Dos Pactos – Pastor David Jang


I. La Ley y la Gracia: El significado de los dos pactos desde la perspectiva de la salvación

En Gálatas 4:21 en adelante, el apóstol Pablo presenta otra analogía a la iglesia en Galacia. Se trata de una comparación que ilustra con claridad la relación entre la Ley y el Evangelio, o la Ley y la Gracia. A lo largo de toda la Epístola a los Gálatas, Pablo ha venido enfatizando la verdad central del Evangelio: “Somos salvos únicamente por gracia y únicamente por la fe”. Sin embargo, debido a algunos falsos maestros (judaizantes) que se infiltraron en la iglesia de Galacia, los creyentes se habían confundido pensando que la verdadera salvación requería además la observancia de los rituales de la Ley del Antiguo Testamento —es decir, la circuncisión y la observancia de fiestas, días y meses—. Pablo llama a esta tendencia “querer estar bajo la Ley” (Gá 4:21) y, para refutarla, recurre a la historia de Abraham registrada en Génesis 16 y 17.

El pastor David Jang, al exponer este pasaje, subraya que el problema soteriológico (de la salvación) está estrechamente ligado a nuestra comprensión del ser humano. ¿Qué somos los seres humanos? Somos seres absolutamente dependientes de Dios, criaturas finitas que no pueden disfrutar de la “verdadera vida” ni un solo instante sin Él. Según Eclesiastés, “Dios está en el cielo y tú en la tierra” (Ec 5:2), y si no reconocemos este hecho, caeremos en la ilusión de que podemos lograrlo todo por nosotros mismos y terminaremos en ruina. El espíritu moderno, que exalta la “autonomía” y la “razón” del ser humano, junto con la proclamación de Nietzsche de que “Dios ha muerto”, no son más que intentos de elevar al ser humano a la categoría suprema sin Dios. Pero Pablo, tanto en Gálatas como en Romanos, insiste (y David Jang reitera con ejemplos tomados de las comunidades cristianas actuales) en que el ser humano, sin Dios, apenas está al borde de la nada.

Ahora bien, la “alegoría de las dos mujeres” que aparece en Gálatas 4:21 y siguientes deja en evidencia el conflicto entre el legalismo y el Evangelio de la gracia. Pablo dice: “Abraham tuvo dos hijos” (Gá 4:22). Uno era el hijo de la esclava, Agar, llamado Ismael, y el otro era el hijo de la libre, Sara, llamado Isaac. El hijo de Agar nació “según la carne”, mientras que el hijo de Sara nació “por la promesa” (Gá 4:23). Esto se basa en la historia de Abraham, Sara y Agar que se narra en Génesis 16 y 17.

En Génesis 16, Abraham se había establecido en la tierra de Canaán y, al no tener descendencia, Sara le propuso que tuviera un hijo con su sierva egipcia Agar. Fue una decisión incrédula que no confió en la promesa de Dios y que recurrió a métodos meramente humanos para conseguir un heredero. “Dijo Sarai a Abram: ‘Ya que el Señor me ha impedido tener hijos, te ruego que te llegues a mi sierva’” (Gn 16:2). De ahí se percibe su impaciencia. Como consecuencia, Abraham tuvo a Ismael con Agar, pero tan pronto como la esclava quedó embarazada, comenzó a menospreciar a Sara, generándose conflictos, heridas y discordia familiar. El pastor David Jang interpreta que esta es la representación de lo que significa “nacer según la carne”, es decir, tratar de resolverlo todo con las fuerzas humanas.

Por el contrario, en Génesis 17, Dios se le aparece de nuevo a Abraham para renovar su pacto. Cuando Abraham tenía 99 años, Dios le dice: “Yo soy el Dios Todopoderoso; camina delante de mí y sé perfecto” (Gn 17:1), y anuncia que tendrá un hijo con Sara, cuyo nombre será Isaac. En ese momento, uno de los elementos del pacto que Dios establece con Abraham es precisamente la circuncisión. “Este es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros… todo varón de entre vosotros será circuncidado” (Gn 17:10). Abraham obedeció de inmediato y circuncidó a todos los varones de su casa. Poco después, Sara dio a luz a Isaac.

