thieves, and the greedy,” and Jesus personally demonstrated this. We, too, must possess such a heart of the Father, a spirit of forbearance. He then reiterates that this naturally flows out of the Lord’s Prayer.

Additionally, he emphasizes, “Judging those who have sinned may seem like justice at a glance, but the ‘new righteousness’ that Jesus teaches is on a higher plane of love and forgiveness.” Escaping the perspective of the Law that asks, “Should we keep letting sinners get away with it?” means rising above the Law and reaching its ultimate end goal—“love and forbearance.” Jesus reveals in Himself what it truly looks like for human beings to fulfill the “right” thing God commanded. He does not abolish the Law; rather, the fundamental foundation of the Law—“the heart of God”—is achieved through forgiveness. Such forgiveness does not end after a single act but must be expressed through a life free of further sin, a life that spreads the grace received. Pastor David Jang teaches that this is the real beginning of living the life of forgiveness.


2. Grace That Surpasses the Law

Moving on, Pastor David Jang highlights the theological point that we lived under the Old Testament Law but are now called to a new era of grace through Jesus. First, he explains that there was a period before the Law (the “lawless era”), followed by the period when the Law was given, and now we live in the era of grace. The purpose of the Law was to make people recognize sin as sin and to uphold social equality and order. For example, Exodus 21, Leviticus 24, and Deuteronomy 19 mention the “eye for an eye, tooth for a tooth” form of retributive justice, designed to ensure that the exact damage done was returned so that the scales would remain balanced. “The goal of the Law is fairness and justice, leading to social peace.”

However, Jesus proclaims a new dimension that goes beyond this Law. He says, “Do not resist an evil person. If anyone slaps you on the right cheek, turn to them the other cheek also. If anyone forces you to go one mile, go with them two miles.” This is on a plane far higher than “eye for an eye” and the principle of rightful retaliation. The Lord is telling us, “You cannot enter the kingdom of God by your own righteousness. But I have brought a new world, a world dominated by love, mercy, and forbearance. That is the real destination of the Law.” Pastor David Jang calls this the “era of grace” or “the new heavens and the new earth,” explaining that whoever enters this new era must live by these entirely different principles, not by the old law of retaliation.

Here, Pastor David Jang brings up various examples from the Old Testament, particularly the story of Cain and Abel. When Cain grew angry at God’s response to his offering, God warned him, “Why are you angry? Sin is crouching at your door; it desires to have you, but you must rule over it.” In the end, Cain could not control his anger and killed Abel. This tragedy occurred before the Law, in the lawless era—an ultimate example of violence and a stark display of the depth of human sin. Nevertheless, God comes seeking Cain, just as He sought Adam and Eve when they sinned, saying, “Where are you?” Even though humankind commits sins and tries to hide them in cowardice, God still extends His hand.

Pastor David Jang addresses the theodicy question, “Why does God allow sin and Satan to exist?” by explaining, “No matter how wildly Satan may thrash about, he is powerless before Jesus. When Jesus commands him to ‘come out’ or to ‘go,’ Satan has to obey. Therefore, if we remain in Jesus and follow His Word, Satan cannot recklessly harm us.” The problem is that people themselves will not abandon their sinful nature—pride, envy, jealousy, irresponsibility. This sinful nature tries to keep us bound to a lawless or law-based mindset, but Jesus wants us to go a step further by giving us “a new law” of forgiveness and release, even if it means we suffer some loss, so that the other person can live.

Forgiveness, therefore, is never “calling evil good” but “choosing not to pay back evil by violent means, even if it costs me, letting it go and releasing that person.” Jesus specifically commands, “Forgive seventy-seven times,” and uses the parable in Matthew 18 about the servant who owed ten thousand talents. When the servant whose massive debt was forgiven refuses to forgive his fellow servant who owed him a hundred denarii and throws him in prison, the master rebukes him: “Shouldn’t you have had mercy on your fellow servant just as I had on you?” Pastor David Jang says this is the core of forgiveness. Because human beings have been forgiven a debt (sin) that we could never repay to God, we are obligated to show the same mercy to those around us.

He then mentions the parable of the workers in the vineyard in Matthew 20: “If I contracted to work from early morning for one denarius a day, and someone else who came at five in the afternoon—who barely worked—received the same wage, how would I react?” In this parable, when the early workers complain, the master replies, “Did I not promise you the wage I would give you? Why are you envious because I am generous?” This admonishes the type of “Cain-like jealousy” that resents the generosity shown to someone else. Pastor David Jang explains that God’s grace toward humankind transcends our ability to judge or calculate. We must constantly remember that we have received “incredible grace” from God. Hence, “forgiveness” is about taking that step forward to embrace even those who owe us or who have done us harm. That is what Jesus calls “the Father’s heart,” revealed as a “new righteousness.”

From the Old Testament perspective of retributive justice, this may seem unfair. Justice is normally understood to mean distinguishing the victim from the perpetrator and restoring what was lost or imposing an appropriate punishment to keep the balance. But the path Jesus shows is that “We are all like those who owe ten thousand talents. Nevertheless, God forgave us unconditionally, and we should therefore emulate Him.” This message is not just a “nice thing” but a fundamental teaching that transforms our roots and attitudes when we meditate on and recite the Lord’s Prayer every day. Whereas we used to be people who hated others and sought revenge, we are now recipients of grace, called to “love even our enemies.” And the phrase in the Lord’s Prayer—“forgive us our debts, as we forgive our debtors”—vividly depicts this calling.

Pastor David Jang concludes this portion of the sermon by saying, “It doesn’t end with asking for daily bread. Immediately following that is ‘Forgive us our debts as we also have forgiven our debtors,’ implying we must concretely practice this life of forgiveness.” In other words, if we are people who receive life through the provision of bread, we are then obliged to carry out that life-giving power toward others, releasing and forgiving them, ultimately imitating Jesus’ sacrificial forgiveness. Jesus completed the Law and opened a deeper, broader world of forbearance, commanding us to “live in that abundant world.”


3. The Absoluteness and Love of God

Lastly, Pastor David Jang expands on the spiritual and theological implications of this “new law” and “new era.” He states that while our present age has witnessed astounding technological advancements and transformations, true change starts in the human heart and value system. Sending people to Mars or launching satellites that enable global communication may be extraordinary feats, but no technology can transform the “sinful nature of man.” Although it would be wonderful if the gospel were spread everywhere, even once the gospel is heard, if people do not accept this “world of forgiveness and forbearance,” conflicts, envy, violence, and persecution will continue. However, the Lord has ordained that the gospel be preached “to the very end of the age,” and the core of that gospel is “forgiveness” and “reconciliation.”

He addresses a child’s question, “Why can’t we see God?” by talking about God’s absoluteness: since He can see above, below, left, right, before, and behind simultaneously—He sees all from every vantage point—whereas we are bound by our relative point of view, so we cannot see Him. This is evidence that God is not like us; He is absolute, and His absolute nature does not change no matter which way we move. Then, pointing to postmodernism and religious pluralism, he notes the trend of people claiming, “There are no absolute values,” but argues that humans, without any absolute truth, lose the fundamental meaning of life and drift aimlessly. For believers, that absolute standard is God, or God’s Word, and He is the One who upholds our center.

Once we truly know this “absolute God of love,” the conclusion follows naturally: “How could we not forgive others?” This is the pinnacle of why “we are to both receive and practice forgiveness,” Pastor David Jang insists. Having experienced the love and grace poured out by the heavenly Father, we too must extend the same heart to others. He points out that Adam blamed Eve, Eve blamed the serpent, and sin was passed around in cowardice; Cain murdered Abel out of envy. Those same traits—envy, anger, blame—are still in us. Yet Jesus came to restore sinners despite this nature, walking the path of the cross as “the Lamb of God who takes away the sin of the world” (John 1:29).

He further comments on doctrinal disputes such as “Calvinism vs. Arminianism,” which sometimes arise in churches. Citing Romans 14, he urges believers to “stop passing judgment on one another” and not to “treat brothers with contempt,” because we are all chosen by God’s tremendous grace and are simultaneously responsible to respond faithfully for our salvation. These theological issues fundamentally revolve around “God’s sovereign grace” and “human responsibility.” Yet what we must ultimately hold onto is the basic truth: “God unconditionally loved us and forgave our colossal debt, so we must forgive and embrace others.” Reflecting on parables like the workers in Matthew 20 or the prodigal son in Luke 15, we see how God deals with us with kindness far beyond our comprehension. Even after receiving that grace, we are apt to complain, “Why extend the same grace to that person as well?”—an attitude mirroring Cain. But that is precisely rejecting the “new world” that the Lord revealed.

Therefore, the forgiveness Jesus teaches in the Lord’s Prayer is not optional but essential for every believer. “Forgive our debts, as we also have forgiven our debtors” is not a suggestion but a directive for practical living. Rather than upholding law-based justice that imprisons the debtor to satisfy fairness, the heart of forgiveness is humility, remembering “I too was forgiven an enormous debt,” and thus showing an even greater love. Pastor David Jang calls this “the heart of God.” The Law once maintained a stage of “eye for an eye, tooth for a tooth” retribution, but Jesus invites us to go further—“Love your enemies.” If we have received this invitation, then we must treat “forgiveness” as a central theme in our daily prayers and, starting with ourselves, lay down our grievances and anger, following the sacrificial love of the Lord.

When we speak of having entered “a new era, an era of grace” through faith, it is an era characterized by forgiveness, reconciliation, and love. No longer are we content to “balance the scales” by returning to the offender the measure of harm done to us. Instead, following Jesus’ example, we go beyond what is owed—at our own expense if need be—to save the other person’s life and redeem their soul. Jesus did not condemn the woman caught in adultery; He told her simply to sin no more and personally offered a path of repentance and restoration to all sinners. We should continually recall this message in our daily lives, practicing the words of the Lord: “If someone strikes you on the left cheek, turn to them the right cheek also.”

Throughout the sermon, Pastor David Jang reiterates that although we still carry within us the cowardice and violence of Adam and Cain, we have become new creations through the blood and grace of Jesus and must completely renew our thinking and attitudes. While science and technology rapidly progress and the world seems to undergo sweeping changes, true peace is impossible if “pride, envy, anger, and hatred” remain unresolved in the human heart. Only God can transform all things into “a new heaven and a new earth,” and Pastor David Jang repeatedly proclaims that the key value of that new heaven and new earth is the law of forgiveness and love.

Ultimately, the law Jesus taught on earth can be summed up as: “Just as God first loved and forgave you, so do likewise.” We cannot accomplish this by our own strength, but the Lord, through the Holy Spirit, helps us walk that path. Romans 8—“The Spirit Himself intercedes for us through wordless groans”—demonstrates that God aids us in our weakness, and the Lord’s Prayer also serves as a foundation that enriches our prayer lives in the Spirit. If we rely on this prayer power to obtain our daily bread and live each day, then forgiveness must likewise flow out from the same source of prayer. By obeying the Lord’s teaching, our prayers will bear genuine fruit: “Hallowed be God’s name, His kingdom come, He provides our needs, and we become more reconciled to God by forgiving one another.”

Summarizing these teachings, Pastor David Jang urges us to “meditate again and again on the glory and kingdom of God, our survival, and mutual forgiveness” whenever we recite the Lord’s Prayer. He suggests that real spiritual maturity involves establishing our Christian identity and purpose while also practicing love for enemies and forbearance in everyday life. Reciting the Lord’s Prayer daily with the attitude, “Lord, thank You for giving me the daily bread I need today. Now help me pass on the love and forgiveness I have received to others,” makes us instruments of the new era Jesus opened—an era full of grace, love, and forgiveness. He reminds us that the core of the Christian faith is not just a set of religious obligations but the act of taking on God’s heart toward the world and putting it into practice.

In conclusion, forgiveness in the context of the Lord’s Prayer is a foundational task in the believer’s life. Rather than enforcing the Law’s retributive justice, we pursue the higher righteousness revealed by Jesus: “Just as the Lord forgave us, we too must forgive others.” Such an attitude aligns us with God’s character and serves as the pivotal key that completes the Lord’s Prayer’s blueprint for life: “Exalting God’s name, seeking His kingdom, receiving our daily bread, and reconciling with one another through forgiveness.” As Pastor David Jang emphasizes, this challenge is not merely for rote recitation within the faith community but must be practiced daily, lest we forget its deep meaning each time we repeat the Lord’s Prayer.

L’espérance du salut cosmique – David Jang


(1) La souffrance présente et la gloire future : l’espérance du salut

Le pasteur David Jang, à travers l’étude de Romains 8 à partir du verset 18, a médité et interprété en profondeur la relation entre les souffrances auxquelles nous faisons face aujourd’hui et la gloire à venir. Dans ce passage, l’apôtre Paul déclare : « J’estime que les souffrances du temps présent ne sauraient être comparées à la gloire à venir qui sera révélée en nous » (Rm 8.18). Cela signifie que toutes les épreuves et souffrances diverses de la vie quotidienne ne peuvent se mesurer au poids de la gloire qui attend les croyants en Christ. Même s’il y a des bénédictions que nous ne pouvons pas recueillir ici-bas, Paul affirme que la gloire céleste réservée au croyant est sans commune mesure et indescriptible.

Ainsi, Paul part du postulat que la vie du chrétien est nécessairement accompagnée de souffrance. C’est aussi l’essence même de ceux que l’on appelle à « participer aux souffrances qui manquent au Christ ». Le pasteur David Jang exprime cela comme les deux faces d’une pièce : le côté « gloire » et le côté « souffrance ». Aux yeux du monde, la souffrance qui frappe le chrétien peut sembler vaine, sans récompense ni espérance. Mais dans la foi, nous sommes convaincus que la promesse de Dieu pour l’avenir est une réalité et qu’il y aura une compensation finale. Ainsi, les diverses épreuves et douleurs que nous subissons aujourd’hui deviennent, en Christ, une occasion de contempler la gloire ultime.

Paul déclare : « C’est en espérance que nous avons été sauvés » (Rm 8.24). Sur le plan grammatical, cette phrase est fascinante : « nous avons été sauvés » est au passé, alors que « en espérance » projette vers l’avenir. Les croyants sont déjà sauvés en Christ, tout en attendant encore l’accomplissement complet de ce salut. C’est la tension théologique du « déjà » et du « pas encore ». Autrement dit, depuis la croix du Christ, le croyant a reçu le pardon des péchés et la justice, mais la plénitude du salut demeure future et ne sera entièrement révélée que le jour de la gloire.

Le pasteur David Jang enseigne que, si nous tenons fermement cette espérance, quels que soient les vents contraires, nous pouvons endurer le présent en gardant les yeux fixés sur « la gloire future ». Aux yeux du monde, la souffrance et l’adversité évoquent l’échec et la défaite, tandis que pour le croyant, elles deviennent une bénédiction car elles nous unissent aux souffrances du Christ. Le chemin que Jésus a montré est celui de la croix, et après la croix est venue la gloire de la résurrection. De même, la vie du chrétien est inévitablement marquée par la souffrance suivie de la gloire.

Dans le Sermon sur la montagne, Jésus dit : « Heureux ceux qui sont persécutés pour la justice, car le royaume des cieux est à eux » (Mt 5.10). Ce passage nous montre que la persécution subie à cause de la justice n’est jamais vaine. L’affirmation de Jésus selon laquelle « le royaume des cieux est à eux » implique que cette souffrance est récompensée dans l’avenir. Le pasteur David Jang appelle cela la « foi en la rétribution », et souligne que la confiance solide dans la promesse biblique concernant l’avenir soutient la vie de foi au présent.

La gloire à venir, dont parle Paul, ne se limite pas à une consolation individuelle ou à un apaisement intérieur ; elle renvoie à la pleine manifestation du royaume de Dieu. Même si nous ne voyons pas de récompense immédiate et que nous subissons parfois des pertes dans le monde à cause de notre fidélité, nous pouvons persévérer avec joie si nous croyons que ce sacrifice n’est pas vain. Selon le pasteur David Jang, Paul veut, en annonçant « la gloire à venir incomparable », implanter dans le cœur des croyants les valeurs du royaume de Dieu, contraires à celles de ce monde.

Paul ne se limite pas au réconfort intérieur ou à une paix spirituelle personnelle. Il est convaincu que l’ordre de l’univers, détruit par le péché, sera un jour rétabli par la main de Dieu. Le salut en Christ s’accomplit à l’échelle cosmique, et au jour de l’achèvement, les enfants de Dieu entreront dans la liberté et la gloire véritables. Voilà la « grande fresque » que le croyant est appelé à contempler dans le futur. Nous pensons souvent à nos petites souffrances présentes, mais elles ne peuvent se comparer à la grande gloire qui nous attend, tant pour cette terre que pour la vie du croyant.

Le pasteur David Jang déclare : « Même si nous quittons cette vie terrestre sans avoir goûté à cette joie glorieuse, nous sommes assurés de la récompense et de la gloire qui nous attendent dans le ciel ». Aux yeux du monde, les chrétiens peuvent apparaître comme de simples rêveurs, vivant dans une espérance trompeuse et peinant inutilement. Mais au cœur de la foi chrétienne demeure la conviction d’une « espérance future certaine ». Cette conviction a soutenu des multitudes de croyants à travers l’histoire, qui, malgré les plus terribles persécutions, n’ont pas faibli.

Paul n’est pas un idéaliste naïf. Il accepte la réalité telle qu’elle est, mais il discerne clairement ce qui se trouve au-delà. Lorsqu’il déclare : « Les souffrances du temps présent ne sont pas comparables à la gloire à venir » (Rm 8.18), il nous encourage à faire confiance à Dieu qui nous donne « l’Esprit comme gage de la gloire ». Ainsi, dans les moments d’épreuve et de découragement, les paroles de Paul nous permettent de nous accrocher plus fermement au « plan et à la promesse de Dieu ». Dans la bonne nouvelle qui nourrit l’espérance, le croyant peut, même au milieu de la souffrance, expérimenter la joie et puiser la force pour pratiquer la foi, l’amour et la persévérance.

De plus, pour Paul, le salut « en espérance » ne signifie pas seulement la vie éternelle après la mort, mais l’assurance que le royaume de Dieu, c’est-à-dire la souveraineté universelle de Dieu, viendra pleinement. Alors que le péché et l’injustice brisent l’ordre de la création, au dernier jour, l’univers retrouvera son équilibre initial et louera la gloire de Dieu. Nous ne voyons pas encore cette réalité, mais nous la recevons déjà par la foi. Le croyant n’est pas appelé à fuir la terre ni à fermer les yeux sur la réalité, mais à interpréter correctement la souffrance présente et à goûter par avance la gloire future.

Le pasteur David Jang met l’accent sur la « foi orientée vers l’avenir » de Paul : il nous invite à poser un nouveau regard sur la souffrance. Avant tout, il souligne que les épreuves présentes sont placées dans la providence de Dieu et que l’objectif final de cette providence est la restauration de la gloire. Cette gloire ne concerne pas seulement la consolation ou la satisfaction personnelle du croyant, mais va jusqu’à l’accomplissement du salut universel, attendu par l’ensemble de la création. Ainsi, la « théologie de la souffrance présente et de la gloire future » que propose David Jang devient la force motrice qui nous permet de courir vers la ligne d’arrivée sans désespérer.


(2) Le gémissement de la création et le salut cosmique

Le pasteur David Jang interprète, selon une perspective de « salut cosmique » (cosmic salvation), les versets 19 à 23 de Romains 8 qui décrivent « l’attente » et le « gémissement » de la création. Paul écrit : « La création attend avec un ardent désir la révélation des fils de Dieu » (Rm 8.19). Nous pourrions penser que c’est l’être humain qui attend l’avenir, mais ici, de façon inattendue, c’est la « création elle-même » qui désire ardemment le salut.

