El Padre Nuestro y el Perdón – Pastor David Jang

  1. El tema y el orden de la oración

El pastor David Jang explica de manera concreta por qué debemos orar y cómo debemos hacerlo, reflexionando paso a paso sobre el significado contenido en el Padre Nuestro. Enfatiza primero que “nuestra oración tiene un propósito y un orden claros” y destaca que en la parte inicial del Padre Nuestro se mencionan primero dos motivos de oración: que el nombre de Dios sea santificado y que venga el reino de Dios. Estas dos peticiones representan tanto “el propósito de la existencia humana” como “la meta de nuestra vida”, recordándonos que nuestra vida debe ser una que glorifique a Dios y extienda Su reino aquí en la tierra. Sin embargo, somos limitados y a menudo ignorantes, y a veces ni siquiera sabemos qué pedir. En esos momentos, el Padre Nuestro se convierte en el modelo de oración que el mismo Jesús nos enseñó, sirviendo como un marco de referencia.

El pastor David Jang afirma que el Padre Nuestro no es simplemente una “oración de recitación”, sino una oración muy importante que nos ayuda a interiorizar el modo de orar. Es decir, muchas personas no saben qué es la oración o cómo pedir ante Dios, de modo que se limitan a pronunciar palabras vagas o repetitivas, o bien se centran únicamente en necesidades cotidianas y superficiales. Pero si comprendemos adecuadamente el Padre Nuestro y lo meditamos continuamente, el gran marco de “buscar primero la gloria de Dios y Su reino” se consolida en nuestras oraciones, y después podemos equilibrar nuestras peticiones relativas al sustento diario y otras necesidades.

Citando Romanos 8, donde dice que “no sabemos pedir como conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”, resalta que el ser humano es débil y por ello necesita la ayuda del Espíritu Santo incluso para orar. Los dones como el hablar en lenguas o la interpretación son uno de los medios que facilitan nuestra comunicación con Dios, pero también es importante orar en un lenguaje que nuestra razón pueda entender. En otras palabras, “si las lenguas son un don maravilloso que nos permite orar a Dios en un idioma que ni siquiera nosotros comprendemos, ¡cuánto mejor si también podemos orar con nuestra inteligencia, emociones y voluntad con claridad ante Dios!” Con este razonamiento, cita 1 Corintios 14:19, donde se afirma que “es mejor decir cinco palabras con entendimiento que diez mil palabras en lenguas”, enseñando que es muy valiosa la oración donde somos conscientes de lo que pedimos y de su significado.

De esta manera, el pastor David Jang examina la sutil estructura y el sentido del Padre Nuestro, y menciona que ya ha explicado la primera y segunda peticiones de la oración (“Santificado sea tu nombre” y “Venga tu reino”), así como la parte relativa a pedir “el pan nuestro de cada día”. Subraya que es Dios quien suple todas nuestras necesidades y que debemos orar con fe ante este “Dios bueno que recompensa a quien Le busca y provee a quien Le pide”. Del mismo modo, cita Mateo 7:9-10, donde Jesús dice: “¿Quién de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente?”, afirmando que Dios da lo mejor a Sus hijos y por tanto es correcto confiar en Él al orar.

Pero la oración no consiste únicamente en exponer un deseo; se debe comenzar por entender quién es Dios. El pastor David Jang indica que “la razón principal por la que la gente no cree en Dios es porque no sabe que realmente Él es bueno”. Cuando alguien percibe que otra persona le muestra bondad de manera constante, surge la confianza y, del mismo modo que un niño percibe primero a su madre como “alguien bueno” porque lo cuida, en el ámbito espiritual muchos no creen en Dios sencillamente porque no le conocen bien. Por ello, insiste en que, en la iglesia o en el hogar, es esencial enseñar primero “que Dios es realmente bueno”. De ahí la familiaridad del canto “Dios es bueno”, que transmite la idea de que Él nos alimenta, viste y limpia, y que es preciso ayudar a las personas a recibir con confianza esta imagen de Dios.

A continuación, el pastor David Jang hace hincapié en la escena donde los discípulos preguntaron a Jesús: “Señor, enséñanos a orar”. Del mismo modo que existían tradiciones y estilos de oración en el judaísmo y en otras religiones —por ejemplo, los discípulos de Juan el Bautista—, los discípulos de Jesús necesitaban aprender la forma de orar. Jesús, entonces, les transmitió directamente el “Padre Nuestro”, el cual el pastor David Jang describe como la más perfecta síntesis de la oración y el resumen de su esencia. En el Padre Nuestro se busca la gloria de Dios, se pide el sustento necesario, y se aborda el perdón de nuestras faltas y de las de los demás. Precisamente este tema del “perdón que se pide y se otorga” constituye el eje central de la reflexión que él propone en este mensaje.