En Gálatas, Pablo alude a ese “pacto de la circuncisión” y propone una nueva perspectiva a quienes defienden el judaísmo legalista. Así como enseña Romanos 2:29: “La circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra”, Pablo insiste en que la salvación no depende de la observancia externa de la Ley (la circuncisión), sino que descansa en la fe y la gracia. De este modo, Gálatas 4:24 recalca: “Estas cosas son una alegoría, pues estas mujeres representan dos pactos; uno proviene del monte Sinaí, el cual engendra hijos para esclavitud, éste es Agar”. El monte Sinaí es donde Moisés recibió la Ley y la “Jerusalén actual” (Gá 4:25) hace referencia a los maestros judaizantes que insisten en la circuncisión y en la Ley. Pablo califica su posición de “esclavitud”. Cuando la relación con Dios se basa en la Ley, Dios se percibe como un amo temible y la humanidad como una sierva. Es una crítica mordaz a una iglesia que, en lugar de unirse a Dios en amor, se limita a cumplir preceptos religiosos por mera obligación.

Sin embargo, Pablo proclama: “Pero la Jerusalén de arriba es libre; ésta es nuestra madre” (Gá 4:26). Se refiere a la gracia y la libertad que descienden del cielo. En Apocalipsis 21, la “santa ciudad, la nueva Jerusalén que desciende del cielo” aparece como la “esposa del Cordero”, es decir, la novia de Cristo. Es una figura diferente de la Jerusalén terrenal, alcanzada por fuerzas humanas. Esta Jerusalén “que viene de arriba” simboliza la gracia que Dios concede. Pablo añade: “Y vosotros, hermanos, como Isaac, sois hijos de la promesa” (Gá 4:28). Esto significa que, al creer en Jesucristo y recibir al Espíritu Santo, nos convertimos en hijos de Dios y participamos de la libertad en Cristo. Ya no somos “hijos de la esclava”, sino “hijos de la promesa” que accedemos a la verdadera libertad. El pastor David Jang destaca aquí que en la iglesia pueden aparecer “iglesias de la gracia” y “iglesias de la Ley”. Donde no reina la gracia, sino el legalismo y la formalidad, surgen ofensas mutuas, juicios y disputas. Es la iglesia dominada por los “hijos de la esclava”.

Por ello, Pablo va aún más lejos: “Mas ¿qué dice la Escritura? ‘Echa fuera a la esclava y a su hijo’” (Gá 4:30). Citando Génesis 21, cuando Abraham expulsó de hecho a Agar e Ismael, Pablo subraya la necesidad de una clara separación y de una determinación firme para que el legalismo no domine la iglesia. Sin tal decisión, la pureza del Evangelio no puede salvaguardarse. En la iglesia de Galacia, los judaizantes estaban provocando calumnias, divisiones y minando incluso la autoridad de Pablo. Para resolver esta situación, Pablo insta a echar fuera la influencia del legalismo y regresar al “Evangelio que nos hace libres” (Gá 5:1), en el cual somos salvos por la fe y no por las obras de la Ley. Si no queda absolutamente claro que la salvación depende únicamente de la gracia, la iglesia siempre corre el riesgo de recaer en nuevas formas de esclavitud religiosa.

El punto central de Gálatas 4 es, por tanto, el contraste entre “dos pactos”: el de la Jerusalén terrenal (el monte Sinaí, la Ley) y el de la Jerusalén de arriba (la promesa y la gracia). Tal como Agar (la esclava) y Sara (la libre) se contraponen, también se contraponen la Ley y la gracia. Pablo no dice que la Ley sea mala en sí misma, pues la Ley sirve para hacernos conscientes de nuestro pecado y conducirnos a Cristo, como un “ayo” (Gá 3:24). Sin embargo, cuando erigimos la Ley como condición absoluta para la salvación, menospreciamos la cruz y la gracia de Cristo, y desvirtuamos la verdad de que la salvación procede enteramente del amor de Dios. Tal como ha señalado reiteradamente el pastor David Jang, lo que la iglesia debe cuidar con más esmero no es la Ley, sino el amor y la gracia de Jesucristo, quien llevó la Ley a su cumplimiento.