Le terme grec traduit par « attente » (apokaradokia) décrit l’image de quelqu’un tendant le cou et attendant avec impatience. C’est comme un enfant excitant la veille d’une sortie scolaire, qui ne ferme pas l’œil de la nuit et attend anxieusement l’aube. En chinois, le mot évoque aussi l’idée d’« attendre dans la souffrance ». Pour le pasteur David Jang, la création tout entière, malgré ses douleurs, attend passionnément le futur.

Ici, le terme « création » ne désigne pas seulement la nature ou le monde animal, mais l’univers tout entier soumis au péché et qui gémit. Dans Genèse 3.17, Dieu déclare à Adam : « Le sol sera maudit à cause de toi… ». À partir de là, le monde a perdu l’harmonie et la beauté initiales. Le mandat « soumets la terre » confié à Adam était, au départ, un appel à servir et à prendre soin de la création en tant qu’intendant, et non un ordre d’opprimer et de détruire. Mais le péché a transformé l’humanité en exploiteur cupide, faisant gémir la création.

Lorsque Paul écrit que la création « a été soumise à la vanité » (Rm 8.20), il indique qu’en raison du péché, elle subit la domination vaine et destructrice de l’homme. Le pasteur David Jang souligne qu’à l’origine, l’homme devait régner avec amour et miséricorde, mais en raison de la chute, il est devenu violent et avide, infligeant à la terre une domination perverse. C’est là la tragédie actuelle : la création, qui devait trouver en l’humanité son protecteur, subit désormais des agressions de la part de cet « usurpateur ».

La dégradation physique et écologique du monde est une conséquence directe de la chute de l’homme. Dans la Genèse, Dieu se lamente : « L’Éternel se repentit d’avoir fait l’homme sur la terre » (Gn 6.6). Paul, lui, s’exclame : « Misérable que je suis ! » (Rm 7.24), en prenant conscience de sa condition de pécheur. Il ajoute : « La création tout entière soupire et souffre encore les douleurs de l’enfantement » (Rm 8.22). Tel est l’impact universel du péché.

Face à cette réalité, le pasteur David Jang affirme que la mission chrétienne ne se limite pas au salut individuel ou à la paix intérieure, mais qu’elle doit également s’étendre à la restauration de l’ordre de vie à l’échelle cosmique. Paul explique que la création attend la révélation des fils de Dieu (Rm 8.19), parce que ce sont justement ces fils de Dieu qui sont les « vrais maîtres » de la terre. Quand ils seront pleinement rétablis, la création pourra aussi partager « la liberté de la gloire des enfants de Dieu » (Rm 8.21).

Selon le pasteur David Jang, l’expression « fils de Dieu » ici vise tous les croyants sauvés en Jésus-Christ et devenus enfants de Dieu par le Saint-Esprit. Ils ne reçoivent pas seulement le pardon de leurs péchés, mais aussi la responsabilité et le privilège spirituels de prendre soin de toute la création. Cependant, de même que le croyant attend l’accomplissement de la rédemption, la création attend ce jour où tout sera restauré. Il s’agit là de la grande vision de Paul : un « salut cosmique » où tout l’univers est renouvelé.

Le point culminant de ce « salut cosmique » annoncé par Paul s’harmonise avec la description de l’Apocalypse 21 sur « les nouveaux cieux et la nouvelle terre ». Dieu « fait toutes choses nouvelles » (Ap 21.5), et il essuiera toute larme, fera disparaître la mort et tout chagrin (Ap 21.4). Le pasteur David Jang attire l’attention sur le fait que Dieu ne laisse pas la création brisée disparaître, mais la renouvelle. Ainsi, l’eschatologie chrétienne n’est pas la fuite d’une terre dévastée vers un ciel lointain, mais la grande histoire d’une restauration cosmique accomplie par Dieu lui-même.

Cette foi en la restauration du monde évite au croyant de céder au désespoir face aux crises écologiques et au chaos social que nous traversons. Le pasteur David Jang insiste : « Malgré la chute, la Bible nous assure que Dieu n’abandonnera pas sa création et qu’il établira une nouvelle souveraineté ». Dès lors, le croyant, quand il voit la nature souffrir, ne demeure pas indifférent, mais se repent et agit pour remédier à la situation. Préserver l’environnement, protéger les plus faibles, œuvrer pour la justice sociale sont autant de manières de participer à l’avènement du règne de Dieu.

Quand le royaume de Dieu s’établira, la création elle-même sera libérée. « Elle sera affranchie de la servitude de la corruption » (Rm 8.21) et ne subira plus la domination du péché et de la destruction, mais célébrera librement la gloire de Dieu. C’est pourquoi Paul évoque « le gémissement de la nature », affirmant qu’elle aussi sera transformée et goûtera la restauration en compagnie des fils de Dieu.

Dans Actes 3.21, il est dit que Jésus-Christ restera au ciel « jusqu’aux temps du rétablissement de toutes choses ». Non seulement le salut individuel, mais aussi la restauration universelle se déploieront à la fin. Selon le pasteur David Jang, c’est cette vision du salut cosmique que Paul exprime de manière condensée dans Romains 8. Les croyants doivent donc élargir leur regard afin d’englober à la fois le salut de l’âme et le salut de tout l’univers. L’Église, en tant que corps du Christ, est appelée à proclamer cette grande restauration au monde et à se souvenir qu’elle fait partie de ce processus.

Certes, ici-bas, nous restons soumis à nos limites et au péché ; la destruction de l’environnement se poursuit et l’injustice gagne du terrain. Néanmoins, comme Paul le dit, nous attendons en « soupirant » la venue de l’aube dans la nuit. Le pasteur David Jang exhorte l’Église à ne pas cesser d’entendre et de porter dans la prière le « gémissement de la création », mais aussi à prendre soin de la nature qui nous entoure. La promesse de Dieu à propos de l’avenir est sûre, et nous savons donc que nos efforts et notre engagement ne sont pas vains. C’est avec joie que nous pouvons supporter ce travail.

Le salut cosmique n’est pas entièrement réalisé par la force humaine, mais s’accomplira par la souveraineté et la grâce de Dieu. Cependant, dans ce processus, l’Église ne doit pas rester simple spectatrice alors que la création « attend impatiemment la révélation des fils de Dieu ». Cette vision du gémissement de la création et du salut cosmique, que le pasteur David Jang met en avant, confère au croyant une vocation qui englobe à la fois « le ciel et la terre ». Puisque Dieu, par Jésus-Christ, a déjà implanté en germe la « nouvelle création » et que l’Esprit-Saint ne cesse de la manifester, nous avançons par la foi, au sein de ce « déjà » et de ce « pas encore ».


(3) L’aide du Saint-Esprit et le secret de la prière

Aux versets 26 et 27 de Romains 8, Paul prononce ces mots extraordinaires : « De même aussi l’Esprit nous aide dans notre faiblesse… ». Il sait combien l’être humain est faible et limité. Souvent, nous ne savons pas quoi demander dans la prière, ni comment prier. Le pasteur David Jang commente ce texte en soulignant que le croyant doit s’appuyer sur le Saint-Esprit, le « parfait intercesseur ».

Paul dit : « Nous ne savons pas ce qu’il nous convient de demander dans nos prières. Mais l’Esprit lui-même intercède pour nous par des soupirs inexprimables » (Rm 8.26). Cela signifie que l’Esprit dépasse notre ignorance et notre incapacité pour présenter à Dieu une prière conforme à sa volonté. Le « soupir » de l’Esprit n’est pas un simple gémissement de tristesse, mais l’expression d’une profonde passion et d’un amour ardent pour intercéder en notre faveur.

La Bible désigne Jésus-Christ comme l’unique médiateur entre Dieu et les hommes (1 Tm 2.5) : « Il est vivant pour intercéder en leur faveur » (Hé 7.25). Grâce à son sang versé sur la croix, nous pouvons nous approcher de Dieu avec assurance (Hé 10.19-20). En outre, l’Esprit-Saint, qui habite en nous, rectifie et oriente nos prières. C’est un grand privilège pour le croyant que de bénéficier de la médiation à la fois du Christ au ciel et de l’Esprit au-dedans de soi.

Selon le pasteur David Jang, « Prier en appelant Dieu ‘Père’ n’est pas un droit acquis, mais une immense grâce ». Le péché interdisait à l’homme l’accès direct à Dieu, mais grâce à l’œuvre de Jésus-Christ déchirant le voile, nous entrons dans sa présence, et l’Esprit-Saint, demeurant en nous, nous assiste même dans la prière.

Paul ajoute : « Celui qui sonde les cœurs connaît la pensée de l’Esprit » (Rm 8.27). Celui qui sonde les cœurs, c’est Dieu le Père. Lorsque nos prières sont maladroites ou contraires à la volonté de Dieu, l’Esprit-Saint, au-delà de nos insuffisances, intercède conformément à la pensée divine. Ainsi, nos prières, bien que faibles et imparfaites, sont « traduites » et ajustées dans la volonté de Dieu grâce à l’intercession du Saint-Esprit.

C’est une source de profonde liberté et de réconfort dans la prière. Ce n’est pas la perfection de nos mots et de nos intentions qui assure l’exaucement. Au contraire, la prière consiste à reconnaître humblement nos limites et à nous abandonner à l’intercession de l’Esprit. Le pasteur David Jang décrit la prière comme « la connexion du cœur de l’homme au cœur de Dieu » : sans l’aide du Saint-Esprit, cette voie serait bloquée ou déformée.

Pour le croyant conscient de cela, la prière n’est plus une « obligation rituelle » ni un moyen d’auto-affirmation, mais un moment de dépendance totale envers la grâce de l’Esprit. Cela se manifeste dans l’humilité face à la Parole, dans la mise à l’écart de l’orgueil, et dans l’ardent désir de discerner la volonté de Dieu. Lui seul connaît l’intimité de nos cœurs, et il a déjà préparé des chemins que nous ne pourrions même pas imaginer. Ainsi, la doctrine de « l’intercession du Saint-Esprit » présentée en Romains 8 est un puissant réconfort pour tout croyant.

Cette prière dépasse aussi le cadre individuel pour devenir la force spirituelle qui unit l’Église. Paul compare l’Église au « corps du Christ » (1 Co 12 ; Ep 4). À l’image des membres d’un corps étroitement liés, la prière renforce la communion entre nous. Lorsque l’Esprit voit la faiblesse d’un membre et qu’il « soupire », ce même sentiment peut être communiqué dans la prière d’un autre. Ainsi l’Église pleure et se réjouit ensemble, et devient une communauté spirituelle unie dans l’Esprit. Le pasteur David Jang souligne que « l’Esprit intercède pour chacun de nous et conduit l’Église à l’unité ». C’est là le secret de la véritable communion.

Paul ajoute aussi : « Mais si nous espérons ce que nous ne voyons pas, nous l’attendons avec persévérance » (Rm 8.25). L’enseignement sur l’aide du Saint-Esprit et la prière rejoint la « théologie de la persévérance ». Bien que Dieu accomplisse son grand dessein de salut cosmique, nous ne voyons pas encore la perfection qui sera révélée. Le péché, l’injustice et la corruption continuent de sévir ; les croyants restent marqués par la faiblesse de la chair et l’Église est tiraillée entre son idéal et la réalité. Paul exhorte alors à affronter tout cela avec « endurance » et l’aide de l’Esprit qui « intercède pour nous avec des soupirs ».

Le pasteur David Jang compare l’expansion du règne de Dieu et la croissance spirituelle du croyant à « un peu de levain qui fait lever toute la pâte », un processus qui requiert de la persévérance. Comme la graine qui, pour germer et porter fruit, a besoin de temps, l’Église doit se montrer patiente, cherchant la volonté de Dieu dans la prière, sous la direction de l’Esprit. C’est au cours de ce cheminement que l’Esprit déploie des voies diverses et réalise son œuvre, parfois à notre insu.

Dans la seconde partie de Romains 8, Paul élargit cette idée : « Nous savons que toutes choses concourent au bien de ceux qui aiment Dieu, de ceux qui sont appelés selon son dessein » (Rm 8.28). Le Saint-Esprit nous conduit, même dans notre faiblesse et dans toutes les circonstances, vers le bien ultime et vers le salut. Ainsi, même quand surgissent des événements incompréhensibles à nos yeux, le croyant place sa confiance dans l’intercession de l’Esprit et implore la providence bienveillante de Dieu.

En somme, le « secret de la prière » que Paul présente ici, et que le pasteur David Jang met en lumière, permet au chrétien d’expérimenter la puissance de Dieu dans sa vie quotidienne, à l’Église de s’édifier mutuellement, et aux croyants de participer à la vision du salut cosmique. Le pasteur David Jang résume cela en disant : « L’Esprit est infiniment personnel, universel et réside en chacun de nos cœurs ». Par l’Esprit, le plan de salut à l’échelle cosmique s’accomplit, tandis que la plus humble des prières du croyant monte devant Dieu et reçoit une réponse appropriée.

Pour résumer, dans l’ensemble de Romains 8, Paul décrit la souffrance présente, le salut cosmique et l’aide du Saint-Esprit. L’assurance que « les souffrances du temps présent ne sont pas comparables à la gloire à venir » nous donne une espérance ferme. Le fait que « la création attend avec un ardent désir la révélation des fils de Dieu » élargit cette foi à la restauration de tout l’ordre créé, au-delà du salut individuel. Enfin, la déclaration selon laquelle « l’Esprit intercède pour nous par des soupirs inexprimables » nous rassure sur l’œuvre active du Saint-Esprit dans ce processus.

Le pasteur David Jang applique cet enseignement paulinien à la vie actuelle de l’Église et des croyants, en mettant en avant trois messages essentiels :

  1. La route de la foi est inévitablement marquée par la souffrance, mais cette souffrance n’est jamais vaine.
  2. L’ordre cosmique brisé par le péché sera finalement restauré par Dieu, et nous devons avoir cette vision universelle.
  3. Dans tout ce processus de salut, le Saint-Esprit soutient notre prière et nous conduit pour accomplir la volonté bienveillante de Dieu.

Ces trois messages constituent la base théologique qui nous empêche de désespérer, et qui nous permet de « persévérer en espérant ce que nous ne voyons pas ». Au sein de l’Église, cette espérance nous incite à nous servir les uns les autres, à partager la souffrance du monde et à vivre avec la certitude de la gloire future. Même si nous subissons échec ou découragement, la prière guidée par l’Esprit nous maintient fermes et nous fait progresser vers la ressemblance au Christ.

En somme, Romains 8 est le chapitre où s’illustre le mieux la théologie du salut selon Paul. Il révèle aussi la vision théologique du pasteur David Jang, qui intègre la dimension cosmique et la dynamique de l’Esprit. Pour ceux qui sont tourmentés par la souffrance, la perspective de la gloire à venir et de la restauration de l’univers offre un puissant réconfort. Pour ceux qui peinent à prier et à discerner la volonté de Dieu, l’intercession du Saint-Esprit assure qu’ils ne sont pas abandonnés dans leur faiblesse.

Le pasteur David Jang qualifie ainsi Romains 8 : « Le croyant est celui qui voit déjà ‘l’aube transpercer la nuit’ ». Et c’est la lumière de cette aube qui nous permet de supporter le présent, de prêter l’oreille aux cris de la création et de comprendre « ce qu’il convient de demander dans nos prières », par la lumière du Saint-Esprit. Dans cette lumière spirituelle, même sur le chemin épineux d’aujourd’hui, nous avançons avec l’espérance de voir éclore la fleur de demain.

Avant tout, l’enseignement de Romains 8 offre à l’Église d’aujourd’hui des orientations concrètes. Même si le monde semble dériver vers la confusion et le désespoir, le croyant a en lui « la gloire future incomparable ». Même si la destruction de l’environnement et le mépris de la vie se répandent, nous entendons « le gémissement de la création » et nous avançons vers le salut cosmique. Même si nous sommes pressés par les crises économiques et sociales, nous ne cessons de prier, en nous appuyant sur « les soupirs inexprimables de l’Esprit ».

C’est pourquoi, dans son interprétation de Romains 8, le pasteur David Jang indique trois orientations pour l’Église et le croyant :

  1. Ne jamais se laisser abattre par la souffrance, en la comparant toujours à la gloire future.
  2. Devant la détresse de la nature et de la société, garder la vision du salut universel et agir avec responsabilité.
  3. Livrer nos prières et nos vies à l’aide du Saint-Esprit, en cherchant et en obéissant quotidiennement à la volonté de Dieu.

Voilà la « mission pour laquelle Dieu nous a appelés » et la manière dont « son royaume » se réalise parmi nous.

Le pasteur David Jang rappelle que « le royaume de Dieu » est le cœur de l’enseignement de Jésus, la conclusion du livre des Actes (Ac 28.31) et le but ultime auquel nous conduit Romains 8. Ainsi, nous devons toujours garder à l’esprit la parole du Seigneur : « Cherchez d’abord le royaume et la justice de Dieu » (Mt 6.33). Si nous regardons seulement aux incertitudes du monde, nous sombrerons vite dans le découragement. Mais si nous portons nos yeux sur la souveraineté de Dieu et sur la fin de l’histoire qu’il a préparée, notre foi ne vacillera pas.

En définitive, les versets 18 à 27 de Romains 8 occupent une place clé dans la théologie du salut de Paul. Selon l’interprétation du pasteur David Jang, « la souffrance présente et la gloire future », « le gémissement de la création et le salut cosmique », et « l’aide du Saint-Esprit et le secret de la prière » sont trois éléments intimement liés. La souffrance présente n’est pas vaine si nous plaçons notre espérance dans le salut universel, et cette espérance devient réalité dans la prière grâce à l’intercession de l’Esprit. C’est la logique qui sous-tend toute la pensée paulinienne.

Dans l’ensemble de l’Épître aux Romains, Paul aborde d’abord le péché, la justice, la loi et l’Évangile, puis culmine au chapitre 8 avec l’exaltation de la puissance du salut et de l’Esprit. Cela correspond à la conclusion de l’Ancien Testament en Jésus-Christ et à la conclusion du Nouveau Testament dans l’établissement du royaume de Dieu. Le pasteur David Jang affirme qu’en restaurant la vision de ce salut complet, l’Église peut proclamer l’Évangile avec discernement et les croyants résister aux valeurs du monde en menant le bon combat de la foi.

Notons que le salut cosmique n’est pas une idée vague ou abstraite. Paul évoque concrètement le retour de Jésus-Christ, la défaite de la mort, la résurrection, et le règne glorieux dans le nouveau ciel et la nouvelle terre. Le pasteur David Jang qualifie cette perspective de « l’eschatologie biblique de l’espérance », qui s’oppose à la plupart des eschatologies religieuses ou idéologiques du monde, souvent marquées par l’effondrement ou la quête utopique humaine. La Bible, elle, annonce l’action salvatrice de Dieu qui rétablit toute la création.

Le croyant ne redoute donc pas la fin, au contraire, il l’espère ardemment et vit fidèlement le présent dans cette perspective. C’est le fondement de l’espérance dont parle Romains 8, et c’est la mission de l’Église que de faire advenir cette espérance dans la prière persévérante, aidée par le Saint-Esprit, comme le souligne David Jang : « Celui qui attend patiemment ce qu’il ne voit pas participera enfin à la gloire de Dieu ».