El pastor David Jang considera muy relevante que en el orden del Padre Nuestro, el tema del “perdón” aparezca a continuación de la petición del “pan nuestro de cada día”. El propósito de la existencia y del sustento que Dios nos provee conduce, inevitablemente, a la práctica del perdón y del amor. Sugiere que, una vez que la persona (símbolo del creyente) ha sido satisfecha con el pan que Dios le da, el paso siguiente es, por fuerza, “perdonar a los demás y ser perdonado uno mismo”. Dado que el Padre Nuestro presenta este desarrollo de manera escalonada, no debe quedarse en la mera recitación: hay que profundizar en su contenido y aplicarlo.
Él conecta de inmediato con la historia de la mujer adúltera (Juan 8) para enfatizar la importancia del perdón. En aquel momento, las personas que pretendían hacer cumplir la Ley preguntaron: “¿Es correcto apedrear a esta mujer o no?”, poniendo a prueba a Jesús. Jesús guardó silencio y escribió algo en la tierra. El pastor David Jang interpreta que lo que Jesús escribió en el suelo fue una “justicia y ley nuevas”. Enfatiza que Jesús no desprecia la Ley, sino que la lleva a su plenitud, elevándola a una dimensión superior. No se trató de una cancelación simple e ilimitada de la condena que la Ley establecía, sino que, al decir “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra”, hizo que cada uno reflexionara sobre su propio pecado, de modo que todos dejaron caer las piedras y se fueron. Cuando quedaron solos Jesús y la mujer, Él dijo: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”, mostrándole un “perdón liberador (dejar ir)”. Tal como la palabra griega traducida como “perdonar” implica “dejar ir” o “soltar”, Jesús va más allá del castigo ordenado por la Ley para declarar una justicia de un orden nuevo.

Según el pastor David Jang, este es el centro del perdón en el Padre Nuestro y está en sintonía con la enseñanza de Jesús de “perdonar hasta setenta veces siete”. Antes de juzgar y enfurecernos hasta el punto de levantar piedras contra los demás, debemos primero ver nuestro propio pecado y reconocer: “Siendo yo un pecador perdonado por Dios, ¿cómo podría condenar a otro?”. Así, para practicar esta “nueva justicia y ley” que Jesús cumplió, hay que perdonar. El pastor David Jang recalca: “Jesús amó a la mujer adúltera, y ama también al homicida, al ladrón y a los codiciosos; Él encarnó esa obra. Nosotros, por tanto, debemos adoptar ese corazón de Padre, ese corazón de misericordia”. Añade que el Padre Nuestro refleja esta misma lógica de modo natural.

Además, insiste en que “condenar a quien peca podría parecer un acto de justicia, pero la ‘justicia nueva’ que Jesús enseña consiste en un amor y un perdón de un nivel superior”. Más allá del punto de vista de la Ley, que argumentaría: “No podemos solapar el pecado así como así, hace falta aplicar castigo”, Jesús, cumpliendo la Ley, llegó al corazón de ésta —el corazón de Dios— y lo mostró a través del amor y la indulgencia. No se trata de abolir la Ley, sino de trascenderla, llevando a todos hasta su meta final: “el amor de Dios”. Y este perdón no se queda en un acto puntual; requiere una vida libre del pecado y que transmita la gracia recibida, según señala el pastor David Jang.

  1. La gracia que va más allá de la Ley

El pastor David Jang pasa a recalcar que, junto al concepto de “perdón”, la humanidad ha sido llamada a la era de la gracia a través de Jesús, tras haber vivido en la era de la Ley en el Antiguo Testamento. En primer lugar, explica que hubo un tiempo sin ley, luego vino la Ley y ahora ha llegado la era de la gracia. El objetivo de la Ley era que el pecado se reconociera como tal y que se mantuvieran la equidad y el orden social. Por ejemplo, Éxodo 21, Levítico 24 y Deuteronomio 19 contienen la llamada “Ley del talión” —“ojo por ojo, diente por diente”—, cuyo propósito es devolver el daño en la misma medida para mantener la balanza en equilibrio. “La Ley busca equidad y justicia, y con ello produce paz social”.