II. La libertad que disfrutan los hijos de la promesa y la esencia de la salvación

En la segunda sección, Gálatas 5 lleva la contraposición entre esclavos y libres, entre Ley y gracia, a un nivel más práctico. El versículo que resume esta enseñanza es: “Para libertad nos libertó Cristo; estad, pues, firmes, y no os sujetéis otra vez al yugo de esclavitud” (Gá 5:1). Pablo habla con firmeza a quienes dicen que la circuncisión y la observancia de la Ley son esenciales para la salvación: “Si os circuncidáis, Cristo no os aprovechará de nada” (Gá 5:2). Esto quiere decir que ningún rito externo (circuncisión) puede ser condición indispensable para la salvación. Es más, si alguien se somete a la “circuncisión de la carne” pensando que es indispensable, se convierte en “deudor para cumplir toda la Ley” (Gá 5:3), y al no poder cumplirla plenamente, volverá a quedar atrapado en el pesado yugo del pecado.

Pablo enfatiza: “Los que por la Ley os justificáis, de la gracia habéis caído; separados estáis de Cristo” (Gá 5:4). Así, deja claro cuál es la esencia de la salvación: proviene únicamente de la gracia de Dios, de la cruz de Jesucristo y de la acción del Espíritu Santo, quien nos conduce al arrepentimiento. No consiste en nuestras obras o méritos, sino en nuestra respuesta de fe ante la vía de salvación que Dios nos abrió. Pablo lo describe como “nosotros por el Espíritu aguardamos por fe la esperanza de la justicia” (Gá 5:5). La justificación (ser declarados justos) es instantánea, pero al mismo tiempo se desarrolla a lo largo del proceso de santificación con la ayuda del Espíritu Santo.

Esta enseñanza de Pablo sobre la salvación por la fe y la gracia conlleva una destacada mención a la “libertad”. El pastor David Jang subraya que, en una iglesia realmente centrada en el Evangelio, esta “libertad” debe figurar como un rasgo esencial. Originalmente, estábamos bajo el pecado y privados de libertad. Bajo la Ley, nuestro pecado se revela con más claridad aún. Como “la paga del pecado es muerte”, el ser humano solo percibe la ira de Dios en su condición de pecador. Pero la muerte sustitutoria y la resurrección de Jesucristo nos abren un camino nuevo. Todo aquel que cree en Él recibe al Espíritu Santo, y con Él la capacidad de llamar a Dios “Abba, Padre” (Gá 4:6). Esto significa una relación restaurada, la verdadera libertad del creyente.

¿Por qué, entonces, muchas iglesias y creyentes, pese a haber recibido esa libertad, anhelan regresar al legalismo y a la religiosidad formal? Tanto en la época de Gálatas como en la actualidad, el ser humano tiende a vanagloriarse de sus propias obras. Existe el afán de obtener aprobación diciendo: “He hecho esto bien, he cumplido mis obligaciones religiosas, he practicado buenas obras”, etc. También el temor influye: “¿Y si pierdo la salvación por no cumplir los requisitos?”, se preguntan. Cumplir al pie de la letra los mandamientos externos les sirve para tranquilizar la conciencia. Pero Pablo advierte que esto es un engaño de los “falsos maestros” que obscurecen la esencia del Evangelio. Si la salvación dependiera de las obras humanas, nadie podría alcanzar la salvación plena, ni tampoco disfrutar de la verdadera libertad.

La libertad que presenta Pablo no es libertinaje ni la satisfacción egoísta de los propios deseos. Al contrario, él exhorta: “No uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros” (Gá 5:13). El verdadero Evangelio concede libertad, pero esta libertad se expresa en el amor. Pablo enseña que “toda la Ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (cf. Gá 5:14). El amor al prójimo es la consumación de la Ley y el cumplimiento de la Ley de Cristo. Aunque insta a abandonar el “yugo de esclavitud”, subraya que la libertad se concreta en cargar los unos con las cargas de los otros (Gá 6:2). Un creyente que antes era un esclavo, liberado ahora para “ya no llevar el yugo de esclavitud”, se convierte, por amor, en “siervo” de sus hermanos.

El pastor David Jang aplica este pasaje a la iglesia de hoy, señalando que las divisiones, las críticas y los juicios mutuos en las comunidades cristianas no difieren mucho de lo que sucedía en la iglesia de Galacia. Bajo la influencia de la mentalidad legalista, se hace realidad la advertencia de Pablo: “Miraos que no os consumáis unos a otros” (Gá 5:15). En cambio, en una iglesia que vive verdaderamente la libertad del Evangelio, los creyentes se compadecen, se cuidan y practican la ley del amor. Esta es la consecuencia lógica y fructífera de la salvación recibida: la libertad que da sus frutos en el amor.