Reprenons le verset 24 de Romains 8 : « C’est en espérance que nous avons été sauvés ; or l’espérance qu’on voit n’est plus espérance ». Que signifie-t-il pour la vie du croyant ? Si la réalité visible est déplorable, le croyant considère la promesse invisible de Dieu comme plus réelle encore. Car « la foi est une ferme assurance des choses qu’on espère, une démonstration de celles qu’on ne voit pas » (Hé 11.1). C’est sur cette promesse invisible que le croyant s’appuie solidement.

Ainsi, le salut, certes déjà acquis, n’est pas encore pleinement réalisé. Le pouvoir du péché et de l’injustice agite encore le monde, la création gémit, l’Église endure la persécution et les conflits internes. Mais l’issue finale de cette bataille est déjà jouée en Christ, par sa résurrection et son retour promis : c’est la bonne nouvelle que proclame Paul.

Le croyant est donc un « pèlerin » qui vit avec sérieux chaque jour en attendant l’accomplissement final. Or, comme le rappelle souvent le pasteur David Jang, nous n’errons pas tout seuls : nous sommes guidés par l’Esprit qui prie et intercède pour nous dans notre faiblesse. L’Esprit a compassion de nos manquements, redresse nos prières, et nous encourage à prendre part à la vision du salut cosmique.

C’est dans cet ensemble – « la souffrance présente et la gloire future, le gémissement de la création et le salut cosmique, l’aide du Saint-Esprit et le secret de la prière » – que réside le cœur du message théologique de David Jang.

  1. Nous sommes actuellement dans la souffrance, mais nous avons la hardiesse de regarder à la gloire à venir.
  2. L’univers tout entier gémit, et nous marchons ensemble vers un salut cosmique.
  3. Nous déposons sur le Saint-Esprit le fardeau de nos prières, dans la certitude que ses soupirs inexprimables et son intercession nous soutiennent.

Ces trois axes se complètent et forment un tout cohérent. L’interprétation de la souffrance se fait à la lumière de la gloire future, et cette vision globale du salut nous épargne la tentation du repli sur soi. Elle nous pousse à servir le monde. Enfin, c’est la prière dans l’Esprit qui nous donne la force et la sagesse de mettre cela en pratique. Dans la prière, nous recevons du courage, de la clairvoyance et la volonté concrète d’agir.

Tout cela découle de la « présence de l’Esprit » qui atteste que Dieu est avec nous. Paul appelle l’Esprit « les prémices » (Rm 8.23), la preuve que nous appartenons à Christ. Grâce à l’Esprit, nous attendons la « rédemption de notre corps », c’est-à-dire la transformation totale de notre être et de l’Église pour la gloire du royaume de Dieu. Selon le pasteur David Jang, c’est la vocation actuelle de l’Église : que chacun, guidé par l’Esprit, se laisse sanctifier, et que la communauté révèle au monde la bonté de Dieu.

Voilà pourquoi Romains 8.18-27 est considéré comme un concentré de la théologie paulinienne. Le pasteur David Jang ne cesse de répéter : lorsque survient la souffrance, souvenons-nous de la croix du Christ ; devant le gémissement de la création, contemplons le grand plan de Dieu ; dans la prière, appuyons-nous sur l’intercession de l’Esprit. En vivant ainsi, l’Église peut devenir la « communauté radicale qui transforme l’histoire », et le croyant peut manifester dans sa vie quotidienne « la grâce de la rédemption ».

En conclusion, si nous saisissons pleinement le message de Romains 8, « la souffrance d’aujourd’hui » devient « le chemin qui conduit à l’espérance de demain ». Face au gémissement de la création, nous ne nous décourageons pas en disant : « Tout est foutu ! », mais nous accueillons ce cri, nous prions, nous agissons en enfants de Dieu pour la restauration du monde. Et pendant tout ce temps, le Saint-Esprit nous soutient dans notre faiblesse, pour que notre travail ne soit pas vain et pour que nous trouvions la joie dans le service.

Le salut cosmique s’accomplira par l’initiative et la souveraineté de Dieu, mais ce sont les croyants, destinés à être révélés comme fils de Dieu, qui participent à la préparation de ce grand jour. Ainsi, affirme le pasteur David Jang, la perspective de la « restauration universelle » annoncée par l’Écriture devrait inciter le croyant à adopter une attitude active et positive dans sa vie présente. Même si le monde reste corrompu par le péché et rempli de contradictions, la foi nous invite à « contempler ce qui est invisible ». C’est l’« espérance » qui oriente notre prière et notre action quotidienne. Sans cette espérance, nous sombrerions dans le désespoir et l’absurde.

Pour conclure, revenons aux trois thèmes centraux que nous enseigne Romains 8.18-27.

  1. « Les souffrances du temps présent ne sont pas comparables à la gloire à venir » : nous apprenons à interpréter spirituellement la souffrance, en regardant au-delà d’elle dans l’attente d’une gloire supérieure.
  2. « La création attend la révélation des fils de Dieu » : nous adoptons la vision d’un salut cosmique, où l’ensemble de la création sera restauré, et réalisons que l’Église est appelée à être un canal de cette restauration.
  3. « L’Esprit intercède pour nous par des soupirs inexprimables » : nous faisons l’expérience du Saint-Esprit qui surpasse nos limites et nous permet de prier selon la volonté de Dieu.

Ces trois sous-thèmes sont étroitement liés. C’est parce que la souffrance est replacée dans la perspective de la gloire future que nous ne nous laissons pas envahir par l’apitoiement ou l’impuissance. Comprendre la vision du salut cosmique nous donne aussi l’énergie de servir le monde. Et c’est à travers la prière et l’aide du Saint-Esprit que nous recevons la force de réaliser concrètement cette vision. Dans cette prière, le croyant trouve un courage et une sagesse renouvelés, ainsi qu’un engagement résolu.

Cette dynamique jaillit de la « présence de l’Esprit », qui scelle la certitude que Dieu est avec nous. Paul qualifie l’Esprit de « prémices » (Rm 8.23), attestant que nous sommes en Christ. Sous cette assurance, nous attendons « l’adoption, la rédemption de notre corps », c’est-à-dire la transformation de toute notre personne et de l’Église pour le royaume de Dieu. Le pasteur David Jang rappelle que c’est là la tâche actuelle de l’Église : que chaque croyant progresse dans la sanctification par l’Esprit, et que la communauté témoigne concrètement de l’amour de Dieu.

Ainsi, Romains 8.18-27 résume l’essence de la théologie de Paul. Comme le répète le pasteur David Jang, face à chaque épreuve, le chrétien se rappelle la croix du Christ ; devant le gémissement de la création, il se souvient du grand dessein de Dieu ; et dans la prière, il compte sur l’intercession de l’Esprit. Dans cette dynamique, l’Église devient une « communauté radicale » qui transforme l’histoire et le croyant vit au quotidien la « grâce de la rédemption ».

En définitive, « la souffrance présente » n’est ni un hasard ni un non-sens, « la gloire à venir » n’est pas une simple idée. Le « gémissement de la création » et le « salut cosmique » sont la réalité vers laquelle nous aspirons ensemble, et, pour l’accomplir, le Saint-Esprit nous assiste de ses « soupirs inexprimables ». Grâce à ce triple message, nous vivons dans la joie d’un salut « déjà » accompli, tout en soupirant vers un salut « pas encore » pleinement réalisé.

Le pasteur David Jang est convaincu que, si l’Église annonce clairement ce message au monde, celui-ci pourra trouver une nouvelle espérance au milieu du désespoir et de l’absurdité. Plus la souffrance grandit, plus la « bonne nouvelle d’une gloire surgissant au cœur de la souffrance » apparaît indispensable. En nous attachant à cet Évangile, Dieu agit à travers nos vies, manifestant dès maintenant quelques prémices du salut universel qu’il accomplira finalement.

Ainsi, Romains 8.18-27 demeure pertinent pour les chrétiens d’aujourd’hui. Le pasteur David Jang, à partir de ce texte, ne cesse d’appeler à une attitude responsable face à la souffrance, à la solidarité avec la création et à une vie de prière fondée sur l’Esprit. De la sorte, l’Église s’efforce de rendre visible la révélation des « fils de Dieu », qui prendront pleinement part à la gloire future.

Pour finir, la perspective de Paul sur le salut dépasse la sphère individuelle et inclut celle du cosmos tout entier. Et la force pour suivre ce chemin nous est donnée par le Saint-Esprit. « C’est en espérance que nous avons été sauvés » : cette parole de Paul reste d’actualité. Malgré la complexité et la dureté de notre vie présente, nous sommes assurés, comme le répète le pasteur David Jang, de « la gloire future incomparable » à laquelle nous participerons. C’est grâce à cette foi que nous continuons d’avancer. Tant que nous conservons cette foi, nos souffrances nous unissent aux souffrances du Christ, et le gémissement de la création laissera place, un jour, à la louange. Et l’une des clés essentielles de ce grand retournement est la « prière soutenue par l’aide de l’Esprit ».

Tel est, en définitive, le sens de l’interprétation de Romains 8.18-27 selon le pasteur David Jang. Le croyant n’est pas englouti par la réalité présente, il aspire au salut cosmique et demeure en prière avec l’Esprit. Cette triple attitude n’est ni une chimère romantique ni une résignation passive. Elle devient au contraire la force transformatrice qui renouvelle le monde, comme en témoigne l’histoire de l’Église et les annales de la foi. Ainsi, « la souffrance présente et la gloire à venir, le gémissement de la création et le salut cosmique, et l’aide du Saint-Esprit et le secret de la prière » brillent ensemble, au sein de la perspective trinitaire du salut. Voilà le message béni que Romains 8.18-27 nous transmet aujourd’hui.

The Hope of Cosmic Salvation – David Jang


(1) Present Sufferings and Future Glory: The Hope of Salvation

Drawing from Romans 8:18 and onward, Pastor David Jang has deeply reflected on and interpreted the relationship between the sufferings we now face and the glory that is to come. In this passage, the Apostle Paul declares, “I consider that our present sufferings are not worth comparing with the glory that will be revealed in us” (Rom. 8:18). This indicates that the various pains and trials we encounter in our daily lives can never compare in weight to the future glory that is given to us in Christ. Even if there are glories and blessings we do not fully reap here on earth, Paul insists that the ultimate glory believers will enjoy in heaven is beyond measure.

In this way, Paul presupposes that the life of a Christian necessarily involves suffering. This is also inherent in the believer’s identity as one who “participates in what is still lacking in Christ’s afflictions.” Pastor David Jang compares it to the two sides of the same coin—glory on one side and suffering on the other. To the Christian, the afflictions that arise are not meaningless. From a worldly perspective, it may look like a toilsome labor without clear results, hopeless, and unrewarded. But within the context of faith, we are convinced that God’s promise for the future is a genuine, forthcoming reward. Hence, all the trials and sorrows we face today become a place where we can look forward to ultimate glory in Christ.

Paul proclaims, “For in this hope we were saved” (Rom. 8:24). Grammatically, this statement is intriguing because “we were saved” is in the past tense, while “in this hope” has a future-oriented nuance. It suggests the tension that while those in Christ have already received salvation, the full completion of that salvation is still pending. Commonly referenced in theology as the tension between the “already” and the “not yet,” believers live in the space in between. Through the cross of Jesus Christ, our sins have been forgiven and we have been declared righteous; yet the final fulfillment of that salvation remains in the future and will be fully revealed on the day of coming glory.

Pastor David Jang teaches that when we hold onto this hope, no matter how strong the headwinds, we can endure today by fixing our eyes on “the future glory.” Viewed through the lens of the world, affliction and hardship are signs of failure and frustration. But from the vantage point of faith, they become blessings—an opportunity to participate in Christ’s suffering. The path the Lord demonstrated is the way of the cross, and following the cross came the glory of the resurrection. Therefore, the Christian life, by necessity, also promises that glory awaits on the other side of suffering.

In the Sermon on the Mount, Jesus says, “Blessed are those who are persecuted because of righteousness, for theirs is the kingdom of heaven” (Matt. 5:10). Ultimately, this verse shows that persecution and sacrifice for the sake of righteousness are never wasted. Jesus’ declaration that theirs is the kingdom of heaven implies that suffering for righteous acts will surely be rewarded as a future prize. Pastor David Jang refers to this as “a faith of recompense,” emphasizing that the Bible repeatedly promises a firm conviction in future reward, which sustains a believer’s life of faith in the here and now.

The future glory that Paul describes is not merely some personal spiritual comfort. It is about the kingdom of God, which believers will partake in. Even if we do not see any immediate, tangible reward right now—and indeed may face losses from the world for keeping our faith—when we believe that such sacrifices are never in vain, we can persevere through suffering with joy. Pastor David Jang argues that by highlighting the “incomparable glory” to come, Paul seeks to instill in believers the value system of God’s kingdom, which is at odds with the world’s perspectives.

Moreover, Paul does not address merely the inner consolation or spiritual solace of the individual. He is convinced that the entire created order, which has been suffering and destroyed by sin, will ultimately be restored by the hand of God. In other words, the salvation of Christ unfolds on a cosmic scale, and on the day of its completion, the children of God will enjoy the true freedom of glory. This is the “big picture” that believers must grasp. No matter how small the present trials seem in comparison, a far greater glory is promised to come—both in this world and in the life of each believer.

Pastor David Jang puts it this way: “Even if we were to end our entire earthly life without tasting the joy of glory here, abundant rewards and glory from our Lord are guaranteed in heaven.” Through the eyes of the world, Christians may appear to be clinging to a futile hope and suffering for nothing, but for believers, the core of faith is that there is a “certain hope yet to be fulfilled.” Indeed, throughout history, this hope has kept countless forebears of faith unwavering in the face of extreme persecution.

Far from being an idealist, Paul soberly recognizes reality while fixing his gaze on the unmistakable future beyond it. By affirming that “our present sufferings are not worth comparing with the glory that will be revealed in us,” he exhorts us to trust in God, “who gives us the Spirit as a guarantee of that glory.” Therefore, when trials and discouragement come in our present life, we can cling more firmly to “God’s plan and promise” through Paul’s words. Within the gospel of this hope, believers can rejoice even in adversity, gaining the strength to practice faith, love, and perseverance.

Furthermore, when Paul speaks of having been “saved in hope,” he is not simply referring to a believer’s eternal life after death. He points to the kingdom of God—that cosmic reign which will be entirely restored in the future. At that time, all the created world, marred and broken by unrighteousness and sin, will return to its rightful order and praise God’s glory. Although we do not yet see this splendid future, we “already” accept and enjoy the promise by faith. Hence, a Christian is not someone who flees from or ignores life on earth, but rather one who rightly interprets present sufferings and anticipates the future glory even now.

Through Paul’s “forward-looking faith,” Pastor David Jang urges us to re-examine the meaning of suffering in our lives. Above all, we must recognize that our current trials are placed within God’s providence, and never forget that the final destination of this providence is the restoration of glory. Moreover, that glory does not merely stop at personal comfort or satisfaction for the individual believer, but extends to the universal completion of salvation for all creation, which groans together in longing. Pastor David Jang’s theological vision of “present sufferings and future glory” thus becomes a powerful driving force, enabling believers to press on toward the finish line without despair.


(2) The Groaning of Creation and Cosmic Salvation

Pastor David Jang interprets the “eager expectation” and “groaning” of creation in Romans 8:19–23 through the lens of cosmic salvation. In this passage, Paul states, “For the creation waits in eager expectation for the children of God to be revealed” (Rom. 8:19). Typically, we assume it is humans who long for the future, but here, astonishingly, it is “creation itself” that eagerly yearns and waits for salvation.

The word “eager expectation” is translated from the Greek term apokaradokia (ἀποκαραδοκία), which depicts someone craning their neck forward in earnest anticipation. Think of a child who, with excitement for tomorrow’s field trip, can hardly sleep and waits with bated breath for dawn to come. The Chinese characters often rendered for “eager expectation” can imply “waiting in agony,” and it is striking that creation itself so fervently awaits the future even in the midst of suffering.

Pastor David Jang explains that the term “creation” here does not merely refer to the natural environment or the animal kingdom, but rather encompasses the entire universe, which groans under humanity’s fall into sin. Ever since Genesis 3:17, where God declared, “Cursed is the ground because of you,” the world has lost much of its original harmony and beauty due to fallen humanity. The command God gave Adam to “rule over the earth” was originally a commission of stewardship—to serve and care for it—rather than to dominate and oppress. Yet through sin, humanity has become a reckless destroyer, exploiting nature to the point that God’s created world finds itself groaning in distress.

When Scripture says creation was “subjected to frustration” (Rom. 8:20), it highlights that creation is under the sway of humanity’s sinful and empty pursuits. Pastor David Jang notes that humans, who were meant to be caretakers marked by love and compassion, have turned into violent and greedy tyrants. Consequently, the earth, without its true master, is ironically at the mercy of fallen humanity, an “evil oppressor,” which is the tragic situation we see now.

Thus, the world’s physical and ecological ruin is a direct result of human sinfulness. Regarding these conditions, Scripture says God regretted having made humankind on the earth and His heart was deeply troubled (Gen. 6:6). Paul, too, laments his condition as a “wretched man” (Rom. 7:24) and declares that “the whole creation has been groaning as in the pains of childbirth” (Rom. 8:22). This reveals sin’s universal, cosmic scope of influence.

Confronted with this reality, Pastor David Jang stresses that the Christian’s mission is not confined merely to personal salvation or inner peace, but extends to the restoration of the entire cosmos and the order of life. Paul similarly clarifies that creation’s longing for “the children of God to be revealed” is because those children are ultimately the rightful stewards of the earth (Rom. 8:19). When God’s children are fully restored, creation too will join in the future “freedom of the glory” (Rom. 8:21).

Pastor David Jang teaches that “the children of God” refers to all believers redeemed by faith in Jesus, who have become part of God’s family through the Holy Spirit. These believers are entrusted with more than the forgiveness of personal sins; they are given the spiritual privilege and duty to serve and nurture all things. However, just as we who have not yet attained full holiness yearn for our future redemption, creation too awaits that day of cosmic restoration. This is the grand vision Paul offers—a glimpse of “cosmic salvation,” in which the entire universe is healed.

The grand finale of this “cosmic salvation” aligns with Revelation 21, where we see “a new heaven and a new earth.” God proclaims, “I am making everything new” (Rev. 21:5), wiping away every tear, abolishing death and mourning (Rev. 21:4). Pastor David Jang draws attention to the fact that in this scene God does not abandon a creation broken by sin but instead recreates it. Therefore, the eschatology we hope for is not some scenario where individuals escape a ruined world into heaven, but rather a comprehensive storyline of God restoring the entire cosmos—a culmination of radical renewal.

When we hold onto this vision of a restored world, we are spared from despair amid the many ecological crises and social turmoil of the present. Pastor David Jang emphasizes that “although Scripture points out that humanity and all creation have been groaning since the Fall, it also declares that God does not stand by idly but will surely establish His new reign.” Therefore, believers ought to lament and repent along with creation’s groanings, striving to reverse the damage. Environmental protection, caring for the vulnerable, and seeking social justice are all ways we participate in God’s emerging rule.

With the arrival of God’s kingdom, creation also finds deliverance, no longer toiling under “bondage to decay” (Rom. 8:21), but liberated to sing God’s glory. This is precisely why Paul, after speaking of “the groaning of nature,” proclaims the restoration it will share with “the children of God.” In Acts 3:21, the Bible says that Jesus will remain in heaven “until the time comes for God to restore everything,” implying that the end times involve not merely personal salvation but the sweeping rescue of all things. Pastor David Jang explains that Romans 8 is a compact expression of this cosmic salvation motif. Hence believers must pay equal attention to “individual soul salvation” and “cosmic redemption.” As the body of Christ, the church is called to proclaim this vision of cosmic restoration to the world and never forget that we, too, have been summoned to be part of that renewal.