Pero Jesús proclama un nuevo nivel que supera esta Ley. Él dice: “No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; si alguien te obliga a llevar carga por una milla, ve con él dos”. Esto va mucho más allá de la reciprocidad justa —“ojo por ojo”— para mantener la equidad. Jesús anuncia: “Ustedes no pueden entrar en el reino de Dios con su propia justicia, pero hay un mundo nuevo que yo he traído, un mundo gobernado por el amor, la misericordia y la indulgencia. Ese es el destino último de la Ley”. El pastor David Jang se refiere a esta era como “la era de la gracia” o “cielos nuevos y tierra nueva”. Quienes entren en esta nueva era deben vivir conforme a un principio de vida completamente distinto al de la venganza.

Aquí el pastor David Jang menciona relatos del Antiguo Testamento, en particular el de “Caín y Abel”. Cuando Caín, ofendido por la aceptación de la ofrenda de Abel, mostró su enojo contra Dios, este le advirtió: “¿Por qué te has ensañado? Si te ensañas, el pecado está a la puerta, esperándote; pero tú debes dominarlo”. Sin embargo, Caín no pudo controlar su ira y mató a su hermano. Esto sucedió en la era previa a la Ley, y refleja cuán profunda es la maldad humana. Aun así, Dios salió al encuentro de Caín, del mismo modo que cuando Adán y Eva pecaron, les preguntó: “¿Dónde estás?”, buscándolos a pesar de que se habían avergonzado y echado la culpa mutuamente.

Ante la pregunta teológica de “¿Por qué Dios no elimina el pecado y a Satanás de una vez por todas?”, el pastor David Jang responde: “Por mucho que Satanás se rebele, ante Jesús no puede oponerse. Jesús posee la autoridad absoluta para ordenarle que salga o entre, y Satanás no tiene más opción que obedecer. Por tanto, si estamos en Jesús y seguimos Su Palabra, Satanás no podrá dominarnos”. El problema es que el hombre no deja a un lado su naturaleza pecadora: “la arrogancia, la envidia, los celos y la irresponsabilidad”. Estos pecados nos mantienen atrapados en la dimensión de la no-ley o de la Ley, pero Jesús nos llama a dar un paso más allá: “Perdonar, soltar y, aun asumiendo pérdidas, salvar al prójimo con una nueva ley”.

El perdón no significa llamar “bueno” a lo que es malo, sino que consiste en “aunque haya sufrido daño, no actuar con violencia para devolverlo; dejar ir a la persona y soltarla”. Jesús enseña: “Perdona setenta veces siete”, y presenta la parábola del “siervo que debía diez mil talentos” en Mateo 18. Ese siervo, tras ser perdonado de su inmensa deuda, encontró a un compañero que le debía cien denarios y lo metió en la cárcel por no pagar. El señor que había perdonado la deuda le reprochó: “¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?”. El pastor David Jang señala que aquí está la esencia del perdón: somos deudores ante Dios con una suma imposible de pagar, pero hemos recibido el perdón; por ende, debemos ser indulgentes con quienes nos rodean.

Luego menciona la parábola de los obreros de la viña en Mateo 20: “¿Qué pasaría si tú trabajaras desde la mañana por un denario y otro llegara a las cinco de la tarde, casi sin haber hecho nada, y recibiera el mismo pago?”. Cuando el trabajador de la mañana se quejó, el dueño respondió: “Te prometí un denario, y te he pagado lo pactado. ¿Por qué dices que soy injusto? ¿O acaso tu ojo es malo porque soy bueno?”. Esto se refiere a la “envidia de tipo caínico”: “¿Por qué aquel recibe la misma gracia?”. Dios puede otorgar Su gracia a quien Él quiera, y nosotros ya hemos recibido de Él una gracia inmensa. Por tanto, el pastor David Jang recalca que “el perdón” implica llegar al punto en que, aunque haya alguien que me deba o me haya hecho daño, yo lo reciba y lo suelte. Este es el “corazón del Padre” y la “nueva justicia” que Jesús reveló.

Desde la perspectiva de la Ley, esto podría parecer injusto, puesto que la justicia consiste en restituir a la víctima y castigar al culpable para que se cumpla la equidad. Pero la senda que Jesús propone es: “Todos ustedes son como deudores de diez mil talentos; sin embargo, Dios los ha perdonado sin condiciones. Ahora ustedes deben imitar esta misericordia”. Este mensaje no es un mero acto benéfico de ocasión; es la enseñanza radical que encontramos en el Padre Nuestro y que ha de moldear nuestra raíz y nuestra actitud. Donde antes éramos dados a odiar a otros y buscar venganza, ahora somos llamados, como recipientes de la gracia divina, a “amar incluso a nuestros enemigos”. Y esto se ve reflejado claramente en la petición del Padre Nuestro que habla de “perdonar”.