El origen de esta libertad se halla en la cruz y resurrección de Jesucristo. Dios no nos salvó por un acto de poder autoritario, sino vaciándose a sí mismo, tomando forma de siervo (Fil 2:6-7) y cargando nuestros pecados en la cruz (Is 53:5). La cruz de Jesús, signo de lágrimas y sufrimiento, es al mismo tiempo la cumbre de su amor por los pecadores. Ese amor nos ha perdonado de todo pecado, permitiendo que hoy podamos clamar “Abba, Padre” (Gá 4:6). Valiéndonos de esa gracia —y guiados por el Espíritu Santo— podemos disfrutar de esta libertad y gozo. Este es el poder del Evangelio y la esencia de la iglesia. El pastor David Jang lo repite a menudo: la iglesia debe edificar su fundamento enteramente en la “gracia de la cruz”, no en el legalismo, la meritocracia ni ninguna otra forma de religiosidad hueca.


III. La obra del Espíritu y el amor en la iglesia: Del conflicto a la verdadera comunidad

En la parte final de Gálatas 5, Pablo exhorta: “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gá 5:16). Esto confirma que la libertad que poseemos es, ante todo, la “libertad que reside en el Espíritu”. El Espíritu Santo no es un ente lejano ni un poder místico extraño, sino el Espíritu de Dios que habita en el creyente que pone su fe en Jesucristo. Él vierte el amor de Dios en nuestros corazones (Ro 5:5), ilumina la verdad (Jn 16:13) y nos guía para parecernos cada vez más a Cristo.

Pablo menciona las “obras de la carne” en Gálatas 5:19-21 y el “fruto del Espíritu” en 5:22-23. Las obras de la carne abarcan fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, enemistades, celos, envidia, divisiones y herejías, todas ellas expresiones del pecado y de los deseos egoístas del ser humano. En contraste, el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio. El pastor David Jang llama la atención sobre la tendencia de que, cuando la iglesia cae en el legalismo, surgen fácilmente actitudes de juicio, división y discordia —“obras de la carne”—. Pero cuando la iglesia, anclada en la gracia del Evangelio, se deja guiar por el Espíritu, surgen como por naturaleza el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la misericordia y la fidelidad de Cristo.

Pablo señala: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gá 5:25). Si somos creyentes nacidos de nuevo por el Espíritu, en la práctica debemos obedecer Su dirección en nuestro día a día. En Gálatas 6:2 exhorta: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”. Es una invitación a reproducir en la comunidad cristiana el ejemplo de servicio, humildad y amor de Jesús. Del mismo modo que Él cargó nuestro pesado pecado, nosotros hemos de cargar las flaquezas del prójimo. Mientras que la iglesia legalista valora “quién cumple mejor la Ley” o “quién es más justo”, la iglesia centrada en el Evangelio busca “quién sirve más con amor”, “quién asume con humildad la carga de su hermano”.

Para Pablo, la iglesia de Galacia representaba una especie de “primer amor”, pues fue fundada durante su primer viaje misionero. En sus momentos de enfermedad y debilidad, los gálatas lo cuidaron con gran afecto, hasta el punto de que él dijo: “Si hubieseis podido, os habríais sacado vuestros propios ojos para dármelos” (Gá 4:15). Pero con el paso del tiempo, influenciados por falsos maestros, terminaron rechazándolo y sumidos en doctrinas legalistas, cuestionando incluso su autoridad apostólica. En medio de ese conflicto, Pablo escribe la carta para salvaguardar la pureza del Evangelio y restaurar a la iglesia.

Los conflictos que se describen en Gálatas se repiten en nuestros días. Las iglesias pueden verse afectadas por diversas ideologías y doctrinas, o por valores secularizados y humanistas que erosionan la esencia del Evangelio, provocando divisiones. El pastor David Jang enseña que, cuando surgen estas crisis, la solución es regresar al Evangelio puro: “Solo por gracia, solo por fe”. No debemos dar cabida al legalismo ni al mérito propio, sino recordar la cruz de Jesucristo, quien entregó su vida por nosotros. Entonces, se producirán de nuevo el “fruto del Espíritu”, el amor, la alegría, la paz, la paciencia y la bondad.