Of course, here and now, we remain bound by sin and limitations; environmental destruction intensifies, and structural injustices spread. Nevertheless, in line with Paul’s exhortation to “wait eagerly like those who stay awake through the long night anticipating the dawn,” Pastor David Jang urges believers to sense creation’s groaning, pray, and not give up caring for God’s world. Ultimately, because God’s promise for the future is unwavering, believers can bear the labor and service of today with joy, knowing our efforts are never in vain.

Cosmic salvation is not entirely accomplished by human might; it will ultimately be fulfilled by God’s sovereignty and grace. But in the process leading to that fulfillment, the church must not remain a bystander before creation, which is “craning its neck” for the children of God to appear. Pastor David Jang’s emphasis on creation’s groaning and the vision of cosmic salvation thus confers upon believers a grand calling to embrace “both heaven and earth” in Christ. God has already planted the roots of new creation through Jesus Christ, and continues revealing this reality by the Holy Spirit. Therefore, we must walk this path in faith “between the already and the not yet.”


(3) The Holy Spirit’s Help and the Mystery of Prayer

In Romans 8:26–27, Paul shares a profound truth: “In the same way, the Spirit helps us in our weakness.” Paul is acutely aware of how weak and inadequate humans are. Sometimes we do not even know what to pray for or how to pray. Pastor David Jang cites this passage to emphasize that the one whom believers must rely on is the Holy Spirit, our Intercessor.

Paul explains, “We do not know what we ought to pray for, but the Spirit himself intercedes for us through wordless groans” (Rom. 8:26). This means the Holy Spirit transcends our ignorance and limitations, offering prayers perfectly aligned with God’s will on our behalf. Moreover, the Spirit’s “groaning” is not merely a sign of despair or sorrow, but rather deep love and fervor interceding for us.

Scripture presents Jesus Christ as the sole mediator between God and humanity (1 Tim. 2:5). Hebrews 7:25 also states that Jesus “always lives to intercede” for believers. Accordingly, every time we pray on earth, not only does Jesus’ shed blood on the cross allow us to boldly approach God (see Heb. 10:19–20), but the Holy Spirit also dwells within us and refines and guides our prayers. Thus, believers enjoy a tremendous privilege when it comes to prayer.

Pastor David Jang underscores this truth by reminding us that calling God “Father” in prayer is a profound grace, never a presumed right. As sinners, we once could not dare draw near to God, but through Jesus’ role as mediator, the veil was torn (Heb. 10:19–20). Now, on that opened path, the Holy Spirit indwells us so intimately that even our prayers are assisted by Him.

Paul says, “He who searches our hearts knows the mind of the Spirit” (Rom. 8:27). The One who searches our hearts is the Father Himself. Even if we offer prayers that go astray from God’s will, the Holy Spirit transcends all our inadequacies and intercedes according to God’s purpose. Essentially, even if our prayers are immature and flawed, the Spirit “translates” them into something worthy of God’s approval.

This grants believers enormous freedom and comfort in prayer. Prayer is not an exercise where a perfect script or flawless motive guarantees an answer. Rather, it is the process of openly laying our weaknesses and ignorance before God, entrusting them to the Spirit’s intercession. Pastor David Jang describes prayer as “a channel that connects us with God’s heart,” noting that without the Spirit’s aid, that channel can easily become blocked or distorted.

Recognizing this transforms prayer from a “formal duty” or “display of one’s spiritual confidence” into a time of relying wholly on the Spirit’s grace. It manifests as an attitude of opening ourselves to God’s Word, humbling ourselves, and earnestly seeking His good will. God knows our hearts and has paths prepared for us beyond our limited wisdom. Thus, the doctrine of “the Holy Spirit’s intercession,” condensed in Romans 8, offers believers tremendous consolation.

Furthermore, such prayer extends beyond the personal dimension, becoming the spiritual force that unites the church as one. Paul frequently describes the church as the “body of Christ” (1 Cor. 12; Eph. 4). Just as each part of the body is interconnected, prayer also binds and builds one another. When the Holy Spirit sees the weakness of one member and groans, that same heart can also be poured out into another member’s prayer. Consequently, the church becomes one in weeping together, rejoicing together, and caring for one another—an authentic spiritual community led by the Holy Spirit. Pastor David Jang observes that “the fact that the Spirit intercedes for each of us while guiding the whole church into unity reveals the mystery of true oneness.”

Paul also writes, “But if we hope for what we do not yet have, we wait for it patiently” (Rom. 8:25). This teaching on prayer and the Spirit’s help is tied to a “theology of perseverance.” Although God undeniably carries a grand design and executes cosmic salvation, its complete manifestation is not immediately evident. Sin and injustice still abound, and Christians remain burdened by fleshly frailty. Even the church wrestles with the gap between its ideals and reality. For this reason, Paul calls for perseverance, likening it to enduring labor pains, leaning on the Spirit’s help in prayer.

Likewise, Pastor David Jang describes our spiritual growth and the expansion of God’s kingdom as a process akin to “a little yeast leavening the entire batch of dough,” in which “patience” is essential. Just as it takes time and effort for a small seed to sprout and bear fruit, so too must the church persist in prayer within the Spirit’s help, diligently seeking God’s will. In that process of endurance, the Holy Spirit leads us down various paths, manifesting God’s works in ways we cannot fathom with our limited understanding.

In the latter part of Romans 8, Paul broadens the discussion of the power of prayer and the Spirit’s work: “And we know that in all things God works for the good of those who love him, who have been called according to his purpose” (Rom. 8:28). Paul is certain that even in our frailty and in all circumstances, the Spirit ultimately guides us toward good and the path of salvation. Therefore, when circumstances bewilder our human perspective, believers must still trust in the Spirit, who groans in intercession, and seek God’s benevolent providence.

Ultimately, the “help of the Holy Spirit and the mystery of prayer,” as described by Paul, become the central power enabling Christians to experience God’s might in everyday life, strengthening the church community, and participating in the cosmic vision of salvation. Pastor David Jang captures it in this statement: “The Holy Spirit is infinitely personal and universal, yet also resides within our hearts.” In other words, the grand plan of God’s salvation is carried out through the Spirit, and the humble, imperfect prayers of individuals also reach God’s throne by that same Spirit, receiving rightful answers.

In summary, Romans 8 affirms the reality of current sufferings, cosmic restoration, and the Spirit’s help. The conviction that “our present sufferings are not worth comparing with the glory that will be revealed” plants in us a bold hope for the future. The vision that “creation waits in eager expectation for the children of God to be revealed” expands that hope from personal salvation to the restoration of the whole created order. And the proclamation that “the Spirit himself intercedes for us through wordless groans” reassures us of the Spirit’s active mediation throughout that entire process.

By emphasizing these themes, Pastor David Jang re-contextualizes Paul’s words for the modern church and the Christian life, presenting three important lessons. First, the path of faith inevitably includes suffering, and such suffering is never in vain. Second, the universal order broken by sin will ultimately be restored by God, giving believers a long-range perspective on reality. Third, during this entire process of salvation, the Holy Spirit aids our prayers and leads us to accomplish God’s good will in His time.

These three messages form the theological foundation that enables believers never to despair, but to “hope for what we do not yet see, waiting for it patiently.” The church, standing on this hope, can serve one another, shoulder the pain and groaning of the world, and live today with confidence in the future glory. Although failures and discouragement sometimes arise, in the Spirit’s intercessory prayer we receive strength to continue training in godliness, ever more conformed to the image of Christ.

In the end, Romans 8 is a pinnacle of Paul’s doctrine of salvation, encapsulating Pastor David Jang’s emphases on “cosmic redemption” and the “dynamic power of the Holy Spirit.” For those who wander, seeking answers to suffering, the vision of future glory and the cosmic restoration bring comfort and power. For those stuck in prayerlessness or perplexed by God’s will, it becomes clear that the Holy Spirit’s inexpressible groaning is the divine power that supports believers’ infirmities.

Pastor David Jang describes Romans 8 this way: “A person of faith is one who already foresees the dawn breaking through the darkness.” And it is the light of that dawn—the illumination of the Holy Spirit—that makes present sufferings bearable, attunes us to the creation’s cries, and leads us to discover what we ought to pray for. Under the Spirit’s guidance, even on today’s thorny paths, believers can look forward to the blossom that will bloom tomorrow.

Above all, the teachings of Romans 8 offer concrete guidance for how the church should live within the world. Even if the flow of events appears chaotic and hopeless, believers have “an incomparable future glory” already dwelling within them. Even in a context of environmental destruction and disregard for life, we can hear “the groaning of creation” and cooperate toward cosmic salvation. And when faced with various economic and social crises that threaten to silence our prayers, we can still bend our knees, trusting the Spirit’s “wordless groans.”

Hence, in Pastor David Jang’s interpretation of Romans 8, the church and believers are called to three paths. First, do not lose heart in any suffering, for it cannot compare to future glory. Second, keep a universal vision of salvation, remembering that the pain of nature and society is not unrelated to us; indeed, we are called to practical involvement. Third, continually yield our prayer life and daily living to the help of the Holy Spirit, seeking and obeying God’s will. These are “the very tasks for which God has called us,” and they become the channel through which God’s kingdom is realized on earth.

Pastor David Jang asserts that “the kingdom of God” is the central theme of Jesus’ teaching, the climax of the Book of Acts (Acts 28:31), and the ultimate destination pointed to by Romans 8. Therefore, Christians must perpetually recall the Lord’s mandate to “seek first his kingdom and his righteousness” (Matt. 6:33). If our vision is locked on the world’s uncertainties, we will be easily disheartened. But faith that beholds the sovereign God and the ultimate convergence of history remains unshaken.

Thus, Romans 8:18–27 contains a core message of Paul’s gospel theology. According to Pastor David Jang’s exposition, the passage’s themes—“present sufferings and future glory,” “the groaning of creation and cosmic salvation,” and “the Holy Spirit’s help and the mystery of prayer”—are inseparably bound together. The reason our present afflictions are not futile is that hope for cosmic redemption stands behind them. And for that hope to become reality, the Holy Spirit’s intercession through prayer is indispensable. This logical progression is made clear in the text.

In the broader scope of Romans, Paul first deals extensively with human sin, righteousness, law, and gospel. Then, in chapter 8, he reaches a crescendo of wonder at salvation and praises the power of the Spirit. This is consistent with the trajectory of Scripture: the Old Testament culminates in Jesus Christ, while the New Testament culminates in “the kingdom of God.” Pastor David Jang believes that the church must recover the vision of this perfect salvation to proclaim the gospel effectively to the world and remain steadfast in faith against worldly values.

Moreover, cosmic salvation is far from a vague ideal. Paul explicitly cites the Second Coming of Christ, the final defeat of death through the resurrection, and God’s glorious reign in the new heavens and new earth. Pastor David Jang interprets this to mean that “biblical eschatology is a message of hope, not despair.” While most eschatologies in world religions or secular ideologies portray a catastrophic end or an imperfect utopia built by human strength, the Bible proclaims God’s proactive, comprehensive act of redemption for all things.

Hence, Christians are not those who fear the end, but those who expect it and live faithfully in the present. This is the basis of hope proclaimed in Romans 8. For the church, laboring in the Spirit’s aid and prayer, it is our calling to embody that hope. Pastor David Jang quotes Paul’s assurance that “those who wait for what is unseen will share in God’s glory,” urging today’s church not to fear suffering, not to ignore the groaning of creation, and never to forsake prayer.

Finally, Pastor David Jang underscores Romans 8:24—“For in this hope we were saved. But hope that is seen is no hope at all.” He stresses how this promise resonates in believers’ everyday lives. No matter how dismal the visible reality, Christians treat God’s invisible promise as even more real. For “faith is confidence in what we hope for and assurance about what we do not see” (Heb. 11:1). This “unseen reality” is the firm ground on which believers stand.

The salvation we proclaim “we already possess” is in fact “not yet fully completed,” so a spiritual battle rages between the powers of sin and injustice in this world. Creation groans, the church struggles with both internal conflict and external opposition. Yet the good news Paul announces is that the final outcome of this conflict has already been decided—through Christ’s resurrection and His promised return—on the side of victory.

Believers, then, are pilgrims who live faithfully today, waiting for the end when that victory will be fully realized. And as Pastor David Jang repeatedly emphasizes, we do not wander alone; we draw on the Spirit’s guidance and intercessory prayer. The Spirit pities our frailty, purifies our incomplete prayers, and persistently encourages us to take part in the cosmic vision of salvation.

Thus, the three main ideas in Romans 8:18–27—“present suffering and future glory,” “creation’s groaning and cosmic salvation,” and “the Holy Spirit’s help and the mystery of prayer”—are fundamental to Pastor David Jang’s theological message. First, though we live amid sufferings now, we must look boldly to the glory that awaits. Second, the groaning of creation has meaning, so we must march forward in pursuit of cosmic redemption. Third, we must entrust the burden of prayer to the Holy Spirit, trusting in His groaning and intercession.

Through these three sub-themes, we see how believers’ identity, hope, and daily practice of devotion interconnect. Romans 8 does not end with individual salvation; it presents the eschatological restoration of the entire universe, highlighting the indwelling of the Holy Spirit as central. Pastor David Jang notes, “It is a message so radical and revolutionary that where Scripture is truly proclaimed, the status quo cannot remain.” Indeed, wherever the gospel has spread throughout history, we see how idolatry and injustice were dismantled and churches were established, confirming this truth.

In conclusion, Romans 8:18–27 shows a powerful tension between the “already” and the “not yet,” calling believers to a holy hope. According to Pastor David Jang’s interpretation, it is a guide for how we interpret suffering on earth, how we share creation’s burdens, and how we rely on the Spirit in prayer. If believers truly grasp this message, they will not be swept away by despair in any situation, but instead follow God’s will with hope, eventually sharing in the glory to come.

As Pastor David Jang repeatedly stresses, the entire process of salvation cannot be forged or obtained by human means. It is only possible “through him who gives us strength” (Phil. 4:13). We cannot overcome all sufferings and bring about cosmic salvation by our own power. Therefore, Christians humbly acknowledge God’s sovereignty, depend on the Holy Spirit, and ultimately anticipate Christ’s return.

Such a theological understanding of Romans 8 calls the church to be salt and light in the world. The “social engagement” or “ethical responsibility” the world demands of the church is not separate from Paul’s vision of cosmic salvation. Hearing the groans of creation, praying for its healing, and carrying out small acts of care are signs that “the children of God” are indeed being revealed. We are to form a community that displays a partial glimpse of that coming glorious kingdom in the here and now.

Accordingly, meditating on Romans 8 leads us to feel both deep comfort and a profound sense of responsibility. This responsibility entails caring for family, loving our neighbors, preserving the environment, and reforming unjust systems—actions that bring God’s reign to earth in tangible ways. Meanwhile, the comfort arises from knowing that even when we are weary and fail, the Holy Spirit intercedes with unspeakable groans on our behalf, and God causes everything to work together for good in His grand design.

Therefore, Romans 8:18–27 boldly proclaims that Christianity is not merely a private religion offering spiritual solace, but a potent eschatological faith that expects the coming of “the kingdom of God” and a universal gospel that aims at cosmic redemption. Pastor David Jang’s exegesis guides believers to apply this faith concretely. Through this lens, we can internalize the gospel promise in “for in this hope we were saved” (Rom. 8:24).

Additionally, Pastor David Jang urges a proactive and positive outlook in daily life, knowing that a bold future of cosmic restoration has been foretold. It is true that this present age, distorted by sin, still abounds in suffering and contradictions. Yet faith “looks to what is unseen” and invites us into that hope, fueling our efforts and prayers here and now. If we lose sight of this hope, we risk falling into worldly despair or nihilism.

Hence, by revisiting the three central themes taught in Romans 8:18–27, we find our compass. First, from Paul’s declaration that “our present sufferings are not worth comparing with the glory that will be revealed in us,” we learn a faith perspective that interprets suffering and looks beyond it. Second, from “the creation waits in eager expectation for the children of God to be revealed,” we grasp the hope of universal salvation, recognizing the church’s calling as the conduit of that restoration. Third, from “the Spirit himself intercedes for us through wordless groans,” we discover the Spirit’s role in transcending our human limitations so that we can pray in accordance with God’s will.

These sub-themes are complementary and form a cohesive whole. Our interpretation of suffering depends on the vision of future glory. Without the bigger picture of cosmic salvation, present suffering can devolve into self-pity or lethargy. But if we know that cosmic salvation awaits, it motivates us to serve the world. And ultimately, the practical power for carrying this out stems from the help of the Holy Spirit through prayer. In that space of prayer, believers find new courage, wisdom, and the resolve to act.

All of this is rooted in “the Spirit’s indwelling,” which Paul calls “the firstfruits of the Spirit” (Rom. 8:23). This Spirit who dwells in us is the most unmistakable proof that we belong to Jesus Christ. Under that assurance, we wait for “our adoption to sonship, the redemption of our bodies.” We anticipate the day when our whole being—indeed, the entire church—will be perfectly redeemed and transformed for the glorious kingdom of God. Pastor David Jang insists that this future redemption must become a key focus for the contemporary church: each believer being progressively sanctified by the Spirit, while the church collectively practices God’s goodness in the world.

In this manner, Romans 8:18–27 stands as a pinnacle of Pauline theology. As Pastor David Jang frequently teaches, whenever we face suffering, we remember Christ’s cross; when we hear creation’s groans, we recall God’s grand vision; and whenever we pray, we depend on the Holy Spirit’s mediation. By living out these principles, the church can become “a radical community that transforms history,” and individuals can practice “the grace of redemption” in their daily lives.

In conclusion, if we hold onto the message of Romans 8, our “pain of today” transforms into a pathway toward “the hope of tomorrow.” Hearing creation’s groans should not lead us to despair that we are still so far off, but rather move us to join in that groaning with prayer, stepping forward as God’s children for the healing of creation. And because the Holy Spirit supports our weakness, we can fulfill this mission “through him who gives us strength,” even when all seems impossible.

Pastor David Jang remarks that “the ultimate completion of glory grows clearer as time goes by,” urging the church to rise above worldly despair and limitations, serving the world through concrete acts of love. This eschatological vision of the Christian faith should not remain a distant dream but function as an active force transforming the present. We learn from Romans 8 that such power is granted only through the Holy Spirit’s help and His groans in prayer.

Thus, Romans 8:18–27 makes clear that our present sufferings are not accidental or pointless, that the “glory to be revealed” is no mere abstraction, that creation’s groaning heralds a future where both the universe and we ourselves will be renewed, and that the Holy Spirit’s “wordless groans” are the key to bringing forth that reality. Through this threefold message, believers live in the joy of the “already” accomplished salvation, longing for the “not yet” completed redemption.

Pastor David Jang is convinced that if the church truly communicates this message to the world, many will discover new hope amid despair and futility. In a time when the problem of suffering grows more complex, the paradoxical gospel of “glory arising precisely in the midst of suffering” is desperately needed. Clinging to this gospel, God works through our lives, granting small yet tangible glimpses of the cosmic salvation He will fully accomplish at the end of the age.