Al concluir, el pastor David Jang señala que no basta con pedir “el pan nuestro de cada día”, sino que en la frase siguiente —“Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”— se invita a vivir el perdón de manera concreta. Quien recibe el sustento de Dios debe poner en práctica el amor, liberando y reconciliándose con el prójimo. Jesús llevó a su plenitud la Ley y abrió un camino más amplio y profundo de misericordia, y nos ordena: “Vivan ahora en ese mundo abundante”.

  1. La absoluta soberanía de Dios y Su amor

Por último, el pastor David Jang expone de modo más amplio el significado espiritual y teológico que trae consigo esta “nueva ley” y “nueva era”. Afirma que, aunque en la época actual se dan avances tecnológicos y cambios sorprendentes, la verdadera transformación comienza en el corazón y los valores humanos. Por muy asombroso que sea poder llevar gente a Marte o tener cobertura satelital mundial, ninguna tecnología puede cambiar la “naturaleza pecaminosa del ser humano”. Él desea que el Evangelio se extienda por todo el mundo, pero, incluso donde llega el Evangelio, si no se acepta “un mundo de perdón y tolerancia”, seguirán existiendo conflictos, envidias, violencias y persecuciones. Sin embargo, el Señor quiere que “hasta el fin del mundo” se proclame el Evangelio, y su eje principal es la “reconciliación y el perdón”.

El pastor David Jang responde a la pregunta de un niño que dice: “No veo a Dios, ¿por qué no aparece?” explicando la absoluta soberanía de Dios. Él está en lo alto, abajo, a la izquierda, a la derecha, delante y detrás: por ello nosotros, seres limitados, no podemos verlo directamente. Esto señala que Dios no es un ser como nosotros, que Su soberanía es inmutable, sin importar a dónde nos movamos. Luego, en un contexto posmoderno y pluralista donde se afirma a menudo que “no existen valores absolutos”, él subraya que, en realidad, cuando el ser humano carece de un valor absoluto, se pierde y vaga sin sentido. Para los creyentes, ese valor absoluto es Dios y Su Palabra, y Él es quien sostiene nuestro interior.

De ahí se deduce que “si de veras comprendemos y conocemos a este Dios absoluto, un Dios de amor, ¿cómo podría ser que no perdonemos a los demás?”. El pastor David Jang destaca que ahí reside la razón por la cual “en el Padre Nuestro se nos ordena pedir y practicar el perdón”. Si el Padre celestial, quien es absoluto, nos ha derramado Su amor y Su gracia, nosotros también debemos extender lo mismo a los demás. Menciona la cobardía de Adán al culpar a Eva, y de Eva al culpar a la serpiente, y también la envidia homicida de Caín hacia Abel: todos ejemplos de la naturaleza pecaminosa que permanece en nosotros. Aun así, Jesús vino para restaurar a estos pecadores, haciéndose el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29) y ofreciendo su propia vida en la cruz.

El pastor David Jang hace notar que, incluso dentro de la iglesia, a veces hay conflictos doctrinales —como entre calvinismo y arminianismo—, y cita Romanos 14 para señalar que ni el fuerte ni el débil deben juzgarse ni menospreciarse. Todos hemos sido elegidos por la infinita gracia de Dios y, al mismo tiempo, tenemos la responsabilidad de responder con fidelidad para nuestra salvación. En cualquier caso, la verdad fundamental que debemos abrazar es “Dios nos amó sin condiciones y canceló nuestra enorme deuda, así que nosotros también debemos perdonar y amar a los demás”. La parábola de los obreros de la viña en Mateo 20 o la del hijo pródigo en Lucas 15 nos recuerdan que la bondad de Dios excede ampliamente nuestra lógica. Aunque a veces nos quejamos de que Él muestre la misma gracia a otros, eso revela una actitud “caínica” y rechaza ese “mundo nuevo” del que habló el Señor.