Así pues, Gálatas 5 insiste en que la iglesia busque no una religiosidad esclavizante, sino una libertad y un amor que emanan de la cruz de Cristo. “Un poco de levadura leuda toda la masa” (Gá 5:9). Debemos estar atentos, pues pequeñas dosis de legalismo pueden contaminar la iglesia entera. Pablo expresa un reproche contundente contra esos falsos maestros: “¡Ojalá se mutilasen los que os perturban!” (Gá 5:12). Esto deja claro cuánto valoraba Pablo la pureza y la libertad del Evangelio. Si hubiera cedido en ese momento, quizá la iglesia de Galacia habría caído, como la de Jerusalén, en la trampa del legalismo y habría perdido la esencia del Evangelio.

Pablo, sin embargo, a pesar de regañar duramente, no pierde la esperanza en los gálatas: “Confío respecto de vosotros en el Señor, que no pensaréis de otro modo” (Gá 5:10). Aun con la división interna y la influencia de los falsos maestros, Pablo no los desecha ni los condena, sino que busca guiarlos de nuevo a la verdad. Eso refleja el “poder restaurador” del verdadero Evangelio. Y este enfoque se asemeja al énfasis del pastor David Jang en la “reconciliación, restauración y en volver a confiar” en la práctica pastoral.

En síntesis, la libertad de Gálatas 5 no consiste solo en carecer de ataduras, sino en vivir con plenitud la vida en Cristo, lejos de la culpa y de la condena de la Ley. Esa libertad no desemboca en el desenfreno, sino que se muestra en la práctica del amor. Pablo mismo decía: “Siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos” (1 Co 9:19). Es un claro ejemplo de servicio por amor. Del mismo modo, la iglesia está llamada a disfrutar de la libertad que concede el Espíritu a la vez que se pone al servicio de los hermanos, cargando sus cargas. Entonces se convierte en una comunidad verdadera, llena de gozo y abundancia espiritual.

El pastor David Jang, al exponer estos pasajes, insiste en que lo que más necesitan las iglesias de hoy no es tanto una reforma institucional o formal, sino una “renovación que devuelva el Evangelio de la cruz al centro de la iglesia”. Sin servicio, sin amor, sin el fruto del Espíritu, aunque una iglesia sea grande o influyente a ojos del mundo, en realidad no deja de ser una “iglesia de esclavos” legalista y formal. Por eso la iglesia debe examinarse constantemente, verificando si está alineada con la esencia del Evangelio: si se ayudan en las debilidades unos a otros, si lloran con los que lloran y se alegran con los que se alegran, y sobre todo si la cruz de Jesucristo está en el centro de toda predicación y ministerio.

En conclusión, en Gálatas se observan dos pactos o caminos que pueden entrar en conflicto dentro de la iglesia: el camino de la Ley (Agar) y el de la promesa por gracia (Sara). El legalismo se apoya en las obras y el mérito; el Evangelio se apoya solo en la fe y la gracia. El legalismo fomenta la comparación, la competencia, la condena y la división, mientras que la iglesia evangélica produce amor, libertad y el fruto del Espíritu, integrando a todos en una misma unidad. El mensaje final de Pablo es inconfundible: “Sed como Isaac, hijos de la promesa. Reconoced que sin la gracia de Jesucristo no somos nada, y compartid la libertad que nos trajo la redención de la cruz”.

El pastor David Jang usa este pasaje para recalcar que la iglesia de hoy debe renacer bajo un Evangelio aún más centrado en la gracia. Él señala que el secularismo, la meritocracia, el legalismo y el evangelio de prosperidad, entre otras corrientes que se han infiltrado en la iglesia, no son sino versiones modernas de los mismos problemas que ya brotaron en la iglesia de Galacia. Puede haber “celo religioso”, pero si falta el amor, esa iglesia tendrá una forma aparente de piedad, pero vacía de la esencia del Evangelio. En cambio, la iglesia que ama, que sirve, que exalta la cruz y que da fruto de bondad es la comunidad de “hijos de la promesa” que describe Gálatas. Solo esa iglesia, verdaderamente libre y liberadora, puede proclamar al mundo el auténtico mensaje de esperanza y consuelo del Evangelio.

En definitiva, la gran interrogante es: “¿Soy hijo de la esclava o hijo de la libre?”. ¿Vivo mi fe atrapado en un legalismo religioso, o disfruto la libertad que me otorga la gracia y ejerzo el amor en el Espíritu? El pastor David Jang ha planteado continuamente esta pregunta a los creyentes, advirtiendo que la iglesia tiene que decidir qué camino seguir. El mensaje de Gálatas no se limita a una circunstancia histórica de hace 2,000 años, sino que atraviesa el tiempo y nos reorienta acerca de la procedencia de la salvación (la gracia de Dios), la naturaleza del ser humano (criatura dependiente del Creador) y la vocación de la iglesia (vivir como comunidad de amor y libertad en el Espíritu).