Hence, the abundant teachings in Romans 8:18–27 are not merely an ancient apostle’s counsel, but living truth for Christians today. Through this text, Pastor David Jang continually speaks of a responsible stance toward suffering, solidarity with creation, and a life of prayer dependent on the Holy Spirit. As a result, he seeks the revelation of “the children of God” throughout individual faith journeys, church communities, and society at large.

Ultimately, Paul’s vision of salvation transcends individual redemption and encompasses the whole cosmos. And the strength to walk that path comes from the Holy Spirit. The declaration “For in this hope we were saved” remains just as valid now. No matter how tangled or arduous our present life may be, as Pastor David Jang says, we can keep moving forward, believing we will partake in “the incomparable future glory.” Holding that faith, our sufferings become an avenue into Christ’s glory, and creation’s groaning will one day cease, bursting into a joyful chorus of praise. And the vital key to seeing that extraordinary transformation is “prayer in reliance on the Holy Spirit.”

Such is the ultimate vision that Pastor David Jang’s interpretation of Romans 8:18–27 offers. Believers do not become trapped in the realities of the moment; they dream of cosmic redemption while persevering in prayer through the Holy Spirit. These three commitments need not degrade into mere romantic idealism or passive resignation; rather, they fuel the dynamic impetus to serve and transform the world—a power confirmed repeatedly in church history and in the record of faithful believers. Indeed, in the triune perspective of salvation, “present suffering and future glory,” “creation’s groaning and cosmic restoration,” and “the Spirit’s help and prayer” shine together as the good news of Romans 8:18–27.

La esperanza de la salvación cósmica – David Jang


(1) El sufrimiento presente y la gloria futura: la esperanza de salvación

El pastor David Jang, basándose en Romanos 8:18 en adelante, ha meditado e interpretado en profundidad la relación entre los sufrimientos que se nos presentan hoy y la gloria que está por venir. En este pasaje de Romanos 8, el apóstol Pablo declara: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Ro 8:18). Esto significa que los diversos dolores que enfrentamos en la vida, o las pruebas que atravesamos a diario, de ninguna manera pueden compararse con la gloria futura que se nos concede en Cristo. Aunque en este mundo no recojamos toda la gloria y bendición que quisiéramos, Pablo afirma que la gloria que el creyente disfrutará en el cielo es inconmensurable.

Así, el apóstol Pablo parte de la premisa de que la vida cristiana incluye inevitablemente el sufrimiento. Esto forma parte de la esencia de aquellos llamados a ser partícipes de “lo que falta de las aflicciones de Cristo”. El pastor David Jang describe esta realidad como dos caras de una misma moneda: “si la parte frontal es la gloria, la parte trasera es el sufrimiento”. De hecho, el sufrimiento que enfrenta el cristiano no es un dolor inútil. Bajo los criterios del mundo, puede parecer un esfuerzo sin recompensa y sin esperanza, pero en la fe estamos seguros de que la promesa de Dios acerca de nuestro futuro es una recompensa real. De ahí que las diversas pruebas y dolores que hoy experimentamos se conviertan, en Cristo, en un lugar desde el cual podemos contemplar la gloria final.

Pablo declara: “Porque en esperanza fuimos salvos” (Ro 8:24). Esta frase resulta asombrosa incluso desde el punto de vista gramatical, ya que utiliza simultáneamente la forma verbal “fuimos salvos” (pasado) y la expresión “en esperanza” (con proyección de futuro). Encierra la tensión de que quienes están en Cristo ya han recibido la salvación, pero aún queda pendiente su consumación. Teológicamente, esto se describe como el vivir entre el ‘ya’ (already) y el ‘todavía no’ (not yet). Obtenemos el perdón de pecados y la justificación gracias a la cruz de Jesucristo en el pasado, sin embargo, la consumación final de esa salvación está por revelarse plenamente en el futuro, el día de la gloria que ha de venir.

El pastor David Jang enseña que si nos aferramos a esta esperanza, sin importar la intensidad de los vientos en contra, podremos soportar hoy con la mirada puesta en la “gloria futura”. A ojos del mundo, el sufrimiento y la adversidad podrían verse como señales de fracaso y frustración, pero con ojos de fe se convierten en bendición por participar en los padecimientos de Cristo. El camino que el Señor mostró es el camino de la cruz, y tras la cruz sigue la gloria de la resurrección. Así, la vida del cristiano, inevitablemente, contempla una gloria que espera después del sufrimiento.

Jesús, en el Sermón del Monte, dijo: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5:10). Este texto demuestra en última instancia que la persecución y el sacrificio por la justicia no son en vano. La declaración de que “de ellos es el reino de los cielos” implica que “el sufrimiento que proviene de un obrar justo ciertamente recibirá su recompensa futura”. El pastor David Jang lo denomina “la fe en la retribución”, subrayando que la fe firme en las promesas bíblicas sobre el futuro es la fuerza que sostiene la vida de fe en el presente.

La gloria futura de la que habla Pablo no se limita a un consuelo individual del alma. Se refiere al reino de Dios, donde el creyente habrá de participar. Aunque no veamos una recompensa tangible de forma inmediata y, de hecho, en ciertas ocasiones tengamos que asumir pérdidas por mantener la fe, si creemos que ese sacrificio no es en absoluto vano, podemos soportar con gozo el sufrimiento. El pastor David Jang señala que Pablo, al enfatizar “la gloria venidera que no puede compararse”, busca inculcar en los creyentes los valores del reino de Dios, que se oponen a los valores de este mundo.

Pablo no se limita a hablar de un simple consuelo interior o espiritual. Tiene la certeza de que todo el orden del universo, hoy dolido y destruido por el pecado, terminará siendo restaurado por la mano de Dios. La salvación de Cristo se extiende a nivel cósmico, y en el día de su consumación, los hijos de Dios gozarán de la auténtica libertad gloriosa. Este es el “gran panorama” que todo creyente debe abrigar en el corazón. Hoy padecemos pequeñas pruebas, pero nos aguarda una gloria infinitamente mayor que ha de llegar no solo a esta tierra, sino también a la vida del creyente.

El pastor David Jang añade: “Aunque en esta tierra no disfrutemos plenamente la dicha de la gloria y concluyamos aquí nuestra vida, la generosa recompensa y gloria en los cielos está garantizada por nuestro Señor”. Desde la perspectiva de la gente del mundo, los cristianos podrían parecer quienes sufren confiando en una vana esperanza. Sin embargo, para el creyente, el hecho de poseer ‘una esperanza segura de lo que vendrá’ constituye el núcleo de su fe. Históricamente, esta certeza ha sostenido a multitud de antepasados de la fe, aun en medio de intensos sufrimientos.

Pablo no es un simple idealista; reconoce la dureza de la realidad, pero dirige su mirada al futuro cierto que hay más allá. Afirma: “Las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera” (Ro 8:18) y nos anima a confiar en Dios, quien “nos dio las arras del Espíritu” como garantía de esa gloria. Por tanto, cuando las pruebas y el desaliento nos alcanzan en nuestra vida presente, las palabras de Pablo nos permiten aferrarnos con más fuerza al “plan y promesa de Dios”. El creyente, dentro del evangelio de la esperanza, puede hallar gozo incluso en medio del sufrimiento, y recibir la fuerza necesaria para practicar la fe, el amor y la paciencia.

Además, cuando Pablo dice que “en esperanza fuimos salvos”, no se refiere solamente a la vida eterna tras la muerte, sino a la llegada segura del reino de Dios, en donde su señorío abarcará completamente el cosmos. Entonces, toda la creación, destruida por la injusticia y el pecado, recuperará su orden original y alabará la gloria de Dios. Esta visión del futuro, aunque “todavía” no sea visible a nuestros ojos, la “hemos” recibido “ya” por la fe. Por tanto, el cristiano no huye ni evade la vida de esta tierra, sino que más bien interpreta correctamente el sufrimiento presente y saborea de antemano la gloria futura.

A través de esta “fe orientada al futuro”, el pastor David Jang exhorta a replantear el significado del sufrimiento que atravesamos en nuestra vida. Sobre todo, insta a reconocer que nuestras tribulaciones actuales están dispuestas bajo la providencia de Dios y a no olvidar que el destino final de esa providencia es la restauración gloriosa. También insiste en que dicha gloria no se reduce meramente a un consuelo o satisfacción individual del creyente, sino que abarca la consumación de la salvación universal que toda criatura anhela y aguarda con gemidos. La “teología del sufrimiento presente y la gloria futura” que presenta el pastor David Jang se convierte así en un poderoso motor que alienta a los cristianos a no caer en la desesperación y a correr hacia la meta final.


(2) El gemir de la creación y la salvación cósmica

El pastor David Jang interpreta Romanos 8:19-23, donde Pablo habla de la “ardiente expectativa” y los “gemidos” de la creación, desde la perspectiva de la salvación cósmica. Pablo declara: “Porque el anhelo profundo de la creación es aguardar la manifestación de los hijos de Dios” (Ro 8:19). Aunque solemos pensar que es el ser humano quien anhela el futuro, aquí sorprendentemente “la creación misma” anhela y espera con fervor la salvación.

La palabra “anhelo” en el versículo 19 proviene del término griego “apokaradokía (ἀποκαραδοκία)”, que describe a alguien que estira el cuello, esperando con impaciencia algo que ha de venir. Es como el niño que no puede pegar ojo la noche previa a una excursión, lleno de emoción e impaciencia, deseando que amanezca. Incluso en la expresión en chino (苦待), se halla la idea de “esperar con sufrimiento”. Impresiona imaginar que la creación aguarda la redención en medio del dolor.

Según el pastor David Jang, la palabra “creación” no se limita al ecosistema natural o al mundo animal, sino que abarca el universo entero, que gime a causa de la caída. Génesis 3:17 relata la declaración de Dios a Adán: “Maldita será la tierra por tu causa…”. Desde entonces, por el pecado del hombre, el mundo perdió en gran medida su armonía y belleza originales. El mandato que Dios dio a Adán de “sojuzgar la tierra” incluía originalmente la idea de ejercer un “mayordomía” para servir y cuidar la creación, no dominarla ni oprimirla. Pero a causa del pecado, el ser humano se volvió un ser violento y codicioso, llegando a explotar y destruir la naturaleza, de modo que toda la creación gime ahora.

La creación “fue sujetada a vanidad” (Ro 8:20), es decir, quedó sometida a la futilidad del hombre caído. El pastor David Jang recalca esta idea: el hombre, que debería regir la creación con amor y compasión, se ha tornado un ser violento y codicioso. Por tanto, la tierra, que debía encontrar a su verdadero dueño, sufre bajo el ser humano que actúa más bien como un “tirano perverso”. Esta ironía describe la realidad actual de la humanidad en cuanto al medioambiente.

Así, la devastación ecológica y física del mundo es una consecuencia directa de la caída humana. La Biblia dice que Dios “se arrepintió de haber hecho al hombre en la tierra, y le dolió en su corazón” (Gn 6:6), y Pablo exclama: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Ro 7:24). A su vez, afirma: “Sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora” (Ro 8:22). Así de amplio y universal es el efecto del pecado.

Ante esta realidad, el pastor David Jang insiste en que la tarea del cristiano va más allá de la salvación personal y la paz interior: debe involucrarse en la restauración universal y en el restablecimiento del orden de la vida. Pablo ve que la creación entera suspira por la manifestación de los hijos de Dios (Ro 8:19), esto es, los verdaderos “dueños” que la cuiden y pastoreen. Cuando los hijos de Dios se restauren, también la creación compartirá la “libertad gloriosa” del futuro (Ro 8:21).

El pastor David Jang explica que “los hijos de Dios” son todos los creyentes que, habiendo creído en Jesús y recibido la salvación, forman parte de la familia de Dios por el Espíritu Santo. No solamente son perdonados de sus pecados, sino que reciben el privilegio y la responsabilidad espiritual de cultivar y cuidar toda la creación. Aunque todavía no hemos alcanzado la santidad plena en este mundo y anhelamos la redención definitiva, la misma creación espera también ese día. Esta visión enorme de Pablo, que sueña con la “salvación cósmica” o restauración universal, conecta con la descripción de “cielo nuevo y tierra nueva” de Apocalipsis 21. Dios renueva todas las cosas (Ap 21:5), borra todo llanto, muerte y clamor (Ap 21:4) y establece el mundo definitivo.

El pastor David Jang subraya que Dios no abandona de un plumazo el orden creado que fue corrompido por la caída, sino que lo renueva. Por ello, la escatología cristiana no relata la mera desconexión entre un mundo en ruinas y el individuo que huye al cielo, sino un relato amplio de la salvación de Dios, que abarca el universo entero y culmina en una transformación total. Esta esperanza de restauración sostiene al creyente hoy en medio de múltiples crisis ecológicas y conflictos sociales, impidiéndole caer en la desesperación.

El pastor David Jang remarca: “La Biblia señala que tras la caída, tanto el hombre como la creación gimen al unísono, pero que Dios no es indiferente a tal estado y ha prometido instaurar su nuevo gobierno”. El cristiano, por tanto, debe lamentarse junto con la creación y buscar revertir la situación. Proteger el medioambiente, velar por los débiles y establecer la justicia social representan valores que conducen a la manifestación del reino de Dios. Cuando se instaure plenamente el reino de Dios, la creación misma será librada “de la esclavitud de corrupción” (Ro 8:21) y cantará con libertad la gloria de Dios. Este es el motivo de Pablo al señalar “el gemir de la naturaleza”, proclamando que compartirá la restauración junto con “los hijos de Dios”.

Hechos 3:21 expone que Jesucristo “debe ser recibido en el cielo hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas” (Hch 3:21). En el fin de los tiempos, no solo la salvación individual, sino la gran salvación divina que “restaurará todas las cosas” se desplegará. El pastor David Jang considera que Romanos 8 presenta, de manera resumida, esta doctrina de la salvación universal. Así pues, los creyentes debemos contemplar tanto la salvación individual del alma como la salvación cósmica. En cuanto cuerpo de Cristo, la Iglesia anuncia al mundo esa gran visión de restauración y no debe olvidar su llamado a participar en ella.

Sin embargo, en este momento, seguimos atrapados en el pecado y la debilidad, y observamos cómo se agrava la destrucción ambiental y abunda la injusticia estructural. Aun así, el pastor David Jang, siguiendo a Pablo, insta a que esperemos “el amanecer luego de pasar la noche en vela”, compartiendo el gemir de la creación y orando, sin dejar de velar por la creación. La promesa de Dios respecto al futuro es firme, y por ello el creyente sabe que el esfuerzo y la entrega de hoy no son en vano, y los realiza con gozo.

La salvación cósmica no se logra con la sola fuerza humana, sino que se consumará finalmente por la soberanía y gracia de Dios. Pero en el proceso hacia esa culminación, la Iglesia, como “los hijos de Dios” ansiados por la creación, no puede quedarse de brazos cruzados. Esta visión de “el gemir de la creación y la salvación cósmica” que enfatiza el pastor David Jang es una llamada para que el creyente asuma una gran misión de “abarcar cielo y tierra en Cristo”. Puesto que Dios, por medio de Jesucristo, ya ha iniciado la nueva creación y continúa revelándola a través del Espíritu Santo, vivimos en ese tenso equilibrio entre el “ya” y el “todavía no” con una fe activa.


(3) La ayuda del Espíritu Santo y el misterio de la oración

En Romanos 8:26-27, Pablo declara la maravillosa verdad: “Y de la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad…”. Pablo conoce de primera mano lo frágiles e insuficientes que somos los seres humanos. A veces ni siquiera sabemos qué deberíamos pedir, ni el modo correcto de rogar. El pastor David Jang, citando este pasaje, enfatiza que el creyente debe apoyarse en Aquel que es nuestro verdadero Intercesor: el Espíritu Santo.

Pablo escribe: “Pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos; sino que el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Ro 8:26). Esto significa que el Espíritu supera nuestra ignorancia y nuestras limitaciones, elevando una oración que se ajusta perfectamente a la voluntad de Dios. Además, el “gemir” del Espíritu no es simple tristeza ni desaliento, sino una intercesión llena de pasión y amor a nuestro favor.

La Biblia presenta a Jesucristo como el único mediador entre Dios y los hombres (1 Ti 2:5). Hebreos 7:25 enseña que Jesús “vive siempre para interceder” por los suyos. Sin embargo, cada vez que oramos en la tierra, no solo entramos confiadamente ante Dios gracias a la sangre de Cristo derramada en la cruz (véase He 10:19-20), sino que también el Espíritu Santo, morando en nuestro interior, corrige e impulsa nuestras oraciones. De este modo, el creyente disfruta de un enorme privilegio en la oración.

El pastor David Jang señala que “poder llamar a Dios ‘Padre’ y orar así es una inmensa gracia, y en ningún caso un derecho obvio”. La humanidad, en su condición de pecadora, no podía acercarse a Dios; pero gracias a Jesucristo, el velo se rasgó y se abrió el camino (He 10:19-20). Además, en esa senda, el Espíritu Santo habita en lo profundo de nuestro ser y nos ayuda incluso en la oración.

Pablo afirma: “El que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu” (Ro 8:27). El que escudriña los corazones es el Padre celestial. Aun cuando a menudo hagamos oraciones erróneas o que no se ajustan a la voluntad de Dios, el Espíritu Santo supera dichas carencias y ruega conforme a la voluntad divina. De esta manera, aunque la oración que brota de nosotros sea inmadura e incompleta, el gemir y la intercesión del Espíritu la “traduce” en una súplica aceptable ante Dios.

En ello descansa la gran libertad y consuelo que experimenta el creyente al orar. La oración no es un procedimiento en que debamos reunir lenguaje perfecto o intenciones impecables para garantizar la respuesta de Dios. Por el contrario, se trata de exponer con humildad nuestras debilidades e ignorancia ante Él, confiando en la intercesión del Espíritu. El pastor David Jang describe la oración como “un canal de conexión con el corazón de Dios” y advierte que, sin la ayuda del Espíritu, este canal se obstruye o se deforma con facilidad.

Con esa conciencia, la oración deja de ser una “obligación formal” o un “mecanismo de autoafirmación” y se convierte en una total dependencia de la gracia del Espíritu. Se refleja entonces en una actitud de apertura ante la Palabra, abandono del orgullo y búsqueda apasionada de la voluntad de Dios. Él, que conoce nuestro interior, prepara caminos que superan nuestra limitada sabiduría. Así, la enseñanza de Romanos 8 sobre la “intercesión del Espíritu” brinda un enorme alivio al creyente.

Esta dinámica de la oración trasciende el nivel individual y actúa como un motor espiritual que une a la Iglesia. Pablo describe a la Iglesia como “el Cuerpo de Cristo” (1 Co 12; Ef 4). De la misma manera que los miembros se conectan entre sí, la oración también sostiene e integra los diferentes miembros. Cuando el Espíritu Santo ve la debilidad de un miembro y gime por él, ese mismo clamor puede depositarse en la oración de otro. Así, la Iglesia crece en unidad, llorando juntos y gozándose juntos, cuidándose unos a otros como comunidad del Espíritu. El pastor David Jang explica: “El hecho de que el Espíritu interceda por cada uno de nosotros mientras une a la Iglesia en un solo cuerpo nos revela el misterio de la verdadera unidad”.

Pablo también escribe: “Si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos” (Ro 8:25). Esta exhortación a la paciencia se vincula directamente con la enseñanza sobre la oración y la ayuda del Espíritu. Dios tiene un plan majestuoso y está llevando a cabo la salvación cósmica, pero esa perfección no se ve aún plenamente. El pecado y la injusticia continúan dominando el mundo, los cristianos seguimos arrastrando debilidades en la carne y la Iglesia vive tensiones entre el ideal y la realidad. De ahí que Pablo exhorte a perseverar con paciencia, confiando en la intercesión del Espíritu, tal como una mujer supera los dolores de parto hasta dar a luz.