En definitiva, el perdón que enseña Jesús en el Padre Nuestro no es opcional para el creyente, sino un aspecto fundamental y práctico de su vida. “Así como Dios ha perdonado nuestros pecados, nosotros hemos de perdonar a quienes nos ofenden”. En vez de encerrarlos para hacer justicia a la manera de la Ley, debemos ser conscientes de que a nosotros se nos ha perdonado una deuda inmensa y, por humildad, extender un amor aún mayor. El pastor David Jang define esta práctica como “el corazón de Dios”. En el Antiguo Testamento, la Ley mantenía la equivalencia mediante la venganza (“ojo por ojo, diente por diente”); pero Jesús, al decir “amad a vuestros enemigos”, nos invita a un nuevo nivel. Y quienes recibimos esta invitación, al orar cada día el Padre Nuestro, debemos considerar el “perdón” como un tema primordial, dejando a un lado nuestras heridas y enojos, siguiendo el camino de amor sacrificado que Jesús mismo recorrió.

Así, si decimos que en la fe hemos entrado a la “nueva era, la era de la gracia”, nos referimos a la época del perdón, de la reconciliación y del amor. Ya no nos conformamos con castigar justamente al que nos hace daño, sino que, a ejemplo del sacrificio de Jesús, vamos más lejos para salvar a los demás y rescatar sus almas. Jesús no condenó a la mujer adúltera, sino que le dijo: “no peques más” y abrió camino de restauración a todos los pecadores. Del mismo modo, nuestra vida cotidiana debe ser un espacio para recordar este mensaje y poner en práctica las palabras de Jesús: “Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra”.

El pastor David Jang subraya a lo largo de toda la predicación que “aunque la cobardía y la violencia de Adán y Caín subsisten en el corazón humano, al haber sido hechos nuevas criaturas por la sangre y la gracia de Jesús, debemos renovar por completo nuestro pensamiento y actitud”. Señala asimismo que, por mucho que avance la ciencia y parezca que el mundo cambia vertiginosamente, mientras no se resuelva el problema del “orgullo, la envidia, la ira y el odio” en el corazón humano, no habrá verdadera paz. Destaca que sólo Dios, quien promete “cielos nuevos y tierra nueva”, puede hacerlo todo nuevo, y que el valor decisivo que encarna ese reino renovado es la ley del amor y el perdón.

En conclusión, la “ley” que Jesús enseña en este mundo es: “Así como Dios les amó y perdonó primero, háganlo también ustedes”. Es difícil en nuestras propias fuerzas, pero el Señor, a través del Espíritu Santo, hace posible que lo logremos. Romanos 8 afirma que “el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” cuando somos débiles, y esto muestra que, incluso en la oración, Dios nos ayuda. El Padre Nuestro también, dentro de la oración en el Espíritu, fortalece nuestra vida de oración. Si pedimos el pan de cada día y vivimos gracias a ese sustento, del mismo modo debemos experimentar y practicar el perdón por la fuerza de la misma oración. Cuando obedecemos la enseñanza del Señor, nuestra oración finalmente produce sus verdaderos frutos: “Santificado sea el nombre de Dios y venga Su reino; nuestros requerimientos diarios son suplidos; y, al perdonarnos unos a otros, entramos en una comunión más profunda con Dios”.

El pastor David Jang concluye animándonos a meditar cada vez que recitamos el Padre Nuestro en “la gloria y el reino de Dios”, “nuestra subsistencia” y “el perdón mutuo”. Para él, la verdadera madurez cristiana radica en establecer la identidad y el propósito del creyente y, al mismo tiempo, encarnar el amor a los enemigos y la tolerancia en la vida práctica. Repetir cada día el Padre Nuestro con la actitud de “Señor, gracias por el pan de hoy; permíteme ahora compartir con otros el amor y el perdón que he recibido”, nos convierte en colaboradores de esa nueva era llena de gracia, amor y perdón que Jesús inauguró. El pastor recalca que la esencia de la fe cristiana no es sólo un deber religioso, sino llevar el corazón de Dios y actuar según Él en el mundo.

En definitiva, dentro del contexto del Padre Nuestro, el perdón es una cuestión fundamental de la vida de fe. No se trata de aplicar la justicia vengativa de la Ley, sino de seguir la “justicia superior” que Jesús abrió, cumpliendo la palabra: “Perdona nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Tal disposición constituye el camino de la semejanza con Dios y la clave que completa el esquema del Padre Nuestro: “Glorificar el nombre de Dios, pedir la venida de Su reino y el sustento diario, y perdonarnos unos a otros para estar en más plena comunión con Dios”. Tal como destaca el pastor David Jang, esta tarea recae en la comunidad de fe, que recita innumerables veces el Padre Nuestro y que debe esforzarse por no olvidar su profundidad, poniéndola en práctica cada día.

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