Tal como insiste el pastor David Jang, la iglesia es la familia de Dios y el cuerpo de Cristo; no debe ignorar a quienes sufren ni condenar y expulsar a los más débiles. “Sobrellevad los unos las cargas de los otros” (Gá 6:2) y el relato de Jesús lavando los pies a sus discípulos (Jn 13) muestran lo que significa ser una iglesia de servicio y amor. Esta es la senda a la que nos llama el Espíritu, el camino que Pablo y el pastor David Jang quisieron mostrar a las generaciones futuras para vivir el corazón mismo del Evangelio.

Por último, si recapitulamos el argumento de Gálatas, vemos que, al adoptar la enseñanza de Pablo, la iglesia desarrolla una dimensión práctica: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gá 6:2). Impulsada y conmovida por el amor y la gracia de Dios, la iglesia deja atrás la contienda y los sectarismos, abandonando el juicio y la crítica, para convertirse en una comunidad de servicio mutuo. Y al crecer en el Espíritu, se va liberando de las “obras de la carne” y produce en abundancia el “fruto del Espíritu”. A lo largo de este proceso, la iglesia prueba la verdadera libertad y la vida que provienen del Evangelio, y permanece firme en la fe hasta el día que el Señor regrese. “Aguardamos por fe la esperanza de la justicia” (Gá 5:5) expresa perfectamente ese aspecto dinámico de la salvación, que abarca el presente y el futuro: ya somos salvos, pero nos encaminamos hacia la consumación de la salvación en compañía del Espíritu, avanzando en la santidad.

De este modo, Gálatas nos deja un mensaje clarísimo: “No os sujetéis otra vez al yugo de esclavitud”. Habiendo recibido la llamada para ser libres, debemos evitar tanto la religiosidad legalista como el libertinaje. En vez de ello, practiquemos el amor que construye y carga con las debilidades ajenas. Juzgar y dividir a los hermanos bajo el pretexto de la Ley no pertenece a la esencia del Evangelio, sino que nace del temor y del orgullo humano. La iglesia debe recordar que es la “Jerusalén de arriba”, que disfruta de la libertad prometida y que ahora puede exclamar “Abba, Padre”. El pastor David Jang ha urgido una y otra vez a la iglesia contemporánea a encarnar de forma concreta esta libertad y el amor de Cristo. A fin de cuentas, la gran cuestión es si la iglesia vive, predica y practica realmente el Evangelio centrado en la cruz, o si persiste en formas legalistas y formalistas.

De este modo, Gálatas 4 y 5 no solo constituyen una corrección apostólica para el pasado, sino que nos brindan una enseñanza valiosa también para hoy. La mayor parte de las crisis y divisiones que afronta la iglesia proceden del olvido de la gracia y del orgullo y la autosuficiencia del ser humano. Pero en el instante en que la iglesia vuelve su mirada a la gracia y el amor de Dios en el Espíritu, ese es el punto de partida para la renovación y el avivamiento. Si la iglesia está firme en “Cristo, que nos hizo libres” y se anima a “llevar los unos las cargas de los otros” con amor, hallará la fuerza para vencer cualquier conflicto o tentación mundana.

En conclusión, el enfrentamiento entre Ley y Gracia, entre esclavitud y libertad, no es un mero episodio histórico en Gálatas. La iglesia actual también se halla en esa encrucijada: ¿queremos que el Espíritu y Cristo, corazón del Evangelio, sigan vivos en nuestra comunidad, o preferimos justificarnos mediante nuestras obras y actos religiosos? La Carta a los Gálatas declara que todos somos ahora “hijos de la promesa” (Gá 4:28) y que ya no somos siervos, sino hijos (Gá 4:7). Si mantenemos vivo ese recuerdo y avanzamos con firmeza sobre el fundamento del Evangelio, abundaremos en la verdadera libertad y en el fruto del Espíritu descrito en Gálatas. El pastor David Jang hace hincapié en que “la iglesia no está edificada sobre instituciones o prácticas humanas, sino sobre el amor incondicional de Dios y la gracia de la cruz de Jesucristo”. Solo cuando mantenemos ese principio, podremos levantarnos como una iglesia realmente evangélica, una iglesia del Espíritu y de la libertad.

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