El pastor David Jang compara el crecimiento espiritual y la expansión del reino de Dios con la labor de la levadura que fermenta toda la masa, recordando que se requiere “paciencia”. Así como la semilla pequeña necesita tiempo y esfuerzo para germinar y fructificar, la Iglesia, confiando en la ayuda del Espíritu, debe orar y buscar con constancia la voluntad de Dios. En medio de ese proceso, el Espíritu se manifiesta por diversos caminos que trascienden nuestra comprensión y revela la obra divina de modos a veces insospechados.

Siguiendo el argumento de Romanos 8, Pablo eleva aún más esta enseñanza sobre la oración y la obra del Espíritu hasta culminar con la célebre afirmación: “A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Ro 8:28). El Espíritu Santo, pese a nuestras limitaciones y las circunstancias que nos rodean, nos conduce finalmente por la senda del bien y de la salvación. Por consiguiente, aunque a ojos humanos no podamos comprender ciertos acontecimientos, el creyente deposita su confianza en la intercesión del Espíritu, pidiendo que se cumpla la buena voluntad de Dios.

En definitiva, la enseñanza de Pablo sobre “la ayuda del Espíritu y el misterio de la oración” es la fuente clave que permite al cristiano experimentar el poder de Dios en la vida cotidiana, edificar la comunión de la Iglesia y participar en la visión de la salvación cósmica. El pastor David Jang lo sintetiza así: “El Espíritu es infinitamente personal y cósmico a la vez, habitando en lo profundo de nuestro corazón”. Esta frase expresa que el plan inmenso de Dios se realiza por medio del Espíritu, y que incluso la oración más humilde del creyente se eleva ante Dios por intercesión del mismo Espíritu, recibiendo una respuesta apropiada.

En conclusión, en Romanos 8, Pablo reflexiona con firmeza acerca del sufrimiento presente, la salvación universal y la ayuda del Espíritu. La convicción de que “los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera” infunde en nosotros una esperanza inquebrantable para el futuro; la visión de que “la creación aguarda la manifestación de los hijos de Dios” expande esta esperanza hacia toda la creación, más allá de la salvación individual; y la declaración de que “el Espíritu intercede por nosotros con gemidos indecibles” nos asegura que en todo este proceso tenemos la mediación activa del Espíritu. Gracias a ello, hallamos paz y seguridad.

El pastor David Jang, al exponer estas palabras de Pablo, aplica la enseñanza a la Iglesia y a la vida del creyente de hoy, transmitiendo tres mensajes principales. Primero, en el camino de la fe siempre hay sufrimiento, pero no es en vano. Segundo, el orden cósmico roto por el pecado será restaurado finalmente por Dios, y necesitamos esta perspectiva amplia. Tercero, en todo este proceso de salvación, el Espíritu Santo respalda nuestras oraciones y nos guía para que se cumpla la buena voluntad de Dios.

Estos tres mensajes evitan que el creyente caiga en la desesperación en cualquier situación y le capacitan para “aguardar con paciencia lo que no ve”. Además, fortalecen a la Iglesia para ayudarnos mutuamente, cargar con el dolor del mundo y perseverar con la confianza puesta en la gloria futura. Aunque en el camino a veces haya tropiezos y desalientos, la oración en el Espíritu Santo sostiene al cristiano, llevándolo a madurar en la imagen de Cristo.

Romanos 8 es el capítulo culminante de la doctrina de la salvación en Pablo, y a la vez, según enfatiza el pastor David Jang, es un pasaje esencial que muestra la “salvación cósmica” y la “dinámica del Espíritu” de forma unificada. Quien sufra sin encontrar respuestas hallará en esta visión de la gloria futura y la restauración universal un firme aliento y esperanza. Quien se sienta bloqueado en la oración e ignore la voluntad de Dios podrá apoyarse en el “gemir indecible del Espíritu” y creer que su debilidad es cuidada por el poder divino.

El pastor David Jang resume Romanos 8 afirmando: “La persona de fe ve por anticipado la ‘aurora que despunta atravesando la noche oscura’”. Y esa luz de la aurora permite enfrentar con valentía el sufrimiento presente, escuchar el clamor de la creación que gime y discernir “lo que conviene pedir” en la oración, gracias a la guía del Espíritu. A la luz del Espíritu, el creyente sigue adelante en la senda llena de espinas que recorre hoy, aguardando la flor que brotará mañana.

Sobre todo, la enseñanza de Romanos 8 brinda directrices concretas acerca de cómo debe posicionarse la Iglesia frente al mundo actual. Aunque la corriente de la historia parezca encaminarse hacia la confusión y la desesperación, el cristiano ya alberga en su interior esa “gloria venidera incomparable”. Por más que la destrucción ambiental y el menosprecio de la vida se extiendan, escuchamos el “gemir de la creación” y cooperamos en pos de la salvación cósmica. Y aunque las crisis económicas y sociales nos apremien tanto que deseemos abandonar la oración, seguimos doblando las rodillas confiando en el “gemir indecible del Espíritu”.

Desde la perspectiva del pastor David Jang, Romanos 8 ofrece tres directrices al creyente y a la Iglesia: primera, no desanimarse ante ningún sufrimiento al compararlo con la gloria futura; segunda, llevar a la práctica la visión de la salvación universal, atendiendo los dolores de la creación, que a primera vista podrían parecernos ajenos; y tercera, rendir nuestra vida y oración a la ayuda del Espíritu, procurando la voluntad de Dios a cada paso. Estos son los “llamados de Dios para nosotros”, el camino que conduce a la manifestación del reino de Dios en la tierra.

El pastor David Jang afirma que el tema “el reino de Dios” constituye el corazón de las enseñanzas de Jesús, el colofón del libro de los Hechos (Hch 28:31) y la meta suprema a la que apunta Romanos 8. Por ello, el creyente debe tener presente siempre las palabras de Jesús: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mt 6:33). Al centrar la mirada en la soberanía de Dios y en la convergencia final de la historia, la fe permanece firme, en lugar de tambalearse ante la incertidumbre del mundo.

En definitiva, Romanos 8:18-27 contiene un tema central de la teología paulina. Según la interpretación del pastor David Jang, “el sufrimiento presente y la gloria futura”, “el gemir de la creación y la salvación cósmica”, y “la ayuda del Espíritu Santo y el misterio de la oración” están estrechamente unidos. El presente sufrimiento no es vano gracias a la esperanza de la salvación universal, y para que esa fe se concrete en la realidad, la intercesión y la oración en el Espíritu son imprescindibles. Ese es el claro hilo conductor.

A lo largo de Romanos, Pablo primero trata a fondo el pecado humano, la justicia, la ley y el evangelio, para luego culminar en el capítulo 8 alabando el maravilloso desenlace de la salvación y el poder del Espíritu. Este clímax armoniza con el flujo general de la Biblia, donde el Antiguo Testamento alcanza su culmen en Jesucristo, y el Nuevo Testamento se orienta hacia la consumación del “reino de Dios”. El pastor David Jang asegura que solamente al recobrar esta visión de la salvación plena, la Iglesia podrá proclamar fielmente el evangelio ante el mundo, y los creyentes podrán triunfar en la fe sin dejarse arrastrar por los valores mundanos.

Por otra parte, la “salvación cósmica” no es una utopía remota. Pablo habla específicamente de la segunda venida de Cristo, de la destrucción del poder de la muerte a través de la resurrección y de la autoridad gloriosa que se manifestará en “cielos nuevos y tierra nueva”. El pastor David Jang considera que la escatología bíblica es una “escatología de esperanza”, no de desesperación. A diferencia de otras religiones o ideologías seculares, que suelen anunciar un escenario de catástrofe final o una utopía inalcanzable por fuerza humana, la Biblia proclama la obra activa de Dios que restaura todas las cosas.

Así, el cristiano no teme al fin de los tiempos, sino que lo espera con gozo y vive el presente con fidelidad. Esta actitud se fundamenta en la esperanza que describe Romanos 8. Con el auxilio del Espíritu, la Iglesia se esfuerza para que esa esperanza se haga realidad. El pastor David Jang cita las palabras de Pablo: “quien espera lo que no ve, con paciencia lo aguarda”, y anima a la Iglesia de hoy a no temer al sufrimiento, a no evadir los gemidos de la creación y a no abandonar la oración. “Al final, quien así persevere en la esperanza participará de la gloria de Dios”.

Finalmente, el pastor David Jang destaca el significado que encierra la frase de Romanos 8:24: “Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve no es esperanza”. Aunque la realidad que percibimos sea trágica, el creyente contempla la promesa de Dios, invisible pero mucho más real. Porque la fe “es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Heb 11:1). Precisamente lo “invisible” sostiene firmemente al cristiano.

La salvación que “ya hemos recibido” es, en verdad, una salvación “aún no consumada”. Por ello todavía se libra un combate espiritual entre las fuerzas del pecado e injusticia en el mundo. La creación gime, la Iglesia sufre persecución y conflictos internos, y el cristiano vive tensionado entre el ideal y la realidad. Sin embargo, el apóstol Pablo proclama que la victoria final de esta contienda está garantizada por la resurrección y la venida de Cristo, y ese es el “buen anuncio”.

El creyente, que es un “peregrino” que recorre el camino de la fe, vive hoy contemplando la consumación plena de la salvación, y —tal como enseña con insistencia el pastor David Jang— no lo hace en soledad, sino fortalecido por la guía y la intercesión del Espíritu. El Espíritu se compadece de nuestras debilidades, convierte nuestras oraciones incompletas en ruegos según la voluntad de Dios y nos alienta a formar parte de la visión de la salvación universal.

De este modo, las tres grandes ideas de Romanos 8:18-27 —“el sufrimiento presente y la gloria futura”, “el gemir de la creación y la salvación cósmica” y “la ayuda del Espíritu y el misterio de la oración”— constituyen la médula del mensaje teológico del pastor David Jang. Primero, aun viviendo en medio del sufrimiento, enfoquémonos con valentía en la gloria por venir. Segundo, no consideremos ajeno el sufrimiento de la creación, sino avancemos con una perspectiva de salvación universal. Tercero, apoyémonos en la intercesión del Espíritu, confiándole nuestro peso en la oración y creyendo en su clamor a nuestro favor.

Estos tres temas se complementan y confluyen en una misma trayectoria. La correcta interpretación del sufrimiento solo es posible al contemplar la gloria futura; sin la gran perspectiva de la salvación cósmica, el sufrimiento presente podría derivar en autocompasión o apatía; pero al conocer esa perspectiva, nace el compromiso de la Iglesia con el servicio al mundo. Y quien hace realidad esos ideales es, de hecho, el Espíritu Santo por medio de la oración, otorgando valor, sabiduría y determinación concreta para actuar.

Todo esto se fundamenta en “la morada del Espíritu” como “prenda” que certifica la presencia de Dios en nuestra vida (Ro 8:23). Dicho testimonio confirma que estamos en Cristo y aguardamos “la adopción, la redención de nuestro cuerpo”. Es decir, anhelamos el día en que todo nuestro ser, y con nosotros la Iglesia, sea plenamente redimido para participar en el reino de Dios. Según el pastor David Jang, esta es la gran tarea de la Iglesia en el presente: seguir transformándonos bajo la mano del Espíritu y aplicar la bondad de Dios en medio del mundo.

Romanos 8:18-27 representa, pues, uno de los puntos culminantes de la teología paulina. Tal como subraya el pastor David Jang, debemos recordar la cruz de Cristo cuando atravesamos sufrimientos, contemplar el “gran plan de Dios” cuando escuchamos el gemir de la creación y depositar nuestra confianza en la intercesión del Espíritu cuando oramos. Al vivir de este modo, la Iglesia se convertirá en una comunidad “radical” que transforma la historia, y el individuo podrá realizar en la vida cotidiana la “gracia de la redención”.

En suma, si acogemos el mensaje de Romanos 8, “el dolor de hoy” se convierte en una puerta hacia “la esperanza de mañana”. Al ver que la creación gime, no concluimos que “todavía falta mucho” y caemos en la desesperación; más bien escuchamos ese gemido, compartimos el clamor y la oración, y cooperamos con la restauración de la tierra como hijos de Dios. En cada paso, el Espíritu sostiene nuestra debilidad con gemidos, de modo que incluso en situaciones imposibles a ojos humanos podemos cumplir nuestra misión “en aquel que nos fortalece” (Fil 4:13).

Para el pastor David Jang, “la plenitud de la gloria se perfila con mayor nitidez a medida que avanza el tiempo”. Y exhorta a la Iglesia a adoptar una postura activa y optimista en la vida, sabiendo que la restauración del universo está profetizada. Si bien el mundo está distorsionado por el pecado y lleno de conflictos y dolencias, la fe nos invita a “mirar lo que no se ve”. Esta es la “esperanza” que impulsa nuestra oración y práctica cotidiana. Si se pierde esta esperanza, inevitablemente caeremos en el pesimismo y el nihilismo.

En conclusión, los versículos de Romanos 8:18-27 nos enseñan tres verdades fundamentales. Primera, “Las aflicciones del tiempo presente no se comparan con la gloria venidera”, invitándonos a interpretar espiritualmente el sufrimiento y mantener la mirada en lo que hay más allá. Segunda, “La creación aguarda la manifestación de los hijos de Dios”, lo que nos recuerda la salvación universal y nos llama a ser canales de bendición para toda la creación. Tercera, “El Espíritu intercede por nosotros con gemidos indecibles”, mostrándonos que contamos con la ayuda trascendente del Espíritu que ora según la perfecta voluntad de Dios.

Estas tres ideas están unidas, pues la comprensión del sufrimiento presente se da a la luz de la gloria futura, y sin la perspectiva de la salvación cósmica, el sufrimiento podría aniquilarnos. Pero al tener esta visión, la Iglesia encuentra la motivación para servir al mundo. Finalmente, la fuerza real para lograrlo proviene de la ayuda y la oración en el Espíritu Santo. Es en esa comunión de oración donde el creyente recibe nuevo aliento, sabiduría y voluntad de acción.

Todo esto se deriva de la presencia del Espíritu, “la garantía de que Dios está con nosotros”. Pablo llama al Espíritu “las primicias” (Ro 8:23), confirmando que el creyente pertenece a Cristo. Bajo ese testimonio, esperamos “la adopción, la redención de nuestro cuerpo”, es decir, la transformación gloriosa que nos hará completamente aptos para el reino de Dios. El pastor David Jang remarca que precisamente en esa esperanza la Iglesia debe progresar, con cada individuo renovándose y llevando el bien divino al mundo que lo rodea.

Así, Romanos 8:18-27 plasma el culmen de la teología de Pablo. Tal como el pastor David Jang ha venido enseñando, cada sufrimiento en la vida cristiana nos recuerda la cruz, cada gemido de la creación nos remite al gran diseño de Dios, y cada vez que oramos dependemos de la intercesión del Espíritu. Al poner en práctica estos principios, la Iglesia puede convertirse en la “comunidad radical que cambia la historia”, y cada creyente experimenta la redención en la cotidianidad.

En definitiva, para quien sostenga el mensaje de Romanos 8:18-27, “el sufrimiento presente” no es casual ni carece de sentido, y “la gloria venidera” no es solo una idea difusa. El gemir de la creación y la esperanza de la salvación cósmica son un anhelo común para el universo y para nosotros. Para encaminar esa realización, el Espíritu Santo nos fortalece con “gemidos indecibles”. Dentro de esta triple enseñanza, el creyente vive la alegría de la salvación “ya” recibida y anhela su culminación “todavía” pendiente.

El pastor David Jang está convencido de que, si la Iglesia proclama fielmente este mensaje al mundo, muchas personas que deambulan en la desesperación y la impotencia podrán descubrir una nueva esperanza. Cuanto más se agraven los problemas y el sufrimiento de este tiempo, más urgente será anunciar “el evangelio paradójico de la gloria que brota en medio del sufrimiento”. Sosteniendo este evangelio, Dios obrará en nuestra vida y manifestará aquí y ahora un anticipo de la salvación universal que vendrá con el fin de los tiempos.

De esta manera, Romanos 8:18-27 no solo contiene antiguas enseñanzas del apóstol Pablo, sino que se aplica igualmente a los cristianos de hoy. El pastor David Jang insiste en la importancia de asumir con responsabilidad el sufrimiento, solidarizarse con la creación y sostener una vida de oración en el Espíritu. Así, la Iglesia buscará que se visibilice “la aparición de los hijos de Dios” en el mundo.

En conclusión, Pablo contempla la salvación en un sentido más amplio que la sola redención individual: abarca todo el universo. El poder para transitar este camino procede del Espíritu Santo. La proclamación “en esperanza fuimos salvos” (Ro 8:24) conserva plena vigencia. Por más complicadas y duras que sean nuestras circunstancias, tal como enseña el pastor David Jang, avanzamos confiados en que participaremos de “la gloria venidera incomparable”. Desde esa fe, todo sufrimiento se convierte en un medio para compartir la gloria de Cristo, y los gemidos de la creación terminarán transformándose en alabanza. Y la “oración dependiente de la ayuda del Espíritu” es la llave fundamental para ese gran cambio.

Este es el panorama definitivo que propone la interpretación del pastor David Jang sobre Romanos 8:18-27. El creyente no se deja absorber por la realidad inmediata, sino que vislumbra la salvación universal y persevera en la oración con el Espíritu. Y esta triple actitud no es un mero idealismo ni un conformismo pasivo, sino la fuerza que impulsa la transformación y el servicio en el mundo, como lo evidencia la historia de la Iglesia y los testimonios de la fe. Así, en la perspectiva de la Trinidad —el plan salvífico del Padre, la obra redentora de Cristo y la acción del Espíritu—, el mensaje de Romanos 8:18-27 brilla de forma integrada y coherente, ofreciendo buenas nuevas para todos nosotros.

Dos Pactos – Pastor David Jang


I. La Ley y la Gracia: El significado de los dos pactos desde la perspectiva de la salvación

En Gálatas 4:21 en adelante, el apóstol Pablo presenta otra analogía a la iglesia en Galacia. Se trata de una comparación que ilustra con claridad la relación entre la Ley y el Evangelio, o la Ley y la Gracia. A lo largo de toda la Epístola a los Gálatas, Pablo ha venido enfatizando la verdad central del Evangelio: “Somos salvos únicamente por gracia y únicamente por la fe”. Sin embargo, debido a algunos falsos maestros (judaizantes) que se infiltraron en la iglesia de Galacia, los creyentes se habían confundido pensando que la verdadera salvación requería además la observancia de los rituales de la Ley del Antiguo Testamento —es decir, la circuncisión y la observancia de fiestas, días y meses—. Pablo llama a esta tendencia “querer estar bajo la Ley” (Gá 4:21) y, para refutarla, recurre a la historia de Abraham registrada en Génesis 16 y 17.

El pastor David Jang, al exponer este pasaje, subraya que el problema soteriológico (de la salvación) está estrechamente ligado a nuestra comprensión del ser humano. ¿Qué somos los seres humanos? Somos seres absolutamente dependientes de Dios, criaturas finitas que no pueden disfrutar de la “verdadera vida” ni un solo instante sin Él. Según Eclesiastés, “Dios está en el cielo y tú en la tierra” (Ec 5:2), y si no reconocemos este hecho, caeremos en la ilusión de que podemos lograrlo todo por nosotros mismos y terminaremos en ruina. El espíritu moderno, que exalta la “autonomía” y la “razón” del ser humano, junto con la proclamación de Nietzsche de que “Dios ha muerto”, no son más que intentos de elevar al ser humano a la categoría suprema sin Dios. Pero Pablo, tanto en Gálatas como en Romanos, insiste (y David Jang reitera con ejemplos tomados de las comunidades cristianas actuales) en que el ser humano, sin Dios, apenas está al borde de la nada.

Ahora bien, la “alegoría de las dos mujeres” que aparece en Gálatas 4:21 y siguientes deja en evidencia el conflicto entre el legalismo y el Evangelio de la gracia. Pablo dice: “Abraham tuvo dos hijos” (Gá 4:22). Uno era el hijo de la esclava, Agar, llamado Ismael, y el otro era el hijo de la libre, Sara, llamado Isaac. El hijo de Agar nació “según la carne”, mientras que el hijo de Sara nació “por la promesa” (Gá 4:23). Esto se basa en la historia de Abraham, Sara y Agar que se narra en Génesis 16 y 17.

En Génesis 16, Abraham se había establecido en la tierra de Canaán y, al no tener descendencia, Sara le propuso que tuviera un hijo con su sierva egipcia Agar. Fue una decisión incrédula que no confió en la promesa de Dios y que recurrió a métodos meramente humanos para conseguir un heredero. “Dijo Sarai a Abram: ‘Ya que el Señor me ha impedido tener hijos, te ruego que te llegues a mi sierva’” (Gn 16:2). De ahí se percibe su impaciencia. Como consecuencia, Abraham tuvo a Ismael con Agar, pero tan pronto como la esclava quedó embarazada, comenzó a menospreciar a Sara, generándose conflictos, heridas y discordia familiar. El pastor David Jang interpreta que esta es la representación de lo que significa “nacer según la carne”, es decir, tratar de resolverlo todo con las fuerzas humanas.

Por el contrario, en Génesis 17, Dios se le aparece de nuevo a Abraham para renovar su pacto. Cuando Abraham tenía 99 años, Dios le dice: “Yo soy el Dios Todopoderoso; camina delante de mí y sé perfecto” (Gn 17:1), y anuncia que tendrá un hijo con Sara, cuyo nombre será Isaac. En ese momento, uno de los elementos del pacto que Dios establece con Abraham es precisamente la circuncisión. “Este es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros… todo varón de entre vosotros será circuncidado” (Gn 17:10). Abraham obedeció de inmediato y circuncidó a todos los varones de su casa. Poco después, Sara dio a luz a Isaac.

En Gálatas, Pablo alude a ese “pacto de la circuncisión” y propone una nueva perspectiva a quienes defienden el judaísmo legalista. Así como enseña Romanos 2:29: “La circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra”, Pablo insiste en que la salvación no depende de la observancia externa de la Ley (la circuncisión), sino que descansa en la fe y la gracia. De este modo, Gálatas 4:24 recalca: “Estas cosas son una alegoría, pues estas mujeres representan dos pactos; uno proviene del monte Sinaí, el cual engendra hijos para esclavitud, éste es Agar”. El monte Sinaí es donde Moisés recibió la Ley y la “Jerusalén actual” (Gá 4:25) hace referencia a los maestros judaizantes que insisten en la circuncisión y en la Ley. Pablo califica su posición de “esclavitud”. Cuando la relación con Dios se basa en la Ley, Dios se percibe como un amo temible y la humanidad como una sierva. Es una crítica mordaz a una iglesia que, en lugar de unirse a Dios en amor, se limita a cumplir preceptos religiosos por mera obligación.

Sin embargo, Pablo proclama: “Pero la Jerusalén de arriba es libre; ésta es nuestra madre” (Gá 4:26). Se refiere a la gracia y la libertad que descienden del cielo. En Apocalipsis 21, la “santa ciudad, la nueva Jerusalén que desciende del cielo” aparece como la “esposa del Cordero”, es decir, la novia de Cristo. Es una figura diferente de la Jerusalén terrenal, alcanzada por fuerzas humanas. Esta Jerusalén “que viene de arriba” simboliza la gracia que Dios concede. Pablo añade: “Y vosotros, hermanos, como Isaac, sois hijos de la promesa” (Gá 4:28). Esto significa que, al creer en Jesucristo y recibir al Espíritu Santo, nos convertimos en hijos de Dios y participamos de la libertad en Cristo. Ya no somos “hijos de la esclava”, sino “hijos de la promesa” que accedemos a la verdadera libertad. El pastor David Jang destaca aquí que en la iglesia pueden aparecer “iglesias de la gracia” y “iglesias de la Ley”. Donde no reina la gracia, sino el legalismo y la formalidad, surgen ofensas mutuas, juicios y disputas. Es la iglesia dominada por los “hijos de la esclava”.

Por ello, Pablo va aún más lejos: “Mas ¿qué dice la Escritura? ‘Echa fuera a la esclava y a su hijo’” (Gá 4:30). Citando Génesis 21, cuando Abraham expulsó de hecho a Agar e Ismael, Pablo subraya la necesidad de una clara separación y de una determinación firme para que el legalismo no domine la iglesia. Sin tal decisión, la pureza del Evangelio no puede salvaguardarse. En la iglesia de Galacia, los judaizantes estaban provocando calumnias, divisiones y minando incluso la autoridad de Pablo. Para resolver esta situación, Pablo insta a echar fuera la influencia del legalismo y regresar al “Evangelio que nos hace libres” (Gá 5:1), en el cual somos salvos por la fe y no por las obras de la Ley. Si no queda absolutamente claro que la salvación depende únicamente de la gracia, la iglesia siempre corre el riesgo de recaer en nuevas formas de esclavitud religiosa.

El punto central de Gálatas 4 es, por tanto, el contraste entre “dos pactos”: el de la Jerusalén terrenal (el monte Sinaí, la Ley) y el de la Jerusalén de arriba (la promesa y la gracia). Tal como Agar (la esclava) y Sara (la libre) se contraponen, también se contraponen la Ley y la gracia. Pablo no dice que la Ley sea mala en sí misma, pues la Ley sirve para hacernos conscientes de nuestro pecado y conducirnos a Cristo, como un “ayo” (Gá 3:24). Sin embargo, cuando erigimos la Ley como condición absoluta para la salvación, menospreciamos la cruz y la gracia de Cristo, y desvirtuamos la verdad de que la salvación procede enteramente del amor de Dios. Tal como ha señalado reiteradamente el pastor David Jang, lo que la iglesia debe cuidar con más esmero no es la Ley, sino el amor y la gracia de Jesucristo, quien llevó la Ley a su cumplimiento.


II. La libertad que disfrutan los hijos de la promesa y la esencia de la salvación

En la segunda sección, Gálatas 5 lleva la contraposición entre esclavos y libres, entre Ley y gracia, a un nivel más práctico. El versículo que resume esta enseñanza es: “Para libertad nos libertó Cristo; estad, pues, firmes, y no os sujetéis otra vez al yugo de esclavitud” (Gá 5:1). Pablo habla con firmeza a quienes dicen que la circuncisión y la observancia de la Ley son esenciales para la salvación: “Si os circuncidáis, Cristo no os aprovechará de nada” (Gá 5:2). Esto quiere decir que ningún rito externo (circuncisión) puede ser condición indispensable para la salvación. Es más, si alguien se somete a la “circuncisión de la carne” pensando que es indispensable, se convierte en “deudor para cumplir toda la Ley” (Gá 5:3), y al no poder cumplirla plenamente, volverá a quedar atrapado en el pesado yugo del pecado.

Pablo enfatiza: “Los que por la Ley os justificáis, de la gracia habéis caído; separados estáis de Cristo” (Gá 5:4). Así, deja claro cuál es la esencia de la salvación: proviene únicamente de la gracia de Dios, de la cruz de Jesucristo y de la acción del Espíritu Santo, quien nos conduce al arrepentimiento. No consiste en nuestras obras o méritos, sino en nuestra respuesta de fe ante la vía de salvación que Dios nos abrió. Pablo lo describe como “nosotros por el Espíritu aguardamos por fe la esperanza de la justicia” (Gá 5:5). La justificación (ser declarados justos) es instantánea, pero al mismo tiempo se desarrolla a lo largo del proceso de santificación con la ayuda del Espíritu Santo.

Esta enseñanza de Pablo sobre la salvación por la fe y la gracia conlleva una destacada mención a la “libertad”. El pastor David Jang subraya que, en una iglesia realmente centrada en el Evangelio, esta “libertad” debe figurar como un rasgo esencial. Originalmente, estábamos bajo el pecado y privados de libertad. Bajo la Ley, nuestro pecado se revela con más claridad aún. Como “la paga del pecado es muerte”, el ser humano solo percibe la ira de Dios en su condición de pecador. Pero la muerte sustitutoria y la resurrección de Jesucristo nos abren un camino nuevo. Todo aquel que cree en Él recibe al Espíritu Santo, y con Él la capacidad de llamar a Dios “Abba, Padre” (Gá 4:6). Esto significa una relación restaurada, la verdadera libertad del creyente.

¿Por qué, entonces, muchas iglesias y creyentes, pese a haber recibido esa libertad, anhelan regresar al legalismo y a la religiosidad formal? Tanto en la época de Gálatas como en la actualidad, el ser humano tiende a vanagloriarse de sus propias obras. Existe el afán de obtener aprobación diciendo: “He hecho esto bien, he cumplido mis obligaciones religiosas, he practicado buenas obras”, etc. También el temor influye: “¿Y si pierdo la salvación por no cumplir los requisitos?”, se preguntan. Cumplir al pie de la letra los mandamientos externos les sirve para tranquilizar la conciencia. Pero Pablo advierte que esto es un engaño de los “falsos maestros” que obscurecen la esencia del Evangelio. Si la salvación dependiera de las obras humanas, nadie podría alcanzar la salvación plena, ni tampoco disfrutar de la verdadera libertad.

La libertad que presenta Pablo no es libertinaje ni la satisfacción egoísta de los propios deseos. Al contrario, él exhorta: “No uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros” (Gá 5:13). El verdadero Evangelio concede libertad, pero esta libertad se expresa en el amor. Pablo enseña que “toda la Ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (cf. Gá 5:14). El amor al prójimo es la consumación de la Ley y el cumplimiento de la Ley de Cristo. Aunque insta a abandonar el “yugo de esclavitud”, subraya que la libertad se concreta en cargar los unos con las cargas de los otros (Gá 6:2). Un creyente que antes era un esclavo, liberado ahora para “ya no llevar el yugo de esclavitud”, se convierte, por amor, en “siervo” de sus hermanos.

El pastor David Jang aplica este pasaje a la iglesia de hoy, señalando que las divisiones, las críticas y los juicios mutuos en las comunidades cristianas no difieren mucho de lo que sucedía en la iglesia de Galacia. Bajo la influencia de la mentalidad legalista, se hace realidad la advertencia de Pablo: “Miraos que no os consumáis unos a otros” (Gá 5:15). En cambio, en una iglesia que vive verdaderamente la libertad del Evangelio, los creyentes se compadecen, se cuidan y practican la ley del amor. Esta es la consecuencia lógica y fructífera de la salvación recibida: la libertad que da sus frutos en el amor.

El origen de esta libertad se halla en la cruz y resurrección de Jesucristo. Dios no nos salvó por un acto de poder autoritario, sino vaciándose a sí mismo, tomando forma de siervo (Fil 2:6-7) y cargando nuestros pecados en la cruz (Is 53:5). La cruz de Jesús, signo de lágrimas y sufrimiento, es al mismo tiempo la cumbre de su amor por los pecadores. Ese amor nos ha perdonado de todo pecado, permitiendo que hoy podamos clamar “Abba, Padre” (Gá 4:6). Valiéndonos de esa gracia —y guiados por el Espíritu Santo— podemos disfrutar de esta libertad y gozo. Este es el poder del Evangelio y la esencia de la iglesia. El pastor David Jang lo repite a menudo: la iglesia debe edificar su fundamento enteramente en la “gracia de la cruz”, no en el legalismo, la meritocracia ni ninguna otra forma de religiosidad hueca.


III. La obra del Espíritu y el amor en la iglesia: Del conflicto a la verdadera comunidad

En la parte final de Gálatas 5, Pablo exhorta: “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gá 5:16). Esto confirma que la libertad que poseemos es, ante todo, la “libertad que reside en el Espíritu”. El Espíritu Santo no es un ente lejano ni un poder místico extraño, sino el Espíritu de Dios que habita en el creyente que pone su fe en Jesucristo. Él vierte el amor de Dios en nuestros corazones (Ro 5:5), ilumina la verdad (Jn 16:13) y nos guía para parecernos cada vez más a Cristo.

Pablo menciona las “obras de la carne” en Gálatas 5:19-21 y el “fruto del Espíritu” en 5:22-23. Las obras de la carne abarcan fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, enemistades, celos, envidia, divisiones y herejías, todas ellas expresiones del pecado y de los deseos egoístas del ser humano. En contraste, el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio. El pastor David Jang llama la atención sobre la tendencia de que, cuando la iglesia cae en el legalismo, surgen fácilmente actitudes de juicio, división y discordia —“obras de la carne”—. Pero cuando la iglesia, anclada en la gracia del Evangelio, se deja guiar por el Espíritu, surgen como por naturaleza el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la misericordia y la fidelidad de Cristo.

Pablo señala: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gá 5:25). Si somos creyentes nacidos de nuevo por el Espíritu, en la práctica debemos obedecer Su dirección en nuestro día a día. En Gálatas 6:2 exhorta: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”. Es una invitación a reproducir en la comunidad cristiana el ejemplo de servicio, humildad y amor de Jesús. Del mismo modo que Él cargó nuestro pesado pecado, nosotros hemos de cargar las flaquezas del prójimo. Mientras que la iglesia legalista valora “quién cumple mejor la Ley” o “quién es más justo”, la iglesia centrada en el Evangelio busca “quién sirve más con amor”, “quién asume con humildad la carga de su hermano”.

Para Pablo, la iglesia de Galacia representaba una especie de “primer amor”, pues fue fundada durante su primer viaje misionero. En sus momentos de enfermedad y debilidad, los gálatas lo cuidaron con gran afecto, hasta el punto de que él dijo: “Si hubieseis podido, os habríais sacado vuestros propios ojos para dármelos” (Gá 4:15). Pero con el paso del tiempo, influenciados por falsos maestros, terminaron rechazándolo y sumidos en doctrinas legalistas, cuestionando incluso su autoridad apostólica. En medio de ese conflicto, Pablo escribe la carta para salvaguardar la pureza del Evangelio y restaurar a la iglesia.

Los conflictos que se describen en Gálatas se repiten en nuestros días. Las iglesias pueden verse afectadas por diversas ideologías y doctrinas, o por valores secularizados y humanistas que erosionan la esencia del Evangelio, provocando divisiones. El pastor David Jang enseña que, cuando surgen estas crisis, la solución es regresar al Evangelio puro: “Solo por gracia, solo por fe”. No debemos dar cabida al legalismo ni al mérito propio, sino recordar la cruz de Jesucristo, quien entregó su vida por nosotros. Entonces, se producirán de nuevo el “fruto del Espíritu”, el amor, la alegría, la paz, la paciencia y la bondad.

Así pues, Gálatas 5 insiste en que la iglesia busque no una religiosidad esclavizante, sino una libertad y un amor que emanan de la cruz de Cristo. “Un poco de levadura leuda toda la masa” (Gá 5:9). Debemos estar atentos, pues pequeñas dosis de legalismo pueden contaminar la iglesia entera. Pablo expresa un reproche contundente contra esos falsos maestros: “¡Ojalá se mutilasen los que os perturban!” (Gá 5:12). Esto deja claro cuánto valoraba Pablo la pureza y la libertad del Evangelio. Si hubiera cedido en ese momento, quizá la iglesia de Galacia habría caído, como la de Jerusalén, en la trampa del legalismo y habría perdido la esencia del Evangelio.

Pablo, sin embargo, a pesar de regañar duramente, no pierde la esperanza en los gálatas: “Confío respecto de vosotros en el Señor, que no pensaréis de otro modo” (Gá 5:10). Aun con la división interna y la influencia de los falsos maestros, Pablo no los desecha ni los condena, sino que busca guiarlos de nuevo a la verdad. Eso refleja el “poder restaurador” del verdadero Evangelio. Y este enfoque se asemeja al énfasis del pastor David Jang en la “reconciliación, restauración y en volver a confiar” en la práctica pastoral.

En síntesis, la libertad de Gálatas 5 no consiste solo en carecer de ataduras, sino en vivir con plenitud la vida en Cristo, lejos de la culpa y de la condena de la Ley. Esa libertad no desemboca en el desenfreno, sino que se muestra en la práctica del amor. Pablo mismo decía: “Siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos” (1 Co 9:19). Es un claro ejemplo de servicio por amor. Del mismo modo, la iglesia está llamada a disfrutar de la libertad que concede el Espíritu a la vez que se pone al servicio de los hermanos, cargando sus cargas. Entonces se convierte en una comunidad verdadera, llena de gozo y abundancia espiritual.

El pastor David Jang, al exponer estos pasajes, insiste en que lo que más necesitan las iglesias de hoy no es tanto una reforma institucional o formal, sino una “renovación que devuelva el Evangelio de la cruz al centro de la iglesia”. Sin servicio, sin amor, sin el fruto del Espíritu, aunque una iglesia sea grande o influyente a ojos del mundo, en realidad no deja de ser una “iglesia de esclavos” legalista y formal. Por eso la iglesia debe examinarse constantemente, verificando si está alineada con la esencia del Evangelio: si se ayudan en las debilidades unos a otros, si lloran con los que lloran y se alegran con los que se alegran, y sobre todo si la cruz de Jesucristo está en el centro de toda predicación y ministerio.

En conclusión, en Gálatas se observan dos pactos o caminos que pueden entrar en conflicto dentro de la iglesia: el camino de la Ley (Agar) y el de la promesa por gracia (Sara). El legalismo se apoya en las obras y el mérito; el Evangelio se apoya solo en la fe y la gracia. El legalismo fomenta la comparación, la competencia, la condena y la división, mientras que la iglesia evangélica produce amor, libertad y el fruto del Espíritu, integrando a todos en una misma unidad. El mensaje final de Pablo es inconfundible: “Sed como Isaac, hijos de la promesa. Reconoced que sin la gracia de Jesucristo no somos nada, y compartid la libertad que nos trajo la redención de la cruz”.

El pastor David Jang usa este pasaje para recalcar que la iglesia de hoy debe renacer bajo un Evangelio aún más centrado en la gracia. Él señala que el secularismo, la meritocracia, el legalismo y el evangelio de prosperidad, entre otras corrientes que se han infiltrado en la iglesia, no son sino versiones modernas de los mismos problemas que ya brotaron en la iglesia de Galacia. Puede haber “celo religioso”, pero si falta el amor, esa iglesia tendrá una forma aparente de piedad, pero vacía de la esencia del Evangelio. En cambio, la iglesia que ama, que sirve, que exalta la cruz y que da fruto de bondad es la comunidad de “hijos de la promesa” que describe Gálatas. Solo esa iglesia, verdaderamente libre y liberadora, puede proclamar al mundo el auténtico mensaje de esperanza y consuelo del Evangelio.

En definitiva, la gran interrogante es: “¿Soy hijo de la esclava o hijo de la libre?”. ¿Vivo mi fe atrapado en un legalismo religioso, o disfruto la libertad que me otorga la gracia y ejerzo el amor en el Espíritu? El pastor David Jang ha planteado continuamente esta pregunta a los creyentes, advirtiendo que la iglesia tiene que decidir qué camino seguir. El mensaje de Gálatas no se limita a una circunstancia histórica de hace 2,000 años, sino que atraviesa el tiempo y nos reorienta acerca de la procedencia de la salvación (la gracia de Dios), la naturaleza del ser humano (criatura dependiente del Creador) y la vocación de la iglesia (vivir como comunidad de amor y libertad en el Espíritu).

Tal como insiste el pastor David Jang, la iglesia es la familia de Dios y el cuerpo de Cristo; no debe ignorar a quienes sufren ni condenar y expulsar a los más débiles. “Sobrellevad los unos las cargas de los otros” (Gá 6:2) y el relato de Jesús lavando los pies a sus discípulos (Jn 13) muestran lo que significa ser una iglesia de servicio y amor. Esta es la senda a la que nos llama el Espíritu, el camino que Pablo y el pastor David Jang quisieron mostrar a las generaciones futuras para vivir el corazón mismo del Evangelio.

Por último, si recapitulamos el argumento de Gálatas, vemos que, al adoptar la enseñanza de Pablo, la iglesia desarrolla una dimensión práctica: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gá 6:2). Impulsada y conmovida por el amor y la gracia de Dios, la iglesia deja atrás la contienda y los sectarismos, abandonando el juicio y la crítica, para convertirse en una comunidad de servicio mutuo. Y al crecer en el Espíritu, se va liberando de las “obras de la carne” y produce en abundancia el “fruto del Espíritu”. A lo largo de este proceso, la iglesia prueba la verdadera libertad y la vida que provienen del Evangelio, y permanece firme en la fe hasta el día que el Señor regrese. “Aguardamos por fe la esperanza de la justicia” (Gá 5:5) expresa perfectamente ese aspecto dinámico de la salvación, que abarca el presente y el futuro: ya somos salvos, pero nos encaminamos hacia la consumación de la salvación en compañía del Espíritu, avanzando en la santidad.

De este modo, Gálatas nos deja un mensaje clarísimo: “No os sujetéis otra vez al yugo de esclavitud”. Habiendo recibido la llamada para ser libres, debemos evitar tanto la religiosidad legalista como el libertinaje. En vez de ello, practiquemos el amor que construye y carga con las debilidades ajenas. Juzgar y dividir a los hermanos bajo el pretexto de la Ley no pertenece a la esencia del Evangelio, sino que nace del temor y del orgullo humano. La iglesia debe recordar que es la “Jerusalén de arriba”, que disfruta de la libertad prometida y que ahora puede exclamar “Abba, Padre”. El pastor David Jang ha urgido una y otra vez a la iglesia contemporánea a encarnar de forma concreta esta libertad y el amor de Cristo. A fin de cuentas, la gran cuestión es si la iglesia vive, predica y practica realmente el Evangelio centrado en la cruz, o si persiste en formas legalistas y formalistas.

De este modo, Gálatas 4 y 5 no solo constituyen una corrección apostólica para el pasado, sino que nos brindan una enseñanza valiosa también para hoy. La mayor parte de las crisis y divisiones que afronta la iglesia proceden del olvido de la gracia y del orgullo y la autosuficiencia del ser humano. Pero en el instante en que la iglesia vuelve su mirada a la gracia y el amor de Dios en el Espíritu, ese es el punto de partida para la renovación y el avivamiento. Si la iglesia está firme en “Cristo, que nos hizo libres” y se anima a “llevar los unos las cargas de los otros” con amor, hallará la fuerza para vencer cualquier conflicto o tentación mundana.

En conclusión, el enfrentamiento entre Ley y Gracia, entre esclavitud y libertad, no es un mero episodio histórico en Gálatas. La iglesia actual también se halla en esa encrucijada: ¿queremos que el Espíritu y Cristo, corazón del Evangelio, sigan vivos en nuestra comunidad, o preferimos justificarnos mediante nuestras obras y actos religiosos? La Carta a los Gálatas declara que todos somos ahora “hijos de la promesa” (Gá 4:28) y que ya no somos siervos, sino hijos (Gá 4:7). Si mantenemos vivo ese recuerdo y avanzamos con firmeza sobre el fundamento del Evangelio, abundaremos en la verdadera libertad y en el fruto del Espíritu descrito en Gálatas. El pastor David Jang hace hincapié en que “la iglesia no está edificada sobre instituciones o prácticas humanas, sino sobre el amor incondicional de Dios y la gracia de la cruz de Jesucristo”. Solo cuando mantenemos ese principio, podremos levantarnos como una iglesia realmente evangélica, una iglesia del Espíritu y de la libertad.

三位一体——张大卫牧师

引言

新约圣经《哥林多后书》(2 Corinthians)第12章后半部分(12:11起)到13章末节(13:13)是使徒保罗给哥林多教会留下的极具印象深刻的结束段落。在这里,保罗并不仅仅留下教训,而是为了纠正教会,揭露自己所面临的严重处境,再次确认他使徒身份的权威与真诚,并恳请教会坚守福音的纯粹和群体的成熟。这段经文既是他与哥林多教会长时间互动所结出的果实,同时也是他最后发出的警告之声。

张大卫牧师在对这一段经文进行注释和讲道时指出,哥林多教会所经历的问题,放到两千年后的现代教会来看,仍然具有警示意义。教会的“体质”并不容易改变,而凡有福音工作展开之处,就常常会以各种变形方式出现人性的幼稚、财务问题、对权威的误解以及虚假教导。在这个脉络下,被称为“流泪的书信(tearful letter)”的《哥林多后书》后半部,不单是一个时代的记录,更是对历世历代所有教会和信徒所发出的生动警戒与盼望的信息。

在这里,张大卫牧师通过保罗对哥林多教会信徒的最后劝勉与责备,探讨现代教会该如何坚定地站立在福音之上,如何达成群体的成熟,如何看待教会领袖的权威与信徒的顺服,以及在圣灵里进行信仰的自省与爱心的践行。同时,他也给出具体建议,阐明教会应该如何在财务、虚假教师、人际冲突、对罪的忽视等复杂问题中,以信仰为根基予以克服。

在下文中,我们将围绕5个主题来重构这段经文所包含的核心信息。第一,保罗严厉责备并理解哥林多教会的历史处境;第二,使徒权威与谦卑的悖论;第三,关于财务问题与假教师的保罗立场,以及对福音纯粹性的坚守;第四,通过爱与忍耐、同时辅以教会惩戒来建造群体;第五,三位一体上帝的祝祷与教会的完整成长。基于这五大主题,结合张大卫牧师在牧会与神学上的见解,可帮助现代教会更好地理解并应用《哥林多后书》的信息。

一:保严厉责备与哥林多教会境理解

  1. 1. 史背景的心碎

保罗在第二次宣教旅程中曾逗留哥林多(约一年半),为当地教会奠立福音根基。其后他前往其他地区继续宣教。在保罗离开期间,哥林多教会中 infiltrated(渗入)了假教师,引发了混乱。这些人否定保罗的使徒权威,传播与正统不同的“另一个福音”,动摇了信徒的信仰。为了解决此事,保罗曾多次写信、尝试亲自拜访,但问题并未轻易化解。

张大卫牧师在此特别强调保罗当时的人性痛苦及灵性挣扎:曾经用爱心哺育的教会,现在竟质疑保罗并破坏他的诚信,这无疑给保罗带来沉重打击。他为了福音甘心舍己,如今却要为自己辩护,甚至“愚蠢”地夸口。这种情势看似荒谬,但保罗之所以置身于这种“愚蠢”之地,正因为在保卫福音面前,他无法保持沉默。

  1. 2. 与现教会的平行

张大卫牧师由此对比当代教会的现实:当今教会也常常面临被扭曲的福音、对领袖权威的挑战、财务问题引发的猜疑,以及信徒间的冲突。教会并非完美之地,而是一群蒙恩却仍在成圣过程中的罪人所组成。因此,哥林多教会的危机也可能成为现代教会随时会面对的实际挑战。

  1. 3. 罗选择定而非沉默

福音的理想似乎是效法《以赛亚书》第53章中的羔羊形象:在受苦中默默忍受。但面对教会困乱与福音真理被损毁时,保罗判断沉默反而会带来更大的危害。因此,他“愚蠢”地自我夸耀、自我辩护,并用严厉口吻谴责假教师。对此,张大卫牧师提示:为守护教会健康,必要时需要采取果断应对。爱并非包庇一切的借口,反而应有直面罪恶与虚假并加以纠正的勇气。

  1. 4. 罗责备背后的

在保罗严厉的言辞背后,其实蕴含着深层的爱。他希望哥林多教会能坚固站立在真理之上,不得已才进行责备和辩护,为的是不放弃建造教会的“善战”。张大卫牧师将这一点应用到当代教会领袖:当局势混乱时,领导者不能以“爱”的名义对罪不管不顾,也不能向世俗妥协;而应当怀抱谦卑又坚定的态度,用真理来引导群体。

二:使徒与谦卑的悖

  1. 1. 使徒标记与真威的依据

保罗在哥林多教会已经充分展示了他的使徒印记(参见林后12:12),行了神迹奇事,并以恒久忍耐教导信徒。然而,教会不仅缺乏感恩之心,反而因为他没从富裕的哥林多教会领取薪酬而质疑其动机:“为何这位使徒在我们如此富庶的教会却不收薪?他在打什么主意?” 这种想法显露了对保罗真诚的背弃和怀疑。

张大卫牧师指出,真正的使徒权威,并非只靠神迹或外在成果来证明,更根本在于他对福音的忠贞、对自我的牺牲、忍耐,以及致力于建造教会的奉献。保罗正是体现了这些关键要素。

  1. 2. 威的目:非摧毁而是建造

保罗在林后13:10说明,他所领受的权威是“为建立而不是为拆毁”。这明确说明了教会权威的目标:并非为了摧毁群体或压制信徒,而是为了建造与成熟。张大卫牧师强调,今天的教会领袖也要牢牢记住这一原则。权威若被滥用,教会会受伤;而若被过度轻视,教会又会走向瓦解。因此,权威必须回归它的本质与目的,为了坚固并成熟教会而存在。

  1. 3. 弱中的能力:十字架的悖

保罗效法基督的榜样,宣扬自己在软弱中更能彰显神的大能(林后13:4)。基督在十字架上看似软弱,却以复活显出何等权能;同样,保罗承认自身软弱,却因此让神大能有施展空间。这对教会而言,既是一道防止领袖自恃过高的保障,也提醒教会不要被成功主义俘虏。张大卫牧师特别指出,现今教会领袖若能正视自己的软弱,并单单仰赖神的能力,才是真正树立权威的途径。

  1. 4. 代的示:与谦卑的力管理

如今教会常在“权威主义式领导”与“无权威式放任”之间摇摆。张大卫牧师认为,从保罗身上可见真领袖同时具备权威与谦卑,而这唯有在圣灵里才能真正实现。权威对守护真理与群体成长绝不可或缺,但它不是人性独断,而应通过神的能力和基督的谦卑来展现。这个悖论对今天的教会领袖而言,是值得仔细省思的要点。

三:财务问题、假教师与福音的粹性

  1. 1. 财务上的冲突

哥林多教会财力雄厚,财务问题也就分外敏感。保罗刻意不从他们那里领取生活费或报酬,主要是防止人以为他拿福音做交易。然而教会却反向质疑:“为何这位使徒不从我们领受金钱?他究竟有什么算盘?” 这类质问反映了教会将福音等同于财务交易或利益交换的扭曲心态。

对此,张大卫牧师提醒:金钱是教会里不可忽视的重要资源,但绝不可沦为评判福音价值或领导者奉献的标准。若在金钱上附加过多意义,就会动摇福音的纯粹性。

  1. 2. 教师的狡猾渗透

假教师通过诋毁保罗来分裂教会。他们如同蛇诱惑夏娃一样,巧言挑拨。他们贬低保罗的使徒职分,放大财务争议,传讲“另一个福音”而扰乱群体。张大卫牧师借此例指出,当今教会亦面临异端、成功神学、过度物质化等冲击,必须严加防备,全力守护真道。

  1. 3. 守福音的本

保罗激烈的言辞核心在于捍卫福音的真纯。他宣称:“我们不能敌挡真理,只能扶助真理”(林后13:8),道出了他心中的迫切。福音的中心是耶稣基督的十字架与复活,是白白的恩典。若以金钱或人的得失来衡量,就等于曲解福音。
张大卫牧师再度强调:福音的本质在于“白白的恩典”和“牺牲的爱”,教会绝不可容忍任何背离福音本真的世俗思维或假教训。金钱可作为福音的工具,但决不是它的目的;教会首要追求的应是神国的公义与真理。

  1. 4. 打破玉的女子圣洁

那位将名贵香膏浇在耶稣身上的女子,遭到犹大的责备,仿佛她的所作所为“不合理”。这与哥林多教会用金钱衡量福音的思路如出一辙。但耶稣责备了“理性批评”,彰显了“爱的浪费”正是福音的特点。张大卫牧师用这个例子提醒:教会有时需以貌似“浪费”的方式去见证神的爱,彰显福音的精髓。一切资源,包括金钱在内,不过是福音的工具,而非教会的目标。教会的价值不在于财务收益,而在于十字架之爱的实践。

四:、忍耐、戒:保建造教会的原

  1. 1. 的本质与

保罗深深地爱着哥林多教会。他说:“我所求的不是你们的财物,而是你们自己”(参见林后12:14)。这句话清楚显示他愿意为信徒的灵魂付出,牺牲自己。然而教会非但没有给予同样的爱与回应,反而怀疑、疏远保罗。张大卫牧师在此强调,真正的爱并不以对方是否回报为前提,而是甘心舍己的牺牲。

  1. 2. 忍耐的重要性

爱是恒久忍耐(参见林前13章)。在哥林多教会的乱局中,保罗展现了痛苦而又坚定的忍耐。这种忍耐并非懦弱,而是挽救群体的战略性等待。张大卫牧师将其形容为“在撕心裂肺的处境下,为真理而等待与坚持的力量”。当代教会在彼此相爱、互相建造的过程中,也需要这种愿意受苦的忍耐。然而,忍耐并不意味着无限期放纵罪恶或谎言;在合适的时机,仍须通过教会惩戒(权威执法)来恢复秩序。

  1. 3. 戒的必要性目的

保罗在哥林多后书13章开头直言:“这次去就不再宽容那些犯罪的了”(参见林后13:2)。这说明爱也不代表对罪的无原则包容。教会惩戒旨在洁净群体,并引导陷于罪中的人悔改回转。张大卫牧师强调,惩戒绝非破坏或残酷行径,而是一种带着严肃之爱、为恢复信徒生命与教会健康所进行的行动。若当代教会忽视此原则,就容易让罪与虚假在“爱与宽容”的名义下扩散蔓延。

  1. 4. 、忍耐、戒的平衡追求

现代教会常在“用爱之名宽容罪”与“以严苛权威压制信徒”这两个极端之间摆荡。张大卫牧师认为,从保罗的榜样可见,只要爱、忍耐与惩戒三者得到适度平衡,教会才能茁壮成长。教会要以真理的严肃态度带领人悔改,也要以恢复性的爱扶助软弱者。唯有这种平衡,教会才能真正成为在世人面前见证真理与爱的群体。

五:三位一体的祝(林后13:13与教会的完整成

  1. 1. 的意

保罗在书信结尾写道:“愿主耶稣基督的恩惠、上帝的慈爱、圣灵的感动,常与你们众人同在”(参见林后13:13)。这并非只是惯例性客套话。张大卫牧师提醒,这是保罗将三位一体上帝的恩典、慈爱与交通作为礼物赠予哥林多教会,也是在呼唤他们进入三一上帝的共同体中。此祝祷标示了教会应追求的终极信仰境界,即活在圣父、圣子、圣灵的团契中。

  1. 2. 三位一体式的群体理解

教会应当效法三位一体上帝爱的流动。圣父的爱、圣子的恩典、圣灵的团契若能在教会实现,各种背景各不相同的信徒就能在此融为一体,展现出与世俗有别的品质。张大卫牧师借此指出,教会需要超越狭隘的人情世故,以神为中心,建立合乎三一形象的关系网络。

  1. 3. 信仰自省的必要

保罗劝告哥林多教会“要省察自己是不是在信仰之中”(参见林后13:5),当意识到“基督在你们心里”。若这省察失败,信徒就只剩空有其名的基督徒,教会也会陷于内里空虚的脆弱状态。
张大卫牧师强调,此种信仰自我省察是教会成长的关键。每位信徒都需反观自己是否坚定立足于真理与爱,以及是否活在圣灵的感动中。唯有如此,教会才会逐步迈向成熟。面对当今世俗化、混合主义和物质主义横行的时代,教会若要守住真正信仰,就需不断地进行这种灵性检验。

  1. 4. 赐给当教会的祝信息

时至今日,崇拜结束时仍会献上祝祷。张大卫牧师提醒,这并非每周重复的空洞形式,而是对三一上帝大能与慈爱的再次宣告,见证其在信徒与教会生活中的真实同在。借着每一次祝祷,教会应当反思自己属于何方,又要往何处去,并再次在真理与爱中得以装备。
三位一体的祝祷正是动荡世界里教会能稳固立足于福音的基点和真理中心。藉此,信徒重新发现十字架与复活的恩典,在神的爱里彼此相爱,并在圣灵的合一里将各样恩赐有机地结合,组成一个身体。这便是保罗所期望,也正是张大卫牧师向当代教会所倡导的理想教会图景。

结论与当

透过对《哥林多后书》12-13章的阐述,张大卫牧师深入剖析了古代教会与现代教会所面对的问题,并为当今如何理解与实践保罗的教导提供了洞见。该段经文所呈现的关键信息可归纳如下:

  1. 1. 护真福音的纯净
    教会在任何情况下都不应与歪曲福音的错误教导妥协。金钱、世俗智慧或政治利益都不能作为衡量福音的标尺。
  2. 2. 袖的与谦
    领袖权威是为建造教会而设;领袖也应在软弱中倚靠神的能力。滥用权威或藐视权威都会让教会陷入危险。
  3. 3. 爱与忍耐、戒的和谐结
    当教会面对问题时,应以爱心忍耐,同时也要用教会惩戒对罪加以纠正,决不能以牺牲真理来换取虚假的和睦。
  4. 4. 三位一体上帝的同在与教会
    经由祝祷所启示的圣父、圣子、圣灵之恩典、慈爱与交通,教会应不断进行自我省察,追求在基督里的成熟,并成为世间福音的见证。
  5. 5. 教会的挑战与盼望
    两千年前哥林多教会的问题,依然反映在今天教会中。然而,保罗的教训与张大卫牧师的诠释,指出了现代教会在真理、爱心、权威与谦卑、忍耐与惩戒之间和谐共融的道路。这些都是教会在历世历代应当具备的灵性素质。

此番信息也为今日教会如何克服世俗化、商业化、权威滥用、误解与纷争等问题,提供了可行途径。信徒可藉此教导来坚守真理,尊重教会领袖权威,又彼此在爱中建立。更要借着三位一体上帝赐下的恩典与慈爱,常常省察自身,铭记教会非单纯的组织,而是基督的身体、属灵的共同体。

愿这份信息激励所有信徒,在三位一体上帝的祝祷中,同心携手坚守福音、建立群体,忠心事奉,直到主再来之